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Derechos Humanos, antisemitismo y sionismo

Derechos Humanos, antisemitismo y sionismoEFE

El pueblo de las judías y judíos ha sido un pueblo sin territorio durante dos mil años. Igual que el pueblo de las gitanas y gitanos era una comunidad que se asentaba en los territorios de otras naciones desde que fueron dispersados por los romanos hace más de dos mil años y durante los cuales el Judaísmo ha sufrido terribles y cruelísimas maldiciones y persecuciones; sobre todo por parte del Cristianismo y con base en la calificación que se hace de ellos en el Nuevo Testamento de la Biblia, como ejecutores de Cristo.

Las persecuciones de Hitler y del Nacional-socialismo alemán no fueron las primeras pues tienen como terriblemente cruel precedente la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos, la cual no consistió solamente en destierros, ya que simultáneamente fueron muchos de ellos asesinados y despojados de sus bienes, como ocurrió por ejemplo con los antepasados del famoso filosofo Baruch Spinoza, que se apellidaban Espinosa. También los judíos y judías sufrieron persecuciones cruelísimas como por ejemplo lo es la terrible historia de Fernando VI de Borbón y del valido El Marqués de la Ensenada.

El antisemitismo, aunque etimológicamente proviene de la fobia a los descendientes de Sem, el hijo mayor de Noé, se centró en un sentimiento de odio contra los judíos. Dicho sentimiento tenía un componente religioso y bíblico, pero también otro componente social, por cuanto los judíos se habían convertido desde la alta Edad Media en los principales proveedores de préstamos, con prácticas usurarias generalizadas. Aunque los judíos eran obligados a vivir en guetos y tenían prohibido el ostentar la propiedad de tierras, protagonizaban el negocio monetario que hoy denominaríamos bancario, almacenando enormes ganancias. ¿Y por qué? Pues porque el cobrar intereses era considerado usura y pecado en el Cristianismo hasta que el precursor de la economía, el navarro Martín de Azpilicueta, escribió el pequeño tratado titulado De Usurish a finales del siglo XVI, defendiendo que la inversión del capital constituía un elemento productivo. Libro y tesis que inmediatamente fueron condenados y perseguidos por la Inquisición.

Contra el antisemitismo había y hay solamente un argumento humanitario y filosófico, que es el de la reivindicación y defensa de los derechos humanos.

Las persecuciones y los crímenes de los Reyes Católicos y del Nacional-socialismo de Hitler son condenables porque atentan contra los derechos humanos. Ese es el argumento y la única razón contra el antisemitismo, aunque paradójicamente y criminalmente ahora se utiliza el sionismo disfrazado falsamente de lucha contra el antisemitismo en contra de los derechos humanos.

Habría que recordar que fueron los pueblos, las culturas y las religiones islámicas, árabes y musulmanas las únicas que acogieron a las judías y judíos durante siglos y siglos como lo demuestra la historia de los Banu-Qasi de Exea, Tutera y Garagorri de los siglos X, XI y XII.

El fundador del sionismo fue Theodor Herlz, con su libro de 1896 propugnando un estado judío en Palestina, que no respetaba los derechos de los habitantes existentes en aquellas tierras. De hecho, la praxis del sionismo durante el siglo XX y el primer cuarto del XXI ha consistido en colocar los derechos de los miembros de la considerada etnia judía, que en realidad es un invento religioso-ideológico, por encima de la igualdad entre las personas y por lo tanto en contra de los derechos humanos. Los dirigentes de Israel, con el propio Netanyahu a la cabeza, utilizan el argumento y la acusación de antisemitismo para justificar la conculcación de los derechos humanos.

Es evidente que la propia teoría de Theodor Herlz, aunque motivada y fundada por la negación histórica de los derechos humanos a los judíos, adolecía de la falta de respeto al pueblo palestino y que ha originado el hecho histórico del apartheid en que se ha constituido Israel. Los ataques crueles y humanitariamente injustificables no solo a Gaza y a los gazatíes, con más de cien mil asesinados, sino también a los habitantes de Cisjordania y a los refugiados y al Líbano y otros demuestran que antes de la acción terrorista de Hamás estaban las prácticas de los muros constituidores de guetos contra Palestina. El sionismo ha originado un sistema de apartheid contra los palestinos y el antisemitismo se ha convertido en una estafa intelectual contra los derechos humanos.

El problema es que no solo las barbaridades y propuestas de crímenes contra la humanidad de Donald Trump no originan reacciones de escándalo universal sino que los poderes públicos y la opinión general de Europa parecen amordazadas y anestesiadas. Resulta además de denigrante y vergonzoso verdaderamente escandaloso el observar que las democracias occidentales no reaccionan contra la utilización fraudulenta del antisemitismo contra los derechos humanos para justificar el apartheid que practica y ha hecho norma el sionismo.

Mientras se tolere ideológicamente el encierro en guetos rodeados de muros aparentemente inaccesibles a los jóvenes gazatíes no es posible hablar de justicia, son el propio Netanyahu y los demás dirigentes como él quienes están poniendo en riesgo el futuro de las personas y del pueblo de los judíos. La terrible historia del Holocausto nazi y las demás persecuciones antisemitas de la historia necesitan una respuesta humanitaria no solo con los judíos y judías, sino también con todos los demás pueblos. Y hay que decirlo así desde la no aceptación ni comprensión de los actos terroristas de nadie, ni tampoco la justificación, como el último de Hamás y cualquier otro ni tampoco la justificación de la Intifada, de cuyos participantes siempre tuve pena, acordándome sobre todo de los padres y familiares que les dejaban arriesgarse.

La utilización del antisemitismo como fraude intelectual contra los derechos humanos no puede ni debe justificar el apartheid practicado por el sionismo. Ojalá que la historia de uno o de muchos niños y niñas gazatíes pueda emparejarse con el diario de Ana Frank que tanto admirábamos.