La primera vez que escuché esta afirmación fue en 1958 y mi ánimo se alegró porque había buenos augurios por el Papa elegido. De labios de aita escuché y los confirmó Manuel Irujo en una de las visitas a Caracas que el apellido del Papa nuevo, Roncalli, según él afirmaba, devenía de Roncal y lo acercaba a tierra baska, a nuestro Ronkal. Había otra anécdota entrañable. En París, en el piso del edificio del Gobierno del exilio, cuyo balcón trasero daba a un patio central, cada mediodía al replique de las campanas anunciando el Angelus, el nuncio Roncalli se acercaba a la baranda de su balconcillo y bendecía a los miembros del Gobierno. Era un gesto de amor, de reconocimiento, de símbolo cristiano de resurrección. En 1958, a la muerte de Pío XII, Roncalli, llamado Juan XXIII, fue elegido y para asombro de muchos, Papa.
Relacionadas
Por ese tiempo, un joven Kennedy hacía camino político en Estados Unidos, accediendo a la presidencia en en 1961, con la pesada carga, entre otras, de la guerra de Vietnam sobre sus hombros. Esos años difíciles fueron, sin embargo, de apertura hasta que en 1963 ambos murieron, uno de cáncer, el otro asesinado en Dallas. Ambos protagonizaron y forjaron, pese a tantas calamidades como soportaba la humanidad de nuestro tiempo, una amplitud en el horizonte de los derechos humanos, que allí estaba Martin Luther King con su voz valiente y reclamante y que también seria asesinado. La humanidad creyó, creímos, pese a todo, en un debut en el que se podía hablar con poesía en el discurso político, convivir sin distinción de color ni de sexo, vivir con bien estar, apagando las hogueras de la guerra, enterrar las armas. Habría paz, un modo mejor de vivir, ejercitado desde la convivencia de hombres y mujeres.0
Nos sentimos o queríamos sentir, ciudadanos responsables de nuestro quehacer, protagonistas de nuestra historia, trabajando hombres y mujeres en igualdad y conciliación. Kennedy recordaba que debíamos preguntarnos qué podíamos hacer por nuestro país, no lo que el país podía hacer por nosotros. Eso nos dignificaba y empujaba a la posibilidad acceder a labores científicas, culturales, empresariales... alcanzar las estrellas. A Kennedy lo mataron en Dallas aquel día en que el sol se ocultó y llore porque se apagó una tea que intentaba alumbrar el desarrollo humano. Recuerdo cuando cerramos las puertas de su y nuestra Alianza para el Progreso en Caracas, cuyo lema era “Un hombre, un libo”, y también la última obra que catalogué como bibliotecaria, el Informe de la Comisión Warren, varios años después.
Juan XXIII, el Papa Roncalli, en su brillante trayectoria convocó el Concilio Vaticano II que fue una revolución para la Iglesia Católica, entre otras cosas, porque permitió e impulsó la entrada de la mujer en comisiones, es decir, se alertó a escuchar la voz de la mitad de la población católica, liberarla de una sumisión anacrónica. Publicó varias encíclicas. Las más famosas Mater Magistra / Madre y Maestra editada en mayo de 1961, discurso directo a los trabajadores del mundo. La última, Pacem in Terris / Paz en la Tierra, de abril 1963, casi un testamento, en la que Juan XXIII confirma su fe en la humanidad y en Dios en la aplicación de sentimientos de compasión, comprensión y amor. Nos fuimos enterando, entre tantas cosas buenas como hizo, del gesto audaz efectuado en la Segunda Guerra Mundial, como Nuncio en Turquía y Bulgaria, evitando la deportación de judíos a los campos de exterminio, de la salvación y que procuró a 80.000 niños a los que extendió certificado de bautismo cristiano. Lo único que pidió a cambio fue que no se circundaran para evitar la evidencia. No fue empresa fácil y sí valerosa este gesto salvador, pero el lo realizó arriesgando lo que muchos valoran mas que su conciencia, su propia salvación.
Recuerdo aquellos años primeros de la década de los 60, los de mi juventud en Caracas, como si un gran abanico refrescara el aire pútrido de las guerras cuyas consecuencias conocían la generación de nuestros padres y soportábamos la nueva generación que nos levantábamos en América, deportados de nuestro país original, estigmatizados por el fascismo franquista, con su aura de catolicismo que negada toda libertad, anulada toda defensa, aplicaba pena de muerte para unos, encarcelación de muchos, procurando separación de las familias y captura de sus bienes. Era bien distinta la realidad que vivíamos los baskos a la que proclama como frase introductoria en su última encíclica Juan XXIII “Sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad”.
Estamos viviendo momentos terribles con la invasión de Ucrania, la devastación de Gaza, y un zafio, caso Trump, disfrazado de Papa estampando su foto en su red social, grave falta de respeto a la religión profesada por una parte de su pueblo y del mundo. Pero sigo soñando mi sueño de un mundo en paz y voy releyendo El Principito de Saint Exupery para animarme. “Es una locura odiar a todas las rosas sólo porque una te pinchó. Renunciar a todos tus sueños sólo porque uno de ellos no se cumplió.”
*La autora es bibliotecaria y escritora