En más de 25 años trabajando en el sector forestal he visto la evolución de los incendios, los cuales han logrado desarrollarse, sofisticarse y evolucionar hasta llegar a denominarse de sexta generación. No puedo decir lo mismo de las políticas a desarrollar para evitar a estos monstruos.

Sabemos desde hace más de cuatro décadas que es fundamental invertir en prevención, mucho más que en extinción, a nadie se le escapa que, si evitamos el problema o logramos minimizarlo, la extinción es innecesaria o cuando menos sus costes se verán reducidos a la hora de intervenir.

Entonces, ¿por qué no concentramos la fuerza y los recursos en la prevención? ¿Cuáles son los intereses de invertir tanto en extinción?

Las causas de haber llegado hasta aquí son muchas y difíciles de desarrollar en un artículo de opinión, pero algunas son: la sociedad urbana ha olvidado al mundo rural y lo hemos ido vaciando de personas y de oficios que se está demostrando eran necesarios. El pastoreo extensivo ha ido desapareciendo. En muchos lugares no se hace una gestión forestal sostenible, cada vez cuesta más encontrar gente para trabajar en los montes, las administraciones dificultan los trabajos a base de una burocracia trasnochada, actuaciones limitantes, el trabajo desarrollado está infravalorado y mal remunerado.

Los medios de comunicación, la opinión pública, los educadores, la sociedad en general, los ecojetas, tienen el concepto de que cortar un árbol es malo y negativo para el bosque, nada más lejos de la realidad. En las empresas se ha instalado el less paper para entre otras cosas reducir la corta de árboles; porque se tiene la falsa creencia de lo que sucede en países donde se trafica con madera, sucede en países donde existe una normativa y control sobre la procedencia de la madera. Así pues, asistimos a un abandono de los montes donde no se corta y no se hace la silvicultura necesaria, y luego llega el incendio lo quema todo y nos quedamos sin madera, sin oxígeno, sin agua, sin animales, sin hongos, frutos del bosque y a veces hasta con la muerte de un trabajador o un voluntario.

Por supuesto, no me olvido del cambio climático, al que todavía hay gente que lo niega. Estamos observando aumento de temperaturas, menos precipitaciones y especies que en unos años no podrán habitar donde ahora lo hacen porque las condiciones naturales que les permiten vivir, ya no lo harán.

¿Qué se puede hacer? Los políticos responsables, y digo responsables, deberían establecer políticas a 15-20 años, estables, estratégicas, pactadas y definidas con profesionales con conocimientos y capacidades para abordar estos retos, independientemente de partidos políticos, colores, tendencias…

Los medios de comunicación deberían divulgar, investigar lo que sucede en el monte y cómo se trabaja antes de que la tragedia ocurra, porque, aparte de los incendios, hay otros peligros como las plagas, el viento, la nieve…, y no incidir continuamente en el sensacionalismo de la tragedia.

Las administraciones deben apostar por una mayor inversión en prevención y para ello tienen que trabajar de manera conjunta y coordinada: medio ambiente, desarrollo rural, social y laboral, emigración, economía.

Que la ciudadanía entienda que cortar árboles no es peligroso sino necesario para que el bosque siga evolucionando. Los educadores deberían tener una mayor formación más cualificada y práctica sobre lo que ocurre en el bosque y relacionarse con distintos profesionales que trabajan en él.

A nivel técnico realizar los planes técnicos de gestión para los propietarios de los montes, donde se detallan las actuaciones que se tienen que realizar en sus montes, establecer áreas cortafuegos, romper la continuidad mezclando especies, establecer puntos de agua. Y valorar si la ganadería extensiva no tiene que recibir un plus para hacerla más atractiva a los profesionales y poner en valor todo lo que se ahorraría la administración.

Y cuando el incendio llega… Las administraciones deberían tener planes estratégicos y de intervención para una actuación más eficaz. Con qué medios reales cuento, medios potenciales, contactos con distintos puntos del territorio, planificar con expertos en incendios cuya experiencia esté justificada y demostrada.

Que exista una coordinación real, clara y definida sobre el mando y quién toma las decisiones y las responsabilidades. Actualmente la ciudadanía ha asistido a distintas catástrofes donde diferentes administraciones se culpabilizan, pero nadie se responsabiliza.

Informar de manera clara, honesta y definida a los ciudadanos implicados en el incendio. Endurecimiento de las leyes en materia de sanciones tanto penitenciarias como económicas.

Sin duda, todo lo que se propone es difícil de llevarlo a una política estratégica definida a largo plazo, por la clase política que existe donde el interés partidista prima sobre el interés del pueblo, la maquinaria lenta, obsoleta y arcaica de la administración dificulta avanzar. Por ello llevamos más de 30 años de retraso, los incendios han evolucionado y nosotros a la hora de eliminarlos o evitarlos no.

Cuando volvemos al lugar de la tragedia surge la desolación, después del rojo viene lo negro y todos lamentamos lo perdido. Sé muy bien de lo que hablo. El 18 de junio de 2022 en Arguedas y Valtierra (mi pueblo) todo el mundo tuvo miedo porque el fuego llegó hasta las mismas puertas de las casas. Después de la batalla vimos los cadáveres calcinados de los árboles, la tristeza invadía a los dos pueblos, como sucede en todos los lugares. Sin embargo, después de tres años, paseando por la zona, al menos la de Valtierra he visto cómo vienen las nuevas plantas que surgen de manera natural, ya que el pino Alepo antes de morir tiró sus semillas y ahora han dado sus frutos. Afortunadamente la naturaleza es sabia.

Ahora nos toca a nosotros, ayudando a introducir artificialmente plantas en aquellos lugares donde la regeneración natural no esté siendo efectiva, realizando claras en el futuro, hacer pequeños diques que retengan el agua y eviten la erosión. Y para todo esto necesitamos empresas, trabajadores, maquinaria forestal, ingenieros, alcaldes, políticos que entiendan que el monte es un todo, y como tal hay que gestionarlo.

El autor es ingeniero de montes y gerente de Foresna-Zurgaia: Asociación Forestal de Navarra