A pesar de que, con frecuencia, se afirma que “la historia no se repite”, tenemos una secular afición a comparar situaciones y tratar de comprobar si, cuando menos entre ellas, existen similitudes.

La reciente reunión (viernes 15 de agosto) que ha tenido lugar entre el presidente de los EEUU, Donald Trump, y el presidente ruso Vladimir Putin, en la base militar estadounidense de Elmendorf-Richardson (Alaska), para los analistas de la geopolítica ha servido de pretexto para hacer un ejercicio de esa naturaleza comparativa. Este encuentro ha sido puesto en paralelo con el que, en febrero de 1945, tuvo lugar al sur de la península de Crimea, en la ciudad de Yalta a orillas del mar Negro.

A aquella cita convocada por el líder ruso Iósif Stalin acudieron sus dos aliados de coyuntura contra la barbarie nazi: el presidente de los EEUU de América, Franklin Delano Roosevelt y el primer ministro británico Winston Churchill. El objetivo del encuentro tripartito era planificar el mapa geopolítico de la inmediata posguerra.

No voy a entrar en las semejanzas que existen entre el encuentro de 1945 y el reciente de 2025, lo dejo para los expertos en esas lides. Lo que me interesa es reparar en un detalle que, según mi criterio –que con frecuencia no coincide con la generalidad–, me resulta de suma importancia. Se trata de poner la mirada sobre los convidados a una y otra “fiesta”. En la primera, como ya dije, se vieron las caras los líderes ruso, norteamericano e inglés. En la última, se encontraron frente a frente, solamente, el mandatario ruso y su homólogo norteamericano. ¿Puede eso entenderse como una perdida de peso en términos geopolíticos de quien, hasta principios del siglo XX, había sido la primera potencia mundial como es el caso del Reino Unido? No, no lo creo.

El Reino Unido era la parte europea en la reunión y debía estar al tanto del papel que, en el futuro, debería jugar en el marco del Imperio Angloamericano. Y para comprobar esta afirmación (sin remontarnos a los tiempos en los que la City londinense era el banquero del Universo), baste repasar el papel que el Reino Unido, ubicado en su nuevo escenario imperial, jugó en la reunión de 1945 y ha jugado posteriormente en la construcción de la actual Unión Europea.

Su papel no ha sido otro que el de “vigilante nocturno” del cumplimiento de los acuerdos (económicos, políticos, ideológicos…) a los que con EEUU habían llegado los arruinados y destruidos países europeos en tanto se construía la Unión Europea. Recordemos de manera sucinta la historia de esa construcción y el protagonismo del Reino Unido en ella: Al núcleo inicial de países conformado por Alemania, Francia, Italia y el Benelux, en 1973, se le unió el Reino Unido camuflado tras Irlanda y Dinamarca para dar forma a la “Europa de los nueve”.

Digo sí, camuflado, porque desde la firma del Tratado de Roma de 1957, se habían producido ciertos guiños de acercamiento del Reino Unido hacia Europa con los gobiernos conservadores de Harold Macmillan que en nada se concretaron porque los ingleses siempre exigían lo imposible. Por ejemplo, establecer la preferencia británica de los bienes del primer sector procedentes de la Commonwealth sobre la nueva política agraria común europea. En este caso, el presidente francés Charles de Gaulle expreso su veto en 1963. De Gaulle era buen conocedor del espíritu anglosajón y, siempre desconfió de sus intenciones. Pensaba que Inglaterra serviría de puente al “caballo de Troya” norteamericano y, en 1967, volvió a provocar con su veto que la candidatura de ingreso en la Unión Europea, esta vez presentada por el laborista Harold Wilson, de nuevo fracasara.

El año 1973, ¿les suena, les recuerda algo? Es el año en el que se materializa una de las mayores crisis del capitalismo: La llamada comúnmente “crisis del petróleo”. Esta crisis de 1973, nada tenía que ver con las anteriores y, en gran medida si con la decisión unilateral de los Estados Unidos de poner fin a la paridad entre el oro y el dólar del 15 de agosto de 1971. Por lo que se ha demostrado con posterioridad supuso el pistoletazo de salida del proyecto de difusión y expansión del neoliberalismo como doctrina y cosmovisión.

Los líderes europeos del núcleo de los seis, haciendo alarde de “una memoria de pez”, consideraron importante la presencia del Reino Unido en el nuevo club y su entrada fue presentada como el signo evidente de que las cosas se estaban haciendo bien en la ejecución y desarrollo del nuevo proyecto. ¡Que el inventor del liberalismo compartiese el proyecto y desease vivirlo desde dentro se hizo ver que solo podía interpretarse como un gran logro! ¿Nadie pensó, en ese momento (se había olvidado ya a De Gaulle), que el Reino Unido podía tener otro tipo de intereses que fueran más allá de la simple colaboración solidaria en un mercado único? ¿Nadie pensó que, el país inventor del liberalismo radicalmente individualista pudiera tener como interés fundamental la expansión de ese modelo político sobre suelo continental y, consecuentemente, la inoculación y consolidación de la ideología que lo sustenta, esto es la conformación definitiva de una nueva superestructura? Realmente cuesta creerlo y yo no lo creo.

La membresía del Reino Unido en la Unión Europea tuvo lugar en 1973. Y, en referéndum celebrado el 25 de junio de 1975, el Britain in Europe, que aglutinaba a la mayor parte de los conservadores, los liberales y el ala derecha del partido laborista con el apoyo de los medios de comunicación y el mundo empresarial, alcanzó la rotunda victoria del sí con el 67% de los votos. Estimo que, no tanto el porcentaje de votos, sino la naturaleza de los apoyos es bastante elocuente.

Cuando ya la tarea desarrollada por el Reino Unido como “vigilante nocturno” en el interior de la Unión Europea había concluido exitosamente, en junio del 2016, se volvió a plantear un segundo referéndum sobre su permanencia o no a través de la pregunta: ¿Piensa Usted que el Reino Unido debe permanecer en la Comunidad Europea? Y…, resultó el brexit.

Entre los años 2016 y 2020, el Reino Unido va preparando su adiós a la Unión Europea para finalmente, acabar saliendo de su seno, una vez que su tarea, al servicio del Imperio, ha sido completada y que el riesgo de la creación de una Europa social y solidaria ha quedado aniquilado. En estas circunstancias ¿qué sentido tenía su presencia en el interior de la Unión Europea?

Durante la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea su tarea no ha consistido en contribuir a confirmar y consolidar una Europa social, solidaria y cohesionada sino en supervisar los niveles de inoculación del virus individualista del liberalismo radical e impedir el regreso a las tentaciones de naturaleza social. Eso, finalmente ha supuesto otorgar carta de naturaleza al capitalismo radical y salvaje, esto es al neoliberalismo como superestructura en la Europa de los 27.

Y, de nuevo, 80 años después, el Reino Unido a través de su primer ministro Keir Starmer, vuelve a tomar el rol de “vigilante nocturno” al servicio del Imperio ya no dentro de la Unión Europea sino, ahora, en el seno de la OTAN. No estuvo en Alaska porque Donald Trump no se molestó en convocarle, (ya no es necesario andar con formalidades con su hermano de sangre), pero sí, en Washington, tres días después, cuando la cuestión iba de business armamentísticos. A su lado, como “atentos y obedientes alumnos oyentes”, –la disposición en la sala así los mostraba–, los apaleados mandatarios europeos desde la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, los presidentes de Francia y Finlandia, Emmanuel Macron y Alexander Stubb, respectivamente, pasando por el canciller alemán Friedrich Merz, y la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, a los que hay que añadir al lisonjero secretario general de la OTAN, Mark Rutte, y el timorato (por mor de su experiencia) presidente ucraniano Volodimir Zelenski.

Algunos nostálgicos han querido ver en los recientes acuerdos, con Bruselas (de Defensa), con Francia (sobre materia nuclear), con Alemania (de Defensa), una reconsideración del brexit y…, ¡nada más lejos de eso! No, ¡el Reino Unido no va a volver al seno de la Unión Europea! Ahora se trata de vigilar para asegurar la permanencia de la amenaza de esa espada de Damocles que el Imperio ha puesto sobre nuestras cabezas: La obligación de cumplir con el compromiso adquirido de aumento del gasto militar en el marco de la Alianza del Atlántico Norte (OTAN) comenzando por el 5% y continuando, sine die, con el seis, el siete… Ahora, el objetivo es destruir, simple y llanamente lo que queda del Estado social. La alfombra de terciopelo para la ultraderecha ha sido desplegada.

El autor es catedrático emérito de la EHU