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La carta del día

La prevención y la vida

La prevención y la vidaFreepik

En estos días la palabra prevención está presente en muchas conversaciones. Hablamos de ella cuando suceden desastres naturales, accidentes laborales, crisis sanitarias o brotes de violencia. Se recuerda su importancia, se reclaman medidas, y se subraya su valor para proteger vidas y bienes. Pero si miramos con más profundidad, descubrimos que la prevención no es algo accesorio ni técnico, sino una dimensión esencial de la vida humana.

La prevención nace con el ser humano mismo: forma parte de nuestro instinto de supervivencia. Desde los primeros grupos humanos que se protegían del frío, el hambre o los depredadores, hasta las comunidades medievales que levantaban murallas o construían canales de riego, la prevención ha estado siempre presente. Con la Revolución Industrial, la prevención se institucionalizó para responder a los riesgos de las fábricas y las minas. En el siglo XX, se convirtió en disciplina científica y legal, con normas, estadísticas, sistemas de gestión y organismos dedicados exclusivamente a ella. Sin embargo, el avance normativo y burocrático, ha dejado el deber de prevención en manos de los especialistas, a los que podemos recurrir cuando se necesite, mientras que lo superfluo e innecesario ocupa nuestras vidas, al considerar que estamos seguros, hemos abandonado el deber de autoprotección, además reducir la prevención únicamente a leyes y reglamentos es empobrecer su sentido profundo.

La prevención bien entendida es mucho más que protocolos y sanciones: es una manera de ver y vivir la existencia. Es una forma de configurar el trabajo, de planificar el desarrollo, de investigar y de innovar. Prevenir no es solo evitar que suceda un daño; es crear las condiciones para que la vida florezca en dignidad, seguridad y libertad.

En nuestros días, lo comprobamos con claridad. Mientras los incendios forestales arrasan miles de hectáreas, se multiplican los llamamientos a la prevención. Lo mismo ocurrió tras una DANA, pero pasados unos meses, el recuerdo se desvanece, y la vida social sigue igual. La prevención vuelve a quedar relegada a un discurso técnico, sin alcanzar la transformación profunda que necesita nuestra manera de vivir y convivir.

Relacionar la prevención con la vida significa asumir que el progreso humano no puede reducirse a la acumulación de avances técnicos y científicos, ni al crecimiento económico. El verdadero progreso es aquel que llega a todos y a cada uno, que cuida de las personas, de los trabajadores, de las comunidades y del planeta. La prevención, unida a la vida, implica repensar la educación para que forme ciudadanos responsables y solidarios; replantear el trabajo como espacio de realización personal y colectiva; y orientar la innovación hacia soluciones que reduzcan riesgos y aumenten oportunidades para el bien común.

El gran reto de nuestro tiempo no es solo diseñar sistemas cada vez más complejos de seguridad, sino cultivar una cultura en la que la prevención forme parte natural de la vida cotidiana. Una cultura que no espere al desastre para reaccionar, sino que se adelante con sabiduría. Prevenir es cuidar la vida. Es anticiparse para proteger lo más valioso. Es un acto de responsabilidad y de esperanza. Solo cuando entendamos que prevención y vida son inseparables podremos avanzar hacia una sociedad más justa, segura y humana.