Thomas Mann: Si el fascismo regresa, lo hará en nombre de la libertad. Fue una frase lapidaria dicha poco antes de morir e intercambiable con cualquier otro totalitarismo político. Cuando vuelve, no se anuncia así: “Soy el totalitarismo de derechas (o de izquierdas)”. Más bien dirá: “Soy la libertad”, el comodín que no tiene necesidad de comportarse con una mínima congruencia. No necesita desplegar su contenido. Ahora pintan bastos cada vez más cerca con las llamadas en auge cada vez más amenazantes que rememoran fascismos no extinguidos con la derrota en la Segunda Guerra Mundial. Ahora lo estimulante es la cruzada de “limpieza social” gracias a una retórica hueca de contenidos, pero que nos llega a rebosar de intolerancia y de mentiras.
Dependiendo de las circunstancias, los herederos del fascismo franquista prefieren mostrarse como defensores de las tradiciones y de un statu quo de la ley y del orden, aunque entendidos a su manera. En realidad no es más que un elitismo sin más ideología que la reaccionaria y con vocación totalitaria. Ante signos tan evidentes en el parlamentarismo democrático del auge de la extrema derecha, encuestas incluidas, resulta imprescindible sacudirnos la indiferencia. La libertad reclama a la memoria histórica ante las amenazas crecientes contra la dignidad humana y los derechos humanos, entre los que la democracia es su enemigo fundamental. Es evidente que está en riesgo serio ante el incremento exhibicionista del franquismo como el único modelo que acabará con nuestros males.
Estos movimientos no ocultan su atracción por la violencia. Saben utilizar el río revuelto para pescar en quienes van a ser los mayores perjudicados por el totalitarismo que venden. Se están organizando muy cerca de nosotros, alentados por el porcentaje de jóvenes que afirman que se vivía mejor con Franco, contraponiendo sus mensajes con los inmigrantes como el foco central del problema, de todos los males sociales. El fascismo español no se ha ido, sigue vivo y cada vez más fuerte.
El conjunto de síntomas no es nuevo. Por eso es importante recordar la historia reciente y también la más antigua. Los atenienses celebraban las fiestas Targelias de carácter agrícola, en las que incluían una ceremonia purificadora y expiatoria mediante el sacrificio ritual de dos personas acusadas de provocar hambre, sequías u otras desgracias a la comunidad. Las expulsaban fuera de la ciudad para ensañarse con ellas hasta matarlas. Eran las víctimas propiciatorias llamadas pharmakós (de donde procede “fármaco”), ya que su sacrificio arrancaba la enfermedad o desgracia social. Creían que el mal llegaba de fuera y debía ser expulsado con violencia. Antiguamente, los judíos elegían un macho cabrío, lo llevaban al desierto y lo apedreaban para que pagase por los pecados de la comunidad. De ahí viene lo de chivo expiatorio. Los japoneses acusaron injustamente del terremoto de Kantõ a los inmigrantes coreanos, desatando una matanza con miles de asesinados. La lista es infinita. Algunos quieren propiciar aquí un caldo de opinión similar demonizando a los inmigrantes…
Azuzar la cólera contra el diferente, el que nos cae mal porque no piensa como yo, es alimento para el fascismo que crece. En estos tiempos es necesario mantenerse alerta, esgrimir la crítica ante los desmanes verbales y manuales, y no cejar tampoco en tender la mano a quienes flaquean de dolores varios.
Con la división del mundo entre amigos y enemigos, parece que lo natural es la confrontación ante cualquier malestar social grave. Para la historiadora Rebecca Solnit, nuestra forma de actuar depende de si pensamos que nuestros vecinos son una amenaza mayor que los estragos provocados por la catástrofe o, por el contrario, son un bien mayor. Lo que creemos define nuestro comportamiento. Solnit alerta de que suelen cometer las acciones más terribles quienes están convencidos de que los demás van a comportarse despiadadamente y se plantean la disyuntiva entre devorar o ser devorados. Esto es lo que maneja el fascismo con la inmigración.
¿Por qué buscar culpables resulta más apasionante que buscar soluciones? Por nuestro resorte primitivo que sobrevive en nuestras mentes: la tendencia a simplificar la complejidad de las causas convirtiéndolas en delitos que alguien tiene que pagar, pero utilizando el doble rasero con los de casa y con los de afuera ante cada circunstancia amenazadora.
Durante décadas, creímos que la democracia era irreversible, el club que nadie quería abandonar envidiado por quienes carecían de libertad. Vaya paradoja que la tendencia actual sea cargarnos la democracia democráticamente, en las urnas. Un dato no menor es que “el atractivo de la mano dura parece aumentar entre quienes nunca la experimentaron” (Irene Vallejo).