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La carta del día

Jesús María Sos Arizu

El invierno como pauta necesaria

El invierno como pauta necesariaFreepik

El invierno no llega de golpe. Se va insinuando poco a poco. En la luz más corta de las tardes, en el silencio que cae antes en las calles, en la manera en que el cuerpo empieza a pedir abrigo, recogimiento y unos ritmos más lentos.

Vivimos en una época que busca el movimiento, la productividad, la velocidad y la respuesta inmediata. Da la sensación de que nada debe parar. Sin embargo, el invierno –y especialmente estas semanas previas a la Navidad– nos recuerda algo elemental: no todo en la vida debe ser crecimiento visible. Hay momentos para hacerlo hacia dentro.

Quienes trabajamos desde hace años en oficios ligados a construir y mantener lo construido sabemos bien que no todo se resuelve con prisas. Hay procesos que requieren paciencia, observación y respeto por los tiempos. Antes de levantar nada, hay que medir, comprobar, asegurar. Y a veces, lo más responsable no es avanzar, sino detenerse a revisar, e incluso retroceder si fuera necesario.

El calendario insiste en que diciembre es un mes de balances. Se hacen listas, se cierran cuentas, se formulan propósitos. Pero quizá el verdadero sentido de estas fechas no esté tanto en evaluar lo hecho como en aceptar lo que por algún motivo no se hizo, lo que quedó a medio camino.

El invierno nos recuerda conceptos de la sabiduría antigua, como la pausa fértil. Los campos descansan, los árboles parecen desnudos, la naturaleza entera entra en una especie de calma productiva. Parece inactividad, pero en realidad es preparación. Aunque no podemos verlo, sabemos que algo se está ordenando.

También en nuestras ciudades y en nuestras casas ocurre algo parecido. Cuidar lo que ya existe, mantenerlo en condiciones de seguridad y habitabilidad, prolongar su vida útil, es muchas veces más importante que levantar algo nuevo. Cuidar y mantener son tareas discretas, poco visibles, pero esenciales. Como tantas otras cosas que sostienen la vida.

Quizá por eso, la Navidad sigue teniendo sentido incluso para quienes no la viven desde lo religioso. Porque es, ante todo, un reencuentro: con los demás y con uno mismo. Una invitación a sentarse, a escuchar, a recordar sin nostalgia amarga y a mirar hacia delante sin ansiedad.

En estos días de frío y luces, convendría no exigirnos tanto. Ni pretender ser mejores, ni más eficientes, ni más felices de lo que podemos. Basta con estar. Con reconocer lo que ha sido este año, agradecer lo que permanece y aceptar que no todo depende de nuestra voluntad.

El invierno pasará, como siempre. La luz volverá a ganar terreno, el ritmo se acelerará de nuevo. Pero mientras dura, tal vez podamos permitirnos algo que escasea el resto del año: el tiempo sin urgencia, las conversaciones sin reloj, el silencio sin culpa.

Porque, como sabemos bien quienes llevamos toda la vida velando por la seguridad, la estabilidad y el cuidado de lo construido, avanzar no siempre es correr más, sino saber detenerse en el momento oportuno.

El autor es presidente del Colegio Oficial de Arquitectura Técnica de Navarra