PAMPLONA. Sin embargo, el mero aplazamiento de las obligaciones al último encuentro del torneo no deja de imponer un halo de suspense a la cita. Este aspecto inquietante del encuentro de la última jornada de Liga -debe haber un miedo controlado a lo que se avecina- le obliga a Osasuna a dar el último empujón, a recuperar esa convicción y espíritu que le han ido allanando el camino hasta ayer mismo, cuando también con un punto se lograba la ansiada permanencia pero no se operó en el sentido de los encuentros anteriores.

La necesidad mueve montañas también en el fútbol y el estado de alerta de los equipos cuando están en problemas favorece experiencias imposibles, inalcanzables en los partidos rutinarios. A Osasuna quizás se le está haciendo larga la temporada y el esfuerzo frenético de los tres encuentros anteriores, de las victorias con un trabajo brutal y una carga de emotividad del peso de un maratón, le pasaron ayer factura hasta sugerir la imagen de un equipo conciliador con el empate, calculador, menos frenético en pos de la victoria. Osasuna perdió un encuentro importante porque en él se podía haber logrado la permanencia, pero el triunfo del Getafe -nervioso siempre y laborioso a ratos- se cimentó en un gol en propia puerta y en otro tanto en el tiempo de descuento. Así andan los equipos que buscan la salvación, agarrándose a un clavo ardiendo, salvados por el soplo de un instante de intensidad superior. A Osasuna le tocará ahora administrar con sentido estos días de aplazamiento y llegar muy dispuesto al día decisivo.

Implicados en la misma lucha, cada uno haciendo sus cuentas, los dos equipos ofrecieron un primer tiempo equilibrado, sin ocasiones claras de gol y con un dominio alterno. Osasuna, con más sosiego clasificatorio, no le importó llevar el partido con cierta pausa, mientras que el Getafe, acelerado en muchos lances, probó fortuna a base de arreones. Pronto, a los diez minutos, Pedro Ríos no acertó a embocar a la portería tras una buena jugada de Miku, pero las siguientes apariciones con peligro se retardaron. Cerca de la media hora, Ricardo envió a córner un disparo lejano de Manu del Moral y en el último minuto del primer tiempo, nuevamente el meta se lució ante un centro chut desde la banda de Colunga. El Getafe demostraba su urgencia con demasiadas lagunas y eso hizo que Osasuna viviera un primer tiempo relativamente tranquilo. Los nervios de los defensas -evidentes en el caso del lateral derecho- no fueron explotados en este periodo por los atacantes de Osasuna, menos bulliciosos que en jornadas pasadas. Solo Cejudo pudo esquivar el bloqueo de la zaga e insistió en sus penetraciones y sus lanzamientos. Al menos, un primer tiempo discreto por parte de todo el mundo no había redundado en disgusto alguno en el marcador y, sabido el comportamiento excelente de los rojillos en los últimos tiempos tras el paso por los vestuarios, se debía confiar en la gestión del segundo acto. Calcular fuerzas.

El Getafe volvió a entrar en acción mejor, pronto Míchel introdujo dos cambios en su equipo claramente ofensivos. Sin un ápice de fútbol y más emoción que otra cosa, la tecla del partido estuvo en el gol en propia puerta de Miguel Flaño. A Osasuna le pillaron la espalda en un centro desde la banda y Parejo metió en el área un centro duro, con fuerza de remate, que condicionaba cualquier maniobra mejor por parte del zaguero.

Osasuna fue otro tras el tanto en contra, sacó fuerzas de flaqueza -la falta de chispa de algunos hombres tuvo que ver ayer con la falta de reservas- y mostró un interés por la portería del Getafe hasta entonces no plasmado. El equipo de Mendilibar fue incrementando sus argumentos con la presencia creciente de delanteros y un evidente riesgo en la zaga -con dos defensas acabó el Osasuna en el campo-. Antes de que Pedro Ríos se aprovechara del abordaje del área que estaba intentando hacer Osasuna y marcara el gol definitivo en un contragolpe, los rojillos dispusieron de dos claras oportunidades firmadas por Kike Sola y Pandiani que se encontraron con el portero y con el larguero. Fueron los instantes en los que se rozó el empate, el punto definitivo. El trabajo que ahora queda.