No sé cuánto gana Oriol Riera. Páginas especializadas apuntan que su precio en el mercado es de 1,5 millones. El delantero juega esta temporada en Osasuna cedido por el Dépor, club que lo fichó del Wigan, que a su vez pagó 2,5 millones a la entidad rojilla por el futbolista en 2014, aquel periodo de liberación de nóminas a mansalva en plena crisis. Desconozco su salario -hizo un esfuerzo de rebaja para venir a Pamplona- pero este jugador, de 30 años, debería seguir aquí hasta su retirada. Todo grupo necesita referentes, líderes que pongan voz al sentimiento colectivo, gente de ideas claras, con los pies en el suelo, ejemplares en su comportamiento, con frases directas y huyendo de la sobreactuación. Deportistas implicados que, sin tener que apelar a su condición de profesional, a una paga mensual, llevan teñida la piel del color de la camiseta porque han entendido a quién representan, sus valores y su historia. Y hay gente que lo mama sin haber crecido en Tajonar. Y Oriol es uno de ellos, como lo fueron en su tiempo el malagueño Manolo González, o el madrileño Javier Castañeda o el uruguayo Walter Pandiani. Oriol habló ayer por todos cuando, nada más acabar el partido, con las pupilas aún dilatadas por el esfuerzo y las pulsaciones todavía altas, fue capaz de componer ante la cámara de televisión un discurso con un mensaje rotundo: respeto. No hay nada que añadir a su análisis porque lo expuso con claridad; no menospreció a nadie, no habló de persecuciones, no hizo un discurso llorón ni acomplejado. Solo pidió respeto, cuando cualquier otro en su lugar hubiera dicho eso de que “quieren darnos la puntilla y saben cómo hacerlo...”. Porque Oriol también conoce de primera mano -y las ve sobre el terreno- las carencias de esta plantilla. Que lucha y no se entrega aunque arrastre una desventaja de 2-4 en el minuto 91, pero que comete despistes en la defensa de su área que le acaban costando goles, muchos goles, nada menos que 13 en los cuatro últimos encuentros como local. Ayer, los rebotes, los despejes cortos, cayeron a los pies o a la cabeza de rivales libres de marca. Y esa ventaja penaliza en una categoría en la que los aspirantes a algo no acostumbran a hacer regalos.
Pero ponía en valor el liderazgo de Oriol, una condición que cobra todavía más fuerza cuando el presidente del club, al carecer de credibilidad ante la afición, tampoco tiene ni argumentos ni autoridad moral para ponerse delante de un micrófono y reclamar respeto. ¿Cómo va a pedir respeto alguien que destituyó a un entrenador sin dar la cara y por una llamada al móvil? Por ese lado, el del presidente, hay poco que hacer. De ahí la importancia de los futbolistas -vilipendiados, por cierto, a través de sospechosos mensajes anónimos- y de que no solo asuman el orgullo del equipo y la afición, sino que sean portavoces de las reclamaciones, del malestar colectivo. Y si las hacen después de un esfuerzo como el de ayer, tuteando a un candidato al título, jugando (a su manera) a ganar, con la cabeza alta, palabras como las de Oriol no caen en saco roto y dan qué pensar no solo aquí sino lejos de Pamplona. Dudo, sin embargo, que cambie algo porque el colista, el último, siempre es el capacico de las hostias. Es lo más fácil. Por fortuna para Osasuna, ya está Oriol Riera para dejar las cosas claras. Para que no nos falten al respeto. Y eso no tiene precio.