Conmueven las lágrimas de José Luis Garde. Medio mundo no ha podido reprimir un puchero compartiendo la emoción de un padre orgulloso y de un aficionado recompensado cuando en la camiseta de su equipo ve estampado el nombre de su hija. En ese rostro encendido por la emoción hay huellas de muchas horas a pie de campo acompañando a la niña, de idas y venidas a partidos y entrenamientos, posiblemente de una historia de superación porque las mujeres no lo han tenido fácil en el fútbol y menos aún en Osasuna, que llegó a prescindir de su equipo femenino; y también muchos días compartiendo grada, sufriendo y disfrutando en El Sadar, mamando el osasunismo. Esas imágenes virales de padre e hija benefician al club más que mil campañas de publicidad, porque exponen un sentimiento profundo e intenso, hablan de un Osasuna con valores, de gente que lleva los colores a flor de piel, de familias que han transmitido lo que significa esta pasión. Un club donde la igualdad no es un eslogan sino una realidad.

Me pongo también en la piel de Juan Carlos Pérez, futbolista brillante en una de las épocas de mayor esplendor del Chantrea en juveniles y en Tercera División a finales de los setenta. Jugaba de extremo y de lateral izquierdo y lo tuve enfrente en su etapa en la Peña Azagresa. No creo que haya un vídeo, pero me gustaría observar su cara cuando vio en la pantalla del televisor cómo su hijo, Íñigo, trazaba con un tiralíneas el pase perpendicular que pedía Juan Villar con su desmarque. Un toque tan sutil, de tanta calidad, vale por todo un partido. Michael Laudrup hacía maravillas parecidas mirando al tendido; yo creo que siendo Málaga cuna de toreros, Íñigo Pérez dio uno de esos pases con tanto arte que luego los aficionados gustan de imitar una y mil veces imaginando que llevan una muleta prendida en su mano.

Ese detalle, ese pellizco taurino, es la mejor expresión de un Osasuna que doblega a sus rivales rompiendo estereotipos: ya no lo hace poniendo por delante el músculo, el pulmón y el corazón, sino desde el buen trato al balón. En realidad lo que hace es sumar las dos virtudes y así le sale lo que le sale: un equipo líder de Segunda y con un colchón de siete puntos sobre el primer aspirante a uno de los dos puestos de ascenso directo. El equipo de Arrasate le regaló la primera parte al Málaga pero el cuadro local no supo lo qué hacer; bueno, hizo solo un gol y pensó que, como otras veces, le serviría con resguardarse atrás. Pero no; el Osasuna de la segunda parte comenzó a mover la pelota con velocidad, a buscar triangulaciones con Torres como vértice, a dinamitar la banda con Nacho Vidal, a sorprender en los espacios con Brandon? Fueron dos los goles pero pudieron ser cuatro si Juan Villar está más certero en el remate y Munir menos rápido de reflejos.

Osasuna no es un líder accidental. Los resultados dicen todo lo contrario. También los gestos: los de Oier arengando a la tropa, arropando a Rober Ibáñez en el campo, comiéndole la oreja al árbitro y desquiciando a sus rivales. Y sobre todo esa virtud de levantarse, de volver a ser otro equipo después del análisis de errores en la caseta, de seguir creciendo. Un líder, en fin, con la capacidad de emocionar.