n todo éxito hay una renuncia. En la permanencia que ya acaricia Osasuna, también. Lejos de seguir alimentando debates sobre el estilo, los sistemas de juego y la defensa de los principios que definen al equipo, Arrasate tiró ayer por la calle de en medio. El entrenador apostó por la eficacia, olvidó pruebas anteriores, dejó de poner por delante en sus planteamientos las virtudes del rival e hizo suya la máxima de ganar a costa de lo que sea. La frase que pronunció en la víspera del partido - "el equipo necesita al entrenador", resumió tras las dos últimas derrotas- lejos de ocultar insospechadas intenciones con menos defensas y más delanteros, no tenía más fundamento que el de adoptar un doble sistema de seguridad defensivo, poner el balón sin reparos en el campo del rival y aprovechar la oportunidad, que siempre aparece aunque no lo merezcas. Dejemos para los comentaristas foráneos, debió pensar Arrasate, las evocaciones del buen juego de Osasuna antes del parón, las apelaciones a todo lo que aportó Chimy y el tópico del fortín de El Sadar. Este discurso vino bien para rellenar minutos y minutos en los que en Mendizorroza no pasaba nada, pero el plan de Arrasate no iba por ahí.

Durante una hora llegó a tomar peso la idea de que el empate favorecía los intereses de Osasuna y Alavés, y aquí paz y después gloria. La sospecha tenía su base; por un lado, Osasuna renunciaba a elaborar fútbol, los centrales lanzaban pelotazos de 60 metros que eran entregas de balón a la zaga local o a su portero; por otro lado, Oier y Moncayola parecían cumplir con la consigna de despejar al primer toque, no importaba ni cómo ni adónde. ¿Fútbol de elaboración?, no gracias. El partido llegó a hacerse insoportable. Solo los remates de Lucas Pérez y Joselu, siempre lejos del objetivo, recordaban que había algo en juego. Tampoco es que Osasuna se empeñara en ganar los tres puntos: ya digo que bastante tenía con los despejes de cabeza de David García y los puntapiés de Aridane para poner el esférico en órbita. A Enric Gallego le caían los balones como el arroz en las bodas. Cuando los de rojo conseguían enlazar tres pases, parecía otro deporte. Y en esto apareció Lato.

El defensa valenciano estaba al nivel del partido: correcto en la marca, algo blandengue en las disputas y poco ingenioso en ataque. Sin embargo, mientras el resto del equipo esperaba una vez más el retorno del balón, Lato surgió en el área de la nada tras la enésima disputa fallida de Gallego, el cuero le llegó casi de rebote, y lo facturó con la calidad de un zurdo al fondo de la red. Y no hizo el 0-2 tres minutos después porque llegó pasado de revoluciones y conteniendo ya las lágrimas que derramó sin disimulo al final del partido.

Con lo que cuesta mantenerse en Primera, no nos vamos a poner exquisitos porque los tres puntos que suponen el salvoconducto casi definitivo llegaran en un partido de esos que acaban calificando de "práctico" porque no hay muchos más que decir ni rayas para trazar en una pizarra de analistas. Hay que aplaudir la capacidad de Arrasate para interpretar lo que estaba pasando, elegir lo que convenía al equipo en esta tesitura de cierta decadencia futbolística y dar con la tecla una vez más. No será lo más vistoso, pero demuestra que el entrenador sabe lo que interesa al equipo: unas veces la presión alta, otras el juego por bandas, las más la ofensiva en oleadas; y en días como el de ayer, no perder y, si se puede, ganar. Era una causa de fuerza mayor.