l sufrimiento va pegado a la piel del osasunismo. Cuando un niño o una niña comienzan a dar señales de apego a la camiseta roja, alguien cercano debería intentar explicarles lo que les espera. No servirá de nada, pero al menos podrán recordarle en los malos momentos eso de "ya te lo advertí...". El seguidor de Osasuna ya sabe desde el comienzo de su idilio los riesgos de esta relación pasional, porque no hay generación que no haya asistido en primera fila a esos ciclos autodestructivos del equipo y en ocasiones hasta del propio club. ¿Quién no siente un escalofrío cuando recuerda la tarde de Sabadell? Cuando pensamos que el sufrimiento tiene un techo, hay un nuevo acontecimiento que lo supera. Al menos, así venía ocurriendo en los últimos años, hasta que Arrasate decidió domiciliarse en Pamplona. Porque son ya tres temporadas en las que las ligas, de 42 partidos o de 38, se hacen largas. Y como que no terminan nunca. Lo mismo para un ascenso que para una permanencia. Es cierto que hay tramos torcidos en los que todo son conjeturas y prevenciones ante una posible fatalidad. Pero nada más que eso. La mística de la última jornada, de momento, no va con este equipo. Y hay que buscar objetivos para revitalizar el sistema nervioso: que si una carambola europea, que si más dinero por mejor clasificación, que si el orgullo y tal. Nada parecido, ni de lejos, a aquellos partidos a cara o cruz, de digestiones pesadas y hasta de insomnio previo. Y más de uno, aunque cueste creerlo, lo echa en falta.

Vean si no lo acontecido ayer. La afición de Osasuna dividida entre los que quieren que su equipo gane siempre, los que no quieren que gane para que el Madrid no se apunte otra Liga y los que no quieren que pierda para que así les favorezca a los merengues. Así que fue marcar gol Budimir y los grupos de whatsapp comenzaron a echar humo. De tal forma que se generó una tensión en los últimos minutos que suplía, aunque mínimamente, ese déficit de angustia. Estaban los que renegaban de esa competitividad de Osasuna (olvidaban quizá cómo Jesús Gil y el árbitro Díaz Vega empujaron a Osasuna en el curso 1993-94 en su caída a Segunda) y los que en los minutos siguientes observaban falta de tensión defensiva en los rojillos (de las tropelías cometidas por los árbitros en el Bernabéu ni se acordaban) mientras que de reojo miraban a San Mamés. Toda esa tensión interna y externa llegaba también a los futbolistas de Osasuna que, como reconocía Rubén García al finalizar el encuentro, eran conscientes de todo lo que había juego y de su delicado papel en ese contexto. Porque pasara lo que pasara solo iban a dejar contentos a los hinchas de un solo escudo y más de un futbolista del Atleti no se recataba de reprocharlo con sus gestos en el campo.

El centenariazo del Manzanares, aquella victoria por 0-1 en el aniversario de los colchoneros, flotó en el ambiente. Porque salvando las distancias, puestos a sufrir los buenos seguidores del Atleti también tienen mil historias a las que agarrarse. Basta con ver a su entrenador, Simeone, cómo se agita en la banda. Quizá por eso su victoria agónica nos recordó algunos episodios en la vida de Osasuna. De cuando todo se resolvía en el último partido.

Calleri, futuro en América. Ausente en las cuatro últimas convocatorias y adelantado por Budimir en las preferencias de los técnicos, el futuro de Calleri apunta a un club americano. En el Sao Paulo dejó buen recuerdo y sigue teniendo cartel. Otra opción que se baraja es Boca Juniors, club en el que también jugó.