evisemos el proyecto. La filosofía de la propuesta, la letra de los planos, apostaba por un estadio que reflejara el carácter granítico de Osasuna como local; acompañado de una acústica que hiciera temblar a los cimientos y a los rivales, con unas gradas cuya inclinación ejerciera una presión extra; un recinto, en fin, inexpugnable por sus cuatro esquinas. Un muro. Pero consumidos cuatro partidos de la temporada 2021-22 ya aparecen grietas. Creo que esta incidencia no estaba prevista ni en la redacción del proyecto ni es un capítulo atribuible al sobrecoste de las obras. Aquí donde históricamente era misión de titanes arrancar algún punto, resulta que ya han volado 10 en un ir y volver. Los malpensantes comienzan a hablar de maleficio, que es una forma de evitar las críticas al equipo. Hay que remontarse a la temporada 2016-17 (la del descenso) para encontrar un balance igual de negativo, con dos derrotas y dos empates en el inicio. Nadie pensaba que ese proyecto tan armonioso en lo arquitectónico, tan a cubierto de inclemencias, no protegería más al equipo que el vetusto estadio de ladrillo caravista, pero en noches como la de ayer muchos osasunistas cambiarían la incomodidad de tener una columna delante por celebrar una victoria, más ahora tras un año sin acudir al campo. No ha sido el mejor retorno.

Pero ¿qué le está pasando a Osasuna en El Sadar? En los dos primeros encuentros, contra Espanyol y Celta, el equipo no fue capaz de plasmar su juego en goles e incluso desaprovechó un penalti contra el cuadro gallego. Frente a Valencia y Betis, tras un prometedor periodo de partido, se derrumbó con estrépito a la hora de defender. Ayer, el cuadro de Arrasate entró muy bien en el lance, pero concedió un rechace en el área que supuso el 0-1. En la segunda parte salió a pecho descubierto; se enzarzó en una pelea a golpes -que el Betis aceptó- cuyo único propósito era ver quien tenía más fuerza para mantenerse en pie; hubo ocasiones en la cabeza de Brasanac y en la de Kike García, pero también en los disparos de Guido y de Fekir. Ambos contendientes hicieron una apuesta a todo o nada, pero había un matiz desequilibrante: el Betis se maneja mejor en el contragolpe, tiene futbolistas para ejecutarlo con precisión -como ya avisó en la víspera Arrasate- y por ahí acabó matando a Osasuna. En ese juego de estrategias, Pellegrini fue más eficaz que Arrasate o, cuando menos, lo fueron los jugadores que el chileno metió en el partido, que aportaron los dos último goles. Los cambios en Osasuna más que sumar debilitaron al equipo, roto ya de antes por la palpable fatiga de jugadores con el peso de Moncayola o Rubén García.

Osasuna, de momento, se ha sentido más cómodo jugando fuera de casa, quizá porque protege más su zona defensiva y las líneas están más juntas. O quizá todo es más sencillo viendo el alto rendimiento que obtiene en sus llegadas al área, lo que no sucede en Pamplona. Pero al aficionado le gusta más ver ganar a su equipo en el estadio que por televisión. Porque el Muro Rojo queda espectacular en la toma aérea, pero vamos a ir sellando las grietas por las que se escapan puntos o tendremos que darle una vuelta al proyecto. Al futbolístico, me refiero.