A Jesús Riaño lo conocí cuando los teléfonos móviles estaban aún por popularizarse, las crónicas se pasaban a veces por fax y el enviado especial que seguía en este caso a un equipo de fútbol estaba más de dos días para completar un desplazamiento de ida y vuelta a cualquier punto. Riaño ya estaba de mucho antes ahí, cuando el periodismo todavía era más artesanal, todavía dando los primeros pasos antes de unirse a la tecnología desbocada que lo quiere gobernar ahora.

Y cuando eres un pipiolo recién llegado, siempre está bien que haya quién te eche una mano, te explique y cuente. Y el combativo Jesús, periodista competitivo y tocapelotas con la competencia, en eso estaba de los primeros. Y Jesús Riaño siempre fue un buen compañero, un magnífico tipo que sabía estar cuando la tecnología se te ponía en huelga, había que coger sitio en algunos campos de Dios innombrables o discutir, ay discutir, con la recepción del hotel por lo que fuera. Atropellando para conseguir una declaración y con la grabadora en la mano como advertencia de "que voy"... Entonces, tocaba alguna discusión, porque se liaban las cosas, los protagonistas se enredaban, idas y venidas, "Jesús me estás volviendo loco".

Riaño, buen compañero de viajes, disfrutón, peleón contra todos y súper activo. Un osasunista de arriba a abajo, con batallitas en cada rincón y recordando que eras un conejo en cuanto podía. Un tipo con carácter con el que te sentías arropado cuando siendo un crío te tocaba ir a los sitios y un contrincante de altura con el que medirte. Duro en casa y más comprensivo fuera.

Aunque ya sabes Jesús que lo que pasa en los viajes, no se cuenta. Amigo.