odos los años me ocurre lo mismo la última jornada de Liga en El Sadar: me resisto a dejar la grada. Al concluir el partido y sin jugadores en el campo, mis ojos se aferran al césped, y cuando logro despegarlos, remiro para instalar esa imagen como foto de perfil en mi memoria durante los meses sin competición. Así actué el 22 de mayo. Me despedí hasta agosto, pero una semana después en la Redacción del periódico el Largo dijo que posiblemente Pamplona acogería el amistoso de selecciones entre Argentina y Estonia. ¡Oportunidad de regresar al estadio!

Como si de un deseo de cumpleaños se tratara, la noticia cuajó; y, con puntualidad, compré vía web la entrada. El domingo ocuparé mi localidad de socia, pero esta vez, para el primer partido de selecciones de este nivel en El Sadar.

Varias personas me han preguntado por qué el afán si, posiblemente, Messi apenas juegue, y disputen el encuentro suplentes más que estrellas de la albiceleste tras granar la Finalissima en Wembley. Comentarios banales para mí. Asisto por el propio evento en sí, el año en que Argentina aspira a ganar el Mundial en Qatar. Participo por ser un hito deportivo en la historia de Osasuna. Aquí apelo a mi vena periodística por la necesidad de contar una historia diferente. Acudo por el gusanillo de una tarde de fútbol -el mejor plan para terminar el fin de semana, sobre todo si la hinchada argentina anima como sabe-. Antes aprovecharé para socializar con mis amigos y amigas de la peña en los aledaños, con un vaso entre las manos. Mi curiosidad me llevó a consultar el número de argentinos y estonios empadronados en Navarra: 2.500 frente a 15, según Nastat. Ante semejante desproporción, me inclino por Estonia. En definitiva, como conclusión a la pregunta: me motiva El Sadar -sé que no todos lo entenderán-.

*La autora es periodista y socia rojilla