Ya conocemos a Raúl García. Para quienes recuerdan que hay un fútbol para cada época, que una fórmula de éxito releva a otra decadente, que un nuevo baile de posiciones recompone esa especie de fórmula matemática que siempre suma once en su dibujo, cuando parece que hay futbolistas que solo rinden en determinados sistemas diseñados casi a su medida, encontramos a tipos como Raúl García que viajan en el tiempo.

Si lo cuelo en esta columna por la parte alta es porque el fútbol exige un comportamiento intenso, sin reservas negociables, al margen de la categoría de la competición y de las capacidades del rival. También ser ajeno a lo que dictan las modas. Traigo a Raúl como ejemplo porque después del partido que jugó el martes el Athletic en Sestao (0-1) reconoció que le gusta participar en estos compromisos que tienen como marco pequeños estadios, superficies que no llegan al estándar obligado por LaLiga y colocan enfrente a contrincantes con poca popularidad pero con un extra de motivación. Esto, hoy en día, solo puede experimentarse en las dos primeras eliminatorias de Copa. Viene a ser como el reencuentro del futbolista de élite con sus orígenes o con lo que es (o era) la esencia de este juego.

Y en esa situación que para quienes siguen el fútbol solo por televisión o en una cómoda localidad se antoja atípica, hay quien como Raúl García disfruta y otros tuercen el gesto, recogen la pierna y caminan como de puntillas sobre el campo. Y luego pasa lo que pasa, quedan eliminados y sale algún entrenador de relumbrón para quejarse por el sistema de competición en lugar de organizar un pifostio en la caseta. Yo creo, sin embargo, que este torneo no concede prebendas y es un ejemplo de respeto, quizá provocado porque siempre hay alguna sorpresa de las gordas en forma de KO de algunos de los grandes y nadie quiere ser el siguiente en ser señalado; pero poner en valor al rival –aquello de Pep Guardiola cuando entrenaba al Barcelona al describir uno por uno a los jugadores de su rival de la extinta Segunda B– es poner en valor al fútbol. Y eso lo escenificó bien en la víspera Jagoba Arrasate; no solo eso, sino que lo llevó a la práctica poniendo sobre el campo un equipo que se empleó con la intensidad de siempre y en el primer cuarto de hora tenía encarrilada la eliminatoria. Osasuna no miró al Arnedo como un rival menor sino como un adversario con sus virtudes y sus defectos, que repartió de forma inversa en cada uno de los dos tiempos.

Otro buen ejemplo de lo que digo fue la ambición de Kike García, que algún día acabará pidiendo que le contabilicen los goles que marca en los entrenamientos. Ayer sumó dos más en la cuenta oficial, dejó otro remate en el poste y, como Raúl García, disfrutó tirando paredes, molestando a las centrales, zambulléndose en un hábitat en el que chapotea con ganas. Dos tipos estos que encajarían en el fútbol de los años 30, en el de la WM o en el de los 60. Porque no olvidan de qué materia prima esta tejido el fútbol pese a que muchas veces quede escondido, cuando no suplantado, por un puñado de profetas que nunca han sabido cómo se saca la pelota de un charco o cómo se empuja en el barro. Y la Copa viene bien para recordarlo. Dicho desde el respeto.

Confidencial

Último capítulo de la demanda de Enric Gallego. Será el 15 de febrero próximo cuando la Sala de lo Social del Tribunal Superior de Justicia de Navarra decida sobre el recurso de Osasuna por la sentencia que le obliga a pagar 1,2 millones por la recisión de contrato de Enric Gallego. El club pretende ‘descontar’ 500.000 euros que el futbolista cobró del Tenerife.