El mejor estilo es el que te lleva al triunfo. Con tres centrales, con tres delanteros, a zapatazo limpio o con mil quinientos pases. Colgando a los jugadores del larguero o buscando el contragolpe. Hay equipos observados con lupa y los que la afición exige jugar bien y ganar. No es el caso de Osasuna; de los rojillos se espera que ganen y luego ya hablaremos si el método empleado es óptimo. No vamos a ponernos exquisitos después de 104 años a lo largo de los cuales el equipo ha seguido unas pautas que le hacen reconocible aunque vista de blanco o de azul marengo.

Hablamos de una defensa agresiva, de una circulación de balón rápida, mucho ataque por bandas y venga balones a la olla. Ya hemos visto que entre esos requisitos caben otras aportaciones; desde la WM que introdujo a finales de los años cuarenta el canario Mártín González Rizo, el juego de cruces de Alzate, la defensa más veloz de la historia de Zabalza (De Luis, Castañeda, Pepín) o la agresividad aquilatada de Aguirre. Cada entrenador trae su manual, pero si no atiende a unos requisitos básicos, acaba siendo víctima de su propia confusión como ocurrió con Rafa Benítez o con Diego Martínez.

No es que por estas tierras hagamos ascos a las exquisiteces; Osasuna ha realizado partidos magníficos con largas posesiones de balón, pero cuando, como ayer, hay que cambiarle la cara al partido, el ritmo lento, la circulación de la pelota que parece más propia del balonmano, el analizar cien opciones por dentro antes de enviar un centro al área, no arregla nada y lo complica todo. La mayoría de los equipos repiten el mismo modelo y no vale para todos. En Vigo, Osasuna mandó con el balón durante toda la primera parte. Se desenvolvió con soltura (el Celta apenas presionó), no erró apenas en los pases, pero no supo cómo atacar la defensa celeste con un plan muy previsible y ninguna solvencia en el remate. Puedes tener a Budimir en el campo, pero todos los balones le llegan de espaldas o con los centrales bien anclados porque no tienen necesidad de correr hacía atrás.

Solo Bryan Zaragoza desafió las normas y cansado del ir y volver del balón optaba por la acción individual, aunque sin ningún resultado práctico y con el mosqueo de algún compañero. En los antiguos códigos del fútbol la definición de lo que pasó en Balaídos era la de ‘dominio infructuoso’. Ni más ni menos que el ejercido ayer por Osasuna, que no metió el balón entre los tres palos hasta los últimos minutos. Después de tocar y tocar y tocar –yo creo que hasta los jugadores del Celta se impacientaban–, el balón le llegó a Arnaiz y tuvo que decidir entre el chut a gol o devolver la pelota hacia atrás que era lo que venía haciendo el equipo. Remató y envió la pelota al espacio del portero.

Esta elección de estilo no rinde apenas puntos lejos de Pamplona y ahonda en la decepción que se instala en el aficionado tras cada derrota. A fin de cuentas, toda esa posesión de balón inocua, el no rematar apenas a portería y trasladar después de noventa minutos que te has vuelto a dejar puntos en el camino demostrando que has sido superior en muchos tramos del partido, ese rastro no ayuda a disipar las dudas. Que haberlas, ailas.

Confidencial

Braulio exporta su metodología. El director deportivo de Osasuna Braulio Vázquez expuso su modelo de trabajo en un curso universitario en el que se presentaba, a tenor de los resultados, como una metodología de éxito. Braulio, que incluyó a la prensa como un “factor a tener en cuenta” a la hora de tomar decisiones, sugirió a los alumnos “que no idealicen los modelos, ni el mío”.