En 1919, mientras Europa restañaba las heridas de la recién terminada Primera Guerra Mundial (lo que en su época se llamó "La Gran Guerra", ignorando que apenas 18 años después comenzaría otra aún mayor), Pamplona seguía siendo una ciudad de pequeño tamaño y rodeada de murallas por casi todos sus frentes.
En la fotografía, situada muy cerca del punto en el que durante años estuvo el restaurante Hartza, puede verse a una tropa de mocetes que, como solía ser habitual entonces, juega a lo largo de los adarves y paseos de ronda. Uno de ellos lleva un traje de marinerito que hoy se consideraría inverosímil, y tampoco faltan los más populares blusones y las camisas con bermudas. Las chicas, por su parte, parecen querer mantener las distancias. Vemos también a un artesano bigotudo, con mandarra de trabajo, detrás una señora con los brazos en jarras y, al fondo, un anciano sentado en una silla, que conversa con un par de niños. En primer plano, en abierto desafío a la cámara, un muete se ha acercado al muro y, cogiendo su cuaderno con los dientes, emplea sus dos manos en hacer pis ante las mismas barbas del fotógrafo.
HOY EN DÍA esta calle ha cambiado sobre todo por el derribo de las murallas, que liberó la zona pero que le hizo también perder algo de su antiguo ambiente. Ha desaparecido la mayoría de los edificios originales de este tramo, y los nuevos no respetan siempre el antiguo alineamiento de las casas. Al fondo vemos el Frontón Labrit, de hondas resonancias pelotazales, y que lleva el nombre de Juan III de Navarra, último rey legítimo antes de la nefasta agresión de 1512.
Los niños y niñas de la imagen antigua, que habrían nacido en torno a 1910, rondarían hoy los 100 años, y es de temer que la vida no haya sido demasiado fácil para ellos. Tendrían tan solo 11 ó 12 años cuando el desastre africano de Annual y Monte Arruit, pero rondarían los 25 cuando se inició la Guerra Civil, con lo cual es posible que les tocara jugarse los cuartos en el frente, o sufrir el terrible paseíllo nocturno hacia alguna escondida cuneta. Especialmente nos apena no haber podido seguir la trayectoria vital del niño que, literalmente, se meaba en la foto y en el fotógrafo. No nos cabe duda de que llegaría a ser todo un fenómeno.