ola personas, menudo adelanto veraniego que nos están regalando las isobaras, esto ya es otra cosa. A ver si dura.

Bueno, hoy ya cerraré este largo paseo que nos hemos dado por los palacios dieciochescos de la vieja Iruña. Nos quedamos el domingo pasado en la plaza del Consejo viendo la enorme casona que levantó Pedro de Urtasun en aquella centuria. No nos moveremos ni un paso, simplemente giraremos a nuestra derecha para admirar la siguiente mansión que vamos a conocer, de manera superficial, claro está, tanta historia como tiene la familia Eslava no cabe en estas cuatro líneas.

El viejo palacio de la plaza del Consejo es conocido de todos como palacio de los condes de Guendulain, sin embargo, su nombre primigenio fue palacio de Eslava, pues tal era el apellido de quien lo levantó.

Era esta una familia proveniente de la villa de Eslava en la merindad de Sangüesa, con los años fueron aumentando de patrimonio y de relevancia social por vía matrimonial emparentando con los Lasaga, Eguiarreta o Berrio que son, junto al principal, los cuatro apellidos que figuran en la maravillosa labra heráldica que luce su fachada. Esta saga llegó a su máxima posición con Sebastián de Eslava y Lasaga que alcanzó el cargo de Virrey de Nueva Granada y que pasó a la historia como el gran defensor, junto a Blas de Lezo, de la plaza de Cartagena de Indias. La familia Eslava contando con un miembro tan principal y con la fortuna que de América les llegaba pasó a ser una de las más influyentes del XVIII pamplonés, y a pesar de que poseían alguna casa en la capital, les faltaba un buque insignia que estuviese a la altura social que pretendían. Para ello eligieron la plaza del consejo. Para hacerse con un solar de suficiente empaque compraron tres casas, la del mayorazgo de Sada, propiedad de Pedro de Bayona y Eguía, la de Ana Francisca de Tirapu y la de Francisco de Azcarate. Se procedió al derribo de estos inmuebles y en 1753 se comenzó a levantar el palacio, rematando su construcción en 1755. La casa en un principio fue simplemente el Palacio de Eslava ya que la familia aun no tenía título alguno, era lo único que les faltaba para estar en la cúspide social, y, por fin, el 24 de abril de 1760 Carlos III nombró a Gaspar de Eslava Marqués de la Real Defensa por los méritos que había alcanzado su difunto tío Sebastián. A partir de ahí la casa pasó a llamarse Palacio del Marqués de la Real Defensa. La segunda marquesa se casa con el conde de Guendulain, entroncado con la más antigua nobleza navarra y ya los títulos llegan en tropel a la familia. No es cosa de enumerar y seguir con la historia familiar cuyo actual representante, lector de mis ERP, nos podría contar infinitamente mejor que yo. Hablemos de la casa. La casa es esa casa que todos tenemos en nuestra memoria desde nuestra más tierna infancia, ¿quién no paseaba por lo viejo de la mano de su madre y al ver semejante caserón no imaginaba cuentos y aventuras sin fin?, ¿quién no metía la nariz cuando el portón estaba abierto para admirar asombrado aquella maravillosa carroza que había en su zaguán? La curiosidad que muchos teníamos de conocerlo por dentro se vio satisfecha hace unos años cuando la familia lo convirtió en hotel y pudimos admirar sus salones, su patio con capilla y fuente de Luis Paret y Alcázar, la quinta que hay en Pamplona y la única en manos privadas, sus escaleras y la cúpula que las cubre, las sillas de mano en las que sus antiguos moradores se paseaban por nuestro pasado y la famosa carroza sin necesidad de verla al descuido del conserje. Ahora vuelve a estar cerrado, esperemos que se le dé alguna solución y la ciudad pueda contar de nuevo con una infraestructura tan envidiable como es el palacio de Guendulain.

Seguí mi paseo por la calle Zapatería, en ella se ven edificios de mucha envergadura, pero dos destacan sobre los demás.

El primero de ellos fue levantado entre 1758 y 1764 por Juan Francisco Navarro Tafalla. Dicho ciudadano había nacido en Mérida, en 1709 en el seno de una familia de escasos recursos, y es un claro ejemplo de un hombre enriquecido por su arte y su trabajo. Como tantos otros marchó a las indias a buscar fortuna y por lo visto la encontró. Con mentiras consiguió el hábito de la orden de Santiago y con él consiguió más adelante ejecutoria de hidalguía y el derecho a usar y lucir sus armas, sin embargo, en la fachada de su palacio pamplonés, el medallón donde deberían de estar dichas armas está vacío.

Con el tiempo la casa pasó de mano en mano y en el siglo XX fue sede de un periódico llamado la Voz de Navarra que en 1936 fue incautado y pasó a ser el “Arriba” órgano de propaganda falangista. El resto de sus pisos albergaban diferentes organizaciones, así yo recuerdo que en el último piso estaba el centro Mariano y en él en mis tiempos mozos varias cuadrillas celebrábamos aquellos guateques que tanto nos ayudaban a “acercar” posturas.

Actualmente el PNV ha recuperado en él su vieja sede y lo tiene bien restaurado y bien cuidado.

El siguiente es el palacio de los Mutiloa. Familia procedente del palacio de Mutilva que estuvo presente desde el siglo XVI en muchas circunstancias y es fácil ver a alguno de sus miembros en hechos acaecidos en ese siglo y siguientes. Esta familia no necesitó comprar solares y derribar viejas casas para levantar en tan señorial calle su casa principal ya que ellos ya gozaban de esa ubicación desde hacía varias generaciones, se podría decir que el actual palacio es una reforma de lo que ya tenían y que lo amoldaron a los gustos de la época. Las obras se empezaron en 1748 y se acabaron un año después. Volvieron a obrar en la casa en 1765 para levantar el tercer piso.

Es un edificio curioso con portadas de medio punto con sus dovelas almohadilladas, toda la fachada de rica sillería, los vanos de las ventanas están moldurados y los balcones presentan una rejería espectacular. Actualmente alberga oficinas municipales y una sala de exposiciones en la que siempre expone el mismo: nadie.

Mirando el palacio el otro día vi que los puestos para arrojar las basuras a ese gran invento neumático que luego las transporta por arte de birlibirloque, están justo en su fachada, no lo entiendo. Siendo, como fue, una obra nueva, ¿no se podían haber puesto frente a otra casa y dejar la palaciega fachada libre de impedimentos para poderla admirar? Dios, qué cabezas.

Y hasta aquí mi recorrido por casas y palacios de épocas de lustre y oropel. Espero no haberos aburrido demasiado.

Besos pa tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

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