La asociación Amigos de los Castillos, una entidad fundada en 1985 para visitar las fortalezas de Navarra y alrededores, atravesaba una situación crítica. A finales de 2019, de los 1.600 socios iniciales resistían 13: una docena de mujeres que cursaban un taller de pintura y el secretario, Miguel Ángel Martínez, de 82 de años.

La institución casi no tenía dinero y debían pagar las obras de cimentación del edificio donde se situaba el local: Aldapa, 1. Ante la falta de liquidez, la Junta Directiva sacó a la venta la bajera y la entidad estaba abocada a la desaparición.

“No había otra solución”, señala Miguel Ángel. Pero esta historia tiene un final feliz. Ana Isabel Larrayoz, actual presidenta de los Castillos, convenció a su marido, Ignacio Vázquez, de que vendiera su piso de la calle Mayor y que con ese dinero comprara el local y se lo cediera a la asociación. “Si no lo hacía, Ana Isabel se iba de casa”, comenta Ignacio. En la actualidad, han pagado las obras, son 125 socios y organizan un sinfín de actividades. El resurgir de los castillos. 

Ana Isabel, vecina del Casco Viejo, se jubiló en 2018 y empezó a pasear por Navarrería. “Veía a unas señoras pintando en una bajera de la calle Aldapa, me entró la chirrinta y me hice socia”, relata. Los Castillos estaba en horas bajas y la docena de pintoras eran las únicas que daban vida al local.

Meses antes de la pandemia, el bar Aldapa compró la bajera de al lado y averiguó que las bajantes del agua estaban rotas. “Las aguas fecales habían deteriorado los cimientos del edificio. Estaban totalmente al aire y había que arreglarlo. Nosotros pertenecíamos a la misma comunidad de vecinos y debíamos pagar lo que nos correspondía”, explica. Cuando los socios conocieron la noticia, “se asustaron muchísimo” y dijeron “apaga y vámonos”. 

Los Castillos celebró una asamblea general –acudieron las pintoras y la Junta Directiva– en la que el secretario propuso la venta del local. La medida salió adelante y el dueño del Aldapa hizo una oferta para convertir la bajera en almacén del bar. “Se me cayó el alma a los pies. Llevaba dos años en la asociación, habíamos hecho una piña muy majica y pintábamos muy a gusto. No podía permitir que otro local del Casco Viejo, se convirtiera en un almacén para un negocio de hostelería. Solo con pensarlo me moría de la pena que me daba”, confiesa. 

Ana Isabel no dio su brazo a torcer. Cuando salió de la asamblea, comenzó “a comerle el tarro” a su marido para que comprara la bajera de la asociación. “Me ponía mil pegas. Que no le iba a dar más que gastos, que estaba muy viejo y en malas condiciones... Pero soy una paseada y no paré de insistirle. Era como en escenas de matrimonio”, recuerda. “No me hacía ninguna ilusión”, confiesa Ignacio, que, al final, tuvo que ceder. “No me quedó más remedio. Si no lo compraba, se iba de casa”, subraya. 

Ana Isabel se puso en contacto con la agencia inmobiliaria que gestionaba el edificio de Aldapa, Ekíser, y les hizo la siguiente oferta: les compraba el local de la asociación si le vendían un piso de la calle Mayor. “Lo usaban los sobrinos de Catalunya de mi marido en San Fermín. Los otros 356 días del año estaba vacío”, comenta.

Ekíser les vendió el piso e Ignacio compró el local. “No tiene precio ver las caras de felicidad de las pintoras”, afirma. “Cuando me enteré de que compraba el local pensé, ‘con 84 años voy a tener que seguir currando’. Me alegre mucho”, indica Miguel. 

Las pintoras –Concha Irurita, Fe Iglesias, María Jesús Goikoetxea, Carmen Hidalgo, Ana Campo, Milagros Lamberto, Águeda Lozano y Toñi Alfaro– agradecen la generosidad de Ignacio.

No pensaba que existieran personas tan buenas, que pongan algo suyo en beneficio de los demás y sin buscar nada a cambio. Me quedé impresionada”, confiesa Toñi, que destaca la importancia de la pintura en su vida. “Es fundamental, dejo de hacer cualquier cosa por venir aquí”. “Lo es todo. Entretenimiento y amistad”, apunta Milagros. “Venir a pintar me calma mucho. Entro por la puerta y desaparecen todos los males”, subraya Garaikoetxea. 

Talleres y salidas

Desde hace un año, Ana Isabel es la presidenta y ha revolucionado la asociación: ha creado una cuenta de Facebook, ha puesto internet en la bajera, ha comprado un ordenador y ha organizado talleres de euskera, de fotografía, de teléfonos móviles o de gestiones on line.

Y está hablando con Caja Rural para que les impartan un curso de banca telemática. “Nos queda poca vida y no queremos estar sentados en un sofá mirando cómo pasa el tiempo por la ventana”, defiende. 

La asociación ha seguido el consejo de Ana Isabel al pie de la letra y en el último año han recuperado el día del socio, que se celebró el 17 de junio con una comida en el Hotel Maissonave, organizaron una chistorrada popular en el txupinazo de San Fermín Txikito o una comida en el local en San Saturnino. “Queremos marcha”, bromea Ana Isabel. 

El 19 de marzo, Día del Padre, disfrutaron de una calcotada en un castillo de Tarragona y las mujeres de la asociación entregaron a los hombres unas bolsas de tela para comprar el pan personalizadas.

“Les pusimos su nombre, un dibujo de una cara y la frase. Feliz Día del Padre 2023. Yo compro el pan. Queremos fomentar la ecología y la igualdad, que los maridos se impliquen en las labores del día a día”, señala.

Y la fiesta continúa. El 22 de abril pondrán rumbo Alfaro –comida con baile y bingo–, del 24 al 28 visitarán Castilla La Mancha y a primeros de mayo peregrinarán a Lourdes.