Viajemos a la Pamplona del siglo XV, como nos propone con su libro. ¿Cómo era esa “ciudad con un nombre y tres almas” de la que habla?

–Para la época, con sus 8.000 habitantes, Pamplona era una gran ciudad. Al norte de Burgos y Zaragoza no había otra mayor. Era además capital de un reino, sede de un obispado y un importante centro comercial. Pero en realidad la componían tres municipios: la vieja ciudad de la Navarrería, el burgo de San Cernin y la población de San Nicolás. Tres municipios, cada uno con sus gobernantes, sus leyes, su hacienda y sus propias murallas… y una relación amor-odio en la que los conflictos son más visibles para el historiador que las solidaridades, que las había.

¿Por qué razón el rey Carlos III decidió decretar hace ahora seis siglos la fusión en un sólo municipio?

–Carlos III solía pasar los veranos en Pamplona. En 1423, llegó tras dos años de ausencia por la peste. Y al entrar con su séquito y acompañado por su nieto el Príncipe de Viana, se produjo una gran pelea de unos pamploneses contra otros. Si no llega a ser por su imponente escolta, hubiera habido muertes y destrucciones. Esto es lo que decidió al rey a decretar la unión de los tres municipios en uno.

Sin embargo, parece ser que la iniciativa no partió del monarca...

–Efectivamente. Sin que sepamos bien el porqué, eran los dirigentes de los tres burgos quienes llevaban casi una década rogando al rey la unificación de la ciudad. Los ricos mercaderes de San Cernin parecían ser los más interesados. Para “engrasar” la mano del rey, en 1415 ofrecieron a Carlos III nada menos que 4.000 florines de oro, que era mucho dinero. Aun así, entonces el rey no lo había hecho… Por lo visto, él ganaba poco con la unión…

Se ha atribuído tradicionalmente ese enfrentamiento entre los tres burgos a su distinto origen étnico, “franceses” los de San Cernin, “franconavarros” los de San Nicolás y “navarros” los de la Navarrería. En el libro se echa por tierra esta imagen…

–Tenemos la suerte de contar con lo que puede considerarse el primer censo de población de Pamplona, la lista de familias que pagaban los impuestos de la capital en 1435. Se transcribe íntegramente en el libro. Y a través de los apellidos-pueblo (que indican su procedencia) queda claro que la población de los tres burgos era igualmente de origen navarro. Desde hacía dos siglos, no había ninguna diferencia de origen entre los pamploneses. La población francesa llegada en el siglo XII había sido ya completamente asimilada por la población local.

En el libro se sostiene que, más o menos, todos los pamploneses hundían sus orígenes en los pueblos de la Comarca.

–Sí, como acabo de decir, el censo de población fiscal no deja ninguna duda. Durante siglos, la montaña navarra había nutrido de habitantes a Pamplona, en especial, los pueblos de la cuenca de Pamplona y de los valles al sur de Belate como Arakil, Basaburua Mayor, Larraun, Esteribar o Ultzama. Prácticamente no llega a la ciudad población de la Ribera o de la Zona Media. Aunque no han tenido siempre buena fama, los pamploneses han sido más o menos, remotamente, cuencos. Y aclaro que, por definición tradicional, cuencos son todos aquellos que viven en los pueblos donde puede oírse la campana María de la Catedral…

Entonces, si sus diferencias no eran étnicas, ¿qué dividíaa la población pamplonesa de la época?

–La enorme desigualdad social. El propio estudio de la tasación de impuestos en 1435 deja muy claro las enormes diferencias económicas entre una minoría de ricos mercaderes y artesanos, lo que las fuentes llaman “burgueses”, y la “comuna” o población más humilde, que incluye a dos de cada tres familias pamplonesas. Los tumultos, motines y levantamientos fueron constantes. Los artesanos basteros y cordeleros fueron muy conflictivos. También la marginalidad y la delincuencia. Y era esa desigualdad social la que creemos que generaba esos enfrentamientos en una época que fue muy conflictiva en toda Europa.

Y es en ese contexto social en el que se produjo el levantamiento de 1386...

–Sí. No ha sido algo muy estudiado, pero efectivamente, según cuentan las crónicas navarras, ese año el pueblo común se rebeló contra la élite burguesa a causa del injusto reparto de los impuestos. Fue un levantamiento muy secundado y pacífico, liderado por un enigmático Andrés de Turrillas. A pesar de ello y de estar casi agonizando, Carlos II no dudó en aplastar a los rebeldes echando mano de sus tropas, que ocuparon la ciudad durante un mes. Los líderes fueron ahorcados y descuartizados públicamente. Es una de las pocas veces que vemos al ejército navarro actuar contra su propia población.

¿En qué consistió el Privilegio de la Unión que este año conmemoramos?

–En lo sustancial hace de Pamplona un sólo municipio, con un sólo ayuntamiento, una sola hacienda y un sólo término municipal. También en la igualación legal de todos los pamploneses al aplicárseles las mismas leyes que al resto de navarros. Esa unión queda simbolizada en el consistorio, pendón, sellos y archivo comunes. En la práctica, el rey mantiene en el poder municipal a la minoría de los ricos mercaderes -especialmente los de San Cernin, el burgo más rico- que ya gobernaban los burgos por separado y que, al poder elegir a sus sucesores, conseguían perpetuarse en el poder. Nada que no ocurriera en otros sitios…

En el libro se analizan otras formas de gobierno de las ciudades en la misma época. ¿A cuál se parecía Pamplona?

–Desde luego no a Vitoria-Gasteiz, Bilbao o Donostia-San Sebastián. Estas villas seguían el modelo castellano del sistema de bandos por el que los linajes nobiliarios y urbanos se repartían los cargos municipales. No. Pamplona se parecía más a Baiona, por entonces bajo soberanía inglesa, que también era gobernada por una minoría de mercaderes. Le diferenciaba de ella el que el maire baionarra tenía más poder que el alcalde iruñés y que el papel político del pueblo era mayor en Baiona. Pero los problemas de las dos ciudades eran muy parecidos…

Siempre se ha hablado de la Pamplona de los burgos, pero en el libro se hace hincapié en el activismo social de la veintena de “barriadas” que los conformaban.

–Sí, el libro pone de relieve el papel de estas subdivisiones de los burgos, las barriadas, que coincidían normalmente con calles y con los oficios mayoritarios en ellas. La que mejor conocemos es la de Pellejería, actual calle Jarauta. Eran como pequeños distritos, cada uno con sus gobernantes, su propio patrimonio, obras sociales de apoyo mutuo y actos de hermandad vecinal. El Privilegio de la Unión las mantuvo como medio de cobrar impuestos, pero las marginó en la toma de decisiones políticas. Y eso también dio muchos problemas…

¿Por qué eran tan importantes los mercaderes pamploneses para el rey?

–Bueno, porque los mercaderes de Pamplona eran sus banqueros, emitían el decisivo voto de la ciudad en las Cortes, suministraban a palacio todos los objetos de lujo y además integraban los cuadros de la administración, en especial los encargados del área económica. Gracias a sus redes de relaciones y a su dominio de idiomas, llegaban a servir incluso embajadores…

¿Consiguió realmente Carlos III pacificar la ciudad?

–Pues hay que decir que el Privilegio de la Unión, aunque puso la semilla de la Pamplona “moderna”, no introdujo apenas cambios para la ciudad a corto plazo. Los problemas y enfrentamientos continuaron. Ni siquiera supuso cambios urbanos más allá de la construcción del Ayuntamiento en una especie de tierra de nadie. Los burgos siguieron separados por sus distintos recintos amurallados. Y los tumultos y enfrentamientos sociales siguieron produciéndose al menos hasta la llegada de la guerra civil del siglo XV, en la que la ciudad se dividió políticamente, aunque siempre permaneció fiel al juramento prestado al Príncipe de Viana.

Por otra parte, en el libro se afirma con rotundidad que en aquella época el euskera era la lengua cotidiana de Iruña. ¿En qué se basa?

–A pesar de que el euskera era una lengua oral y no tenemos documentos explícitos, sabemos con toda seguridad que lo era en los siglos siguientes, cuando hay muchísima más documentación. Y para la Edad Media, cuando apenas los tenemos, todo indica que se daba la misma situación. Como he dicho, la población que durante siglos llegó a la ciudad era vascohablante nativa. La Cuenca misma era completamente vascohablante. Los nombres y apodos que usan los pamploneses, la toponimia urbana y rural de la ciudad, los testimonios de los viajeros que pasaron por ella, todo, lo confirma. El euskera no era una lengua rural. Era también la lengua de las ciudades y villas como Estella-Lizarra, Lumbier, Monreal o Puente la Reina. De hecho, Pamplona será el mayor centro urbano del mundo vascohablante hasta bien entrado el siglo XVIII. Sobre eso, como digo, no hay dudas.

¿Cómo era la convivencia entre el euskera y el romance navarro?

–El romance navarro nació en un entorno donde la lengua vasca era hegemónica. Fue el euskera el que, al igual que había hecho con el occitano, lo protegió de otras lenguas romances. Pero ya entonces intelectuales como Aquino, Bacon, o el rey Alfonso X de Castilla distinguían entre lengua y dialecto. “Lingua” era una lengua diferenciada, como la entendemos nosotros. “Idiomate” era para ellos un dialecto del latín. Por ello, cuando los documentos mencionan la “lengua de los navarros” se refieren siempre al euskera y cuando hablan del “idioma de la tierra de Navarra”, al dialecto del latín que usa la corte y la administración para escribir y que, en su versión popular, habla la población en el tercio sur del reino. Pero alrededor del 80% de los navarros de la época hablaba euskera.

Finalmente, dedica un capítulo específico a la presencia del euskera en la propia Corte de Carlos III. ¿Por qué vías entraron en contacto los monarcas de origen francés con la realidad lingüística del reino?

–Aunque tanto Carlos II como Carlos III nacieron franceses por los cuatro costados, el euskera estuvo siempre presente en su entorno. Casi todos los cortesanos, desde sus consejeros a los mozos de cuadra, eran vascohablantes nativos. En la corte había poliglosia: se hablaba francés, romance castellano, romance navarro y, sin duda, también euskera según las situaciones. Ahí tenemos la carta en romance y euskera del secretario del rey al jefe del tesoro en 1416. Es el texto vasco más extenso que tenemos antes del siglo XVI. También las matronas que cuidaron a sus hijos e hijas e incluso sus amantes (María de Lizarazu, Catalina de Lizaso, Catalina de Esparza, Maria de Armendáriz) pusieron a los reyes, príncipes e infantes en contacto con la lengua de su reino.