En la casa de Sangüesa de José Landa siempre se ha respirado música. Su padre, Javier, era trompetista, tocaba con sus hermanos en la orquesta Landa y los domingos veían en familia el programa de televisión Gente Joven, que promocionaba a incipientes artistas.

Por eso, no sorprende que con cinco años José pusiera las banquetas del revés, que en las patas colocara unos botes vacíos de Cola-Cao y que empezara a tocar con las agujas de hacer punto. “Me cautivó desde pequeño. Me metieron el gusanillo de la música y no podía parar”, confiesa.

45 años después, José –batería en Kafarnaún, Barricada, Malos Tratos, Txarrena, Los Dinosaurios o Un Tal Jethro– se retira de los escenarios y se embarca en una aventura social: la batería como terapia para personas con discapacidad: “Es la ostia que tu conocimiento mejore la calidad de vida de estas personas”, confiesa el batería.

José estudió magisterio y en 2009 realizó un curso de musicoterapia en la UNED de Pamplona. “Terminaba los conciertos muy relajado porque había vivido un momento de mucha adrenalina, desgaste físico y concentración. Siempre había pensado que la batería tenía muchas posibilidades, así que decidí introducirme en este mundo”, recuerda. 

José se “enamoró” y entre 2010 y 2012 cursó un máster de musicoterapia en Barcelona. En la preparación de la tesina, La percusión como terapia en el Síndrome de Down, conoció a Motxila 21 y desde entonces dirige la percusión en el grupo. “He vivido experiencias que no he tenido en ninguna otra banda. Increíble”, halaga. 

Al finalizar la tesina, José empezó a compaginar los conciertos con las clases de musicoterapia en centros de Educación Especial: bongos, panderetas, cajón, cencerros, claves, maracas, xilófonos, guitarras, pianos... Y empezó a darle vueltas a la posibilidad de usar un set de batería. “He hecho pruebas juntando diferentes instrumentos y el resultado es muy atractivo. La batería ofrece increíbles posibilidades”, afirma. 

José ha elegido la batería porque “se puede tocar sin ayuda desde el principio. Los chavales se ven capaces y es un chute muy importante para su autoestima”. José reconoce que se puede hacer musicoterapia con el violín o el piano, “pero son instrumentos más difíciles de tocar, les tienes que ayudar bastante y, como no se sienten del todo independientes, se motivan menos”, matiza. 

José también ha optado por la batería porque aporta unos beneficios muy concretos: incremento de la memoria, refuerzo de la musculatura de brazos y piernas o aumento de la concentración. “La batería es un conjunto de instrumentos de percusión que deben sonar en un momento exacto. No puedes tocar como te dé la gana. Tienes que memorizar y coordinar los movimientos para que suene con coherencia”, comenta.

Los conocimientos adquiridos se trasladan a la vida diaria de los jóvenes, que afianzan sus rutinas: “Se dan cuenta de que, si pueden seguir unas pautas para tocar la batería, también son capaces de seguir unas normas en su día a día”, subraya. 

La batería también sirve para trabajar el control los impulsos y la energía. “La percusión te permite venirte arriba, desmadrarte. A veces sí que les dejo que lo den todo y que se pongan locos, pero luego les pido que paren de repente y trabajen unos ritmos concretos”. Además, es un elemento socializador. “Los chavales tocan a la vez y hacen piña. Se les ve la felicidad en la cara”, indica.

Conseguir la confianza

José trabaja con personas con síndrome de Down, prader willi, parálisis cerebral, autismo, espina bífida, discapacidades físicas e intelectuales y deficiencias sensoriales en centros de educación especial, locales de asociaciones y en su oficina de Monasterio de la Oliva. 

José indica que el éxito de la terapia reside en que los pacientes se impliquen en las actividades que les propone: juegos musicales, tocar diferentes ritmos, cantar...

Para ello, apuesta por que fluya la improvisación: “Muchas veces les pongo en la mesa un montón de instrumentos de percusión y les dejo que elijan el que más les gusta. Eso ya me da una pista de su carácter y personalidad. Siempre estoy observando”, asegura.

También es clave no dejar de intentarlo: “Siempre hay que facilitarles las cosas. A veces les dibujo en la pizarra lo que pueda hacer una mano con las baquetas. Y lo mismo con las piernas. Hay que hacer todo lo posible para que te entiendan”, subraya. 

Sin embargo, con algunas pacientes los “avances son muy lentos” y hay que armarse de paciencia. Esta situación se da, por ejemplo, con personas con autismo, con problemas de comunicación o que les cuesta relacionarse.

“El primer día no se involucran con los compañeros, no tocan la batería y no conectan conmigo. Pasan las sesiones y parece que no están entrando en la actividad. La clave es fijarse en sus cualidades, no en los problemas, e intentar aprovecharlos. Pasan las sesiones y pum, ves que participa. Ves la luz. Para nosotros es de repente, pero ellos han pasado por un proceso interior”, señala.

Agradecimiento

Los familiares de las personas con discapacidad agradecen la década trabajo que ha realizado en asociaciones y centros de educación especial. “Me dicen que están deseando que llegue el día de la terapia y que notan que salen muy motivados. Estos comentarios me motivan y me llenan mucho”, reconoce.