Hola personas, ¿qué? ¿cómo van estos rigores? La verdad es que hace un frío de tres pares. Pero, bueno, es lo suyo, ¿no?

Esta semana, entre lo poco que subía el termómetro y un poco de tujú, tujú que yo tenía, el cuerpo no me pedía precisamente echarme a la calle y he compuesto mi escrito al calor del brasero. Hoy no voy a hablar, como siempre, de las calles que hay y que todos pateamos, no, hoy voy a tratar de las calles que no hay, pero que, en mi opinión, debería de haber.

Nuestros sesudos ediles, o quien sea el encargado de poner nombres a las calles, no siempre están acertados a la hora de bautizar nuestras vías. Algunas tienen nombres de sitios lejanos, que poco o nada dicen por estos lares, como, por ejemplo, Atenas, Londres o Copenhague, y otras rinden honores a personajes que pasaron por la historia con muchos menos méritos que otros. Veamos un par de botones de muestra. En la zona de hospitales tiene su calle el Boticario Viñaburu, y… ¿quién era este farmacéutico?, nos preguntamos, pues bien, haré un poco de Arazuri para explicar quien fue este señor al que poca gente conoce. Pedro de Viñaburu fue un farmacéutico cuyo único mérito fue el de escribir la Cartilla- Pharmaceútica Chímico-galénica para que los estudiantes de farmacia preparasen su entrada en la profesión allá por el siglo XVIII, era un librito de 203 páginas editado en Pamplona en 1729. Viñaburu era natural de Olite, pertenecía al colegio de farmacéuticos San Cosme y San Damián y tenía una farmacia en la calle Zapatería de Pamplona, esto es todo lo que se sabe de él y lo sabemos porque lo pone en el libro de marras. Otro que disfruta de la inmortalidad con forma de calle es Juan de Tarazona, obispo de Pamplona entre 1205 y 1211, polémico clérigo, acusado de simonía, su nombramiento enfrentó al clero con la corona, enajenó bienes de la iglesia a favor del rey, lo cual le convirtió en su protegido y al morir dejó el obispado cargado de deudas. Y, semejante prenda, tiene una calle a su nombre. Hay alguno más, pero vamos a ver los que, en mi opinión, sí que tienen méritos para figurar en él, pero no lo hacen.

En primer lugar, nombraré a un personaje que en varios ERP he defendido y pedido su inclusión en tan privilegiada lista y este es D. Salvador Pinaquy.

Salvador Pinaquy Ducasse, nació en Bayona el 27 de septiembre de 1817 y falleció en Pamplona el 17 de diciembre de 1890. A los 31 años recaló en nuestra ciudad e instaló una herrería en el viejo molino de Caparroso. Fue un hombre que trabajó en y por su ciudad de acogida y lo más importante que hizo fue conseguir bombear agua de un manantial que encontró junto a su taller y dar de beber a una ciudad que llevaba un mes con las fuentes secas debido al férreo cerco que los carlistas ejercían sobre la vieja Iruña. El 6 de noviembre de 1874 fue día grande para Pamplona ya que, de sus fuentes, las de Paret y alguna otra, volvió a manar tan necesario elemento. A él se debe también el sistema de poleas y contrapesos que abre y cierra el portal de Francia y gracias a él la Pamplona de 1888 conoció la luz eléctrica. Decidme sino merece una calle.

Otro que en mi modesta opinión la merece es el Padre Carmelo. Este carmelita, llamado Jose María Uranga Iraola, vio la luz en San Sebastián el 5 de julio de 1906. Tras realizar sus pertinentes estudios, en julio de 1930 ocupa su plaza en el convento de Pamplona del que ya no se movería hasta el día de su accidental muerte. Fue un hombre que siempre estuvo del lado de los más necesitados y de la infancia. Fundó la Institución Cunas cuyo principal y único cometido era hacer llegar la cuna y la canastilla del recién nacido a las familias que no tuviesen medios para conseguirlas. Entre 1938 y 1959 repartió 1.998 cunas a otras tantas familias necesitadas. La operación cunas acabó en 1959 porque ese año un fatal accidente, ocurrido frente a San Cernin el día 8 de julio, cortó, a los 53 años, la vida de este monje que puso su pasar por este mundo al servicio de los demás. Y no tiene una calle. Al menos no la tiene en Pamplona, porque sí que la tiene en un pueblo de Córdoba llamado Villaralto.

El tercer personaje que traigo hoy aquí es alguien de quien hablé en el pasado ERP, me refiero a D. Domingo Elizondo Cajén, empresario y motor de la industria navarra en la primera mitad del XX. Nacido en Arive el 14 de febrero de 1848, con 18 años partió con destino a Argentina, allí, con otros aezcotarras, fundó la ferretería El Ciervo con la que amasó una considerable fortuna. Volvió a su tierra con 44 años y no paró quieto hasta su muerte el 13 de octubre de 1929. Fundó varias empresas, pero la más destacada fue El Irati dedicada a la energía hidroeléctrica, luego al transporte por medio del ferrocarril que construyó uniendo Pamplona con el Este de la provincia y creó el primer pueblo industrial en Ecay, junto a Aoiz. Fue diputado solo durante tres meses porque quiso sacar una ley que dotase de transparencia las labores de la Diputación y al no conseguirlo dimitió. Fue un hombre sencillo, de ideales democráticos, cercano a las ideas republicanas y, fiel a su línea de pensamiento, rechazó el título de Marqués del Irati que Alfonso XIII le ofreció. Sus inversiones, su tesón, y su trabajo dieron trabajo y desarrollo a una Navarra que aún no había salido de ser una tierra netamente agrícola y con un desarrollo inexistente. En Aoiz tiene calle, en Pamplona no.

Y podría seguir con una larga lista, por ejemplo los fotógrafos, unos profesionales que con su trabajo nos han dejado la imagen del pasado, gracias a ellos sabemos dónde y cómo estaban las cosas, ¿dónde está la calle Roldán o Galle o Zaragüeta o Gómez o Zubieta y Retegui? Acaba de fallecer el segundo de los queridos hermanos Calleja y con él se va una saga de fotógrafos que han estado siempre al pie del acontecimiento, no estaría de más la calle de Los Calleja, o mejor una plaza para no caer en el contrasentido. Y se me ocurren muchos más: los capuchinos Gumersindo de Estella o Tarsicio de Azcona, el crítico musical y escritor Eusebio Gª Mina “Eusebius” y su Nave de Baco, el escolapio Padre Alejandro, el alcalde Miguel Javier Urmeneta, que en Azagra la tiene, el Dr. Alcalde, que a tantos pamploneses nos ayudó a venir al mundo, el escultor Fructuoso Orduna, el Tío Ramón, Don Goyo, etc. etc.

Mis respetos a cendéas y señoríos, pero ¿no sería más entrañable recordar a personajes populares y vivir en la calle Hojalata, el paseo de Pan tierno, la plaza de Marinerito, la avenida de Uve, el parque de Maxi la cutera, o la alameda de Agustinico?

¿No merecen una calle el encierro, los sanfermines o el chupinazo?

Pues eso.

Besos pa tos.

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