“¿Luego qué vas a hacer sin este movimiento?” “¿Y dónde vamos a ir a comprar ahora?” “¿Y cómo vas a matar el tiempo?”. Estos días Ramón ha tenido a la clientela alborotada. Jornadas “un poco agobiantes” en las que, entre pregunta y respuesta, ha vendido “más que nunca. Muchas personas vienen a despedirse y otras muchas están congelando, porque ya se han acostumbrado a tu trato, te cogen cariño y el cambiar les está constando. Les engaño yo mejor”, bromea este pescatero.

Los habituales de su Guerenpez, en Pío XII, le han contado “de todo. Están saliendo muchos temas personales estos días. El trato es más humano, todo el mundo se suelta un poco más”, reconocía el jueves. Un palique que no le incomodaba en absoluto: “Soy tímido pero también soy de contar, no me corto”.

Ramón ha sido hasta este sábado el penúltimo pescatero en activo de la saga de los Guerendiain Apesteguía, de la que queda Miguel en su tienda de Iturrama. Cinco hermanos dedicados al negocio que iniciaron sus padres de forma escalonada; primero con la pescadería de la calle Tafalla en 1972, poco después con el puesto en Mercairuña y un poco más tarde, en torno a 1977, con la de Pío XII que ha regentado Ramón en solitario el último cuarto de siglo.

Los días se iban tachando en el calendario colgado en la pared, bajo el marcador con el número que otorga la vez. El sábado 24 de febrero aparecía marcado con un gran círculo negro: Su último día de trabajo. “Llevo toda la vida con los peces, me gusta trabajar y el trato con la gente. Pero tiene que ser así. Total, aguantar un poco más... ¿para qué? Ya está, ya hemos hecho todo lo que teníamos que hacer”, dice Ramón, que este mes cumple los 65. 

Sin relevo

Como sus hermanos, Ramón ha estado vinculado al negocio prácticamente “desde que iba a gatas. De pequeñajos ya estábamos ayudando a los padres, y de manera fija al terminar el Bachillerato, con 14 años. Cuando empezamos no nos daban opción. Había negocio y te decían, ‘venga, ya tenemos aquí el modo de vida’. Y yo encantado”.

Ahora, sin embargo, no hay relevo. Y no es optimista al respecto. “La mitad de las pescaderías se van a ir al garete, unas porque no hay relevo y otras porque no les da”; asegura. “Cada vez hay menos pescado –dice que más de la mitad ya es de importación–, y aunque se vende muy bien, de cara al futuro esto va a ir para abajo. La gente joven tiene otra manera de vivir. El comer ya no es prioritario. Ahora es el ocio”, opina. “Todavía hay alguno al que le gusta comer sano y cocinar, pero no es lo general”.

Tampoco ayuda la carga de trabajo de este tipo de negocios. “En general la gente ahora no quiere complicarse mucho la vida, ni responsabilidades ni quebraderos de cabeza ni meter muchas horas. Hay de todo, pero en general todos queremos vivir bien”.

A él, que se despide agradecido de su clientela –“les he cogido mucho cariño y he estado muy a gusto”– lo primero que le toca ahora es “desmantelar todo esto para vender el local”. A partir de ahí, “poco a poco”. Enredar en su huerta, estudiar, cocinar... y “tomarme la vida con más tranquilidad”.

La pescadería de Ramón, que este sábado ha abierto por última vez. Oskar Montero