Hola personas, ¿cómo ha ido la semana? ¿santa? o… menos santa. La mía ha transcurrido en tierras lejanas, pero eso os lo contaré la semana que viene ya que esta he de terminar lo empezado la anterior. Me refiero a la visita que realicé a la Biblioteca de la UPNA. Nos habíamos quedado en la entrega de mis libros al fondo de la Biblioteca, lo hice encantado y con la esperanza de que sean tomados en préstamo muchas veces por los estudiantes, y si éstos aprenden algo sobre nuestra ciudad paseando de mi mano, ya me daré por pagado, ya no habrá sido donación sino venta y venta bien cobrada.

A continuación, Concha me guio por un paseo virtual, nos sentamos a una mesa, encendió el ordenador y fuimos viendo todo lo que la biblioteca ofrece a través de la red, que es mucho, muchísimo. Si queréis acceder a ello solo tenéis que poner en vuestro buscador bupna o directamente Academica-e y encontraréis a vuestra disposición todos los fondos que allí se guardan. La página está bien organizada y las opciones de navegación son varias pero para mí la más practica y más sencilla es la que ofrece las obras por año de publicación de manera que si lo que te interesa, como es mi caso, está editado en siglos pasados , no tienes más que elegir la centuria correspondiente y empezar a buscar, para ello podrás utilizar las herramientas de búsqueda que hay a tu disposición, una vez localizada la obra verás que, tras la pertinente información bibliográfica , encontraréis una línea de color azul que os permitirá acceder a la obra y descargárosla integra para su lectura o su estudio.

La biblioteca dispone de fondos de todas las épocas, si bien su fondo de libro antiguo es pobre, 1073 títulos entre 1495 y 1900 son muy pocos, pero tengamos en cuenta que es una universidad joven y digital desde la cuna y por tanto no se ha visto en la necesidad que se han visto otras universidades que a lo largo de los tiempos no les ha quedado otra opción que comprar la obra que fuese necesaria para ponerla a disposición de alumnos, investigadores, profesores o doctorandos. Por otro lado, según me contó mi guía, la universidad busca obra de autores navarros, o editada por impresores navarros, que no se encuentren en otra de las grandes bibliotecas que tenemos en nuestra comunidad, la General, Capuchinos, Roncesvalles, etc. lo cual dificulta la búsqueda. De todos modos, lo que tienen es muy interesante para cualquier aficionado a los asuntos de nuestra tierra.

En la página de la UPNA hay una pestaña muy interesante que dice “Leoncio Urabayen” (1888-1968), ahí está todo el fondo que la familia del geógrafo y polígrafo donó a la universidad y que ésta se ha encargado de escanear y organizar para que esté al alcance de cualquiera. Siendo muy interesante su obra escrita, de la que luego volveré a hablar, no lo es menos el legado fotográfico que él nos dejó. Cientos de fotografías de todo Navarra, y en especial de Pamplona, al alcance de un clic. No solo las hay de Urabayen, de él son la inmensa mayoría, pero hay de otros muchos autores, formando un corpus muy interesante al que podemos acceder, cuando queramos, todos aquellos aficionados al celuloide rancio que ya sé que somos legión.

Una vez vista la parte etérea, pasamos a la parte material, a la de carne y hueso, o, en este caso, a la de tapas y lomos.

Tomamos pasillos, recorrimos unos espacios habilitados para que los estudiantes descansen de su intensa actividad en los que había unos sacos puf de esos en los que te repantingas y es difícil levantarte, y tomamos unas escaleras para bajar a las bodegas del saber. Una sala de consulta nos recibió, en ella unas vitrinas guardan libros herramienta, catálogos de obras escritos por auténticos popes del saber bibliográfico. Entre todos me llamó la atención el Catálogo general de incunables de la Biblioteca Nacional de España. Madrid 1991, obra en dos volúmenes, del profesor Julián Martín Abad, que fue jefe del servicio de manuscritos e incunables de la BN de 1994 a 2012, casi nada. En otra de esas vitrinas se encontraba el legado de Urabayen y allí estaba el manuscrito de su gran obra “Biografía de Pamplona”, que pude hojear y ojear. Haciéndolo pude ver que Urabayen le cambió el subtítulo ya que el inicial era: La vida de una ciudad deducida de su fisonomía, y el definitivo fue: La vida de una ciudad reflejada en su solar y en sus piedras, sus problemas urbanísticos.

De la sala de consultas pasamos al espacio que alberga los libros del fondo antiguo, los tesoros de la casa. Un montón de estanterías de esas que se mueven con una manivela y que se van abriendo y encajando entre ellas son las encargadas de custodiarlos. Allí se fueron abriendo y allí que fui entrando y refitoleando todo a capricho, había cosa buena y cosa mediopensionista, pero eso sucede en todas las bibliotecas del mundo, no todo pueden ser primeras figuras. Me dieron un poco de pena los ejemplares que allí vi, nadie los acompaña nunca, sabe Dios cuando se volverán a abrir estas estanterías y cuando alguien tomará y acariciará alguno de esos volúmenes. Los libros que descansan en mis anaqueles son vistos, tocados, releídos, a veces cambiados de sitio ganando o perdiendo importancia, se les quita el polvo, se sienten alguien en mi entorno, los que hay allí son ejemplares que están en el orfanato. Son un número en un tejuelo.

En varios de esos habitáculos había guardada prensa de muchos lugares y de muchas épocas. En uno de ellos estaba la prensa antigua navarra con cabeceras como: El eco de Navarra, El pueblo navarro, La voz de Navarra, El porvenir navarro, e incluso uno que se titulaba, y no es broma, La vaca lechera, pero del que no vi ni rastro fue de La Nueva Navarra, el rotativo del iconoclasta y revolucionario Basilio Lacort. Es difícil encontrar un ejemplar y parece ser que la UPNA tampoco lo ha conseguido.

Acabados de ver los libros en su zona de estar, volvimos a la sala de consulta donde Concha me permitió tener en mis manos una edición sobre un auto de fe celebrado en Logroño los días 7 y 8 de noviembre de 1610 y editado en Burgos en 1611, en el que se relata el proceso llevado a cabo y, con nombres y apellidos, la lista de las brujas de Zugarramurdi que allí fueron juzgadas y ajusticiadas, como por ejemplo María de Zozaya, María de Calequa o Estefanía de Petri Sancena. También disfruté con un pequeño ejemplar editado en Bayona en el siglo XVII en el que se traducen frases hechas, de uso común, del español al francés y al “basque”.

Acabado este trámite subimos de nuevo a la superficie y dimos por acabada esta interesante visita que no acaba aquí porque en ella me enteré que tengo las puertas de semejante templo del saber abiertas de par en par y que todo lo que allí se guarda está a mi disposición.

Gran noticia. Volveré.

Besos pa tos