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Vidas ejemplares

Pablo Sarasate, el rey del violín

Noticias antiguas y nuevas sobre un violinista extraordinario, que será homenajeado este próximo viernes día 20, aniversario de su muerte, ante su tumba del cementerio pamplonés

Pablo Sarasate, el rey del violín

Una familia navarra

Pablo Sarasate fue el hijo mayor del matrimonio formado por Miguel Sarasate y Javiera Navascués, del que también nacieron tres hermanas, Javiera, Francisca y María. El padre, Miguel, había nacido en Pamplona y fue músico militar, destinado en lugares como Pamplona, Talavera, Valladolid, A Coruña o Cartagena. Los abuelos paternos fueron Martín Sarasate, natural de Eriete, y María Juanena, de Sarasa. En cuanto a la madre del músico, había nacido en Orbaitzeta y era hija de Francisco, natural de Orbaitzeta, y de Micaela Oarriechena, de Amaiur. Fue bautizado como Martín Melitón, en honor a su abuelo, aunque posteriormente, y por razones de “eufonía” artística, adoptaría el nombre de Pablo. Por otro lado, y mirando con ojo crítico los orígenes familiares, es fácil comprobar que la familia paterna descendía de las aldeas de la cuenca de Pamplona, mientras que los abuelos maternos procedían de la montaña. Por tanto, los cuatro abuelos y la madre del músico tuvieron que ser conocedores del euskara, que a buen seguro estuvo muy presente en sus primeros tiempos de vida.

Niño prodigio

Y es que, cuando el pequeño Sarasate contaba tan solo dos años, su padre fue destinado a Valladolid, y en los años siguientes a Santiago y A Coruña. Y he aquí, por tanto, la primera paradoja en torno a su vida: no solo desarrolló su formación musical fuera de Navarra sino que, además, en aquellos años de juventud apenas tendría algún recuerdo de la ciudad donde nació. Como es lógico, el primer acercamiento a la música fue de mano de su padre, pero el joven Martín, como entonces era conocido en el ámbito familiar, cogió vuelo muy pronto. Da su primer concierto en A Coruña a los 10 años, y en mayo de 1854 actúa ante la familia real. Dos años después Sarasate viaja con su madre a París para proseguir con su formación. El padre quedó en su destino militar y tardaría 6 años en volver a ver a su hijo, y en cuanto a doña Javiera, enfermó y falleció de camino, con lo que el niño llegó solo a París, donde la familia Lassabathie lo acogió como a un hijo.

“El rey del violín”

Los testimonios de estos años dicen que Sarasate era un joven de “deficiente desarrollo”, y su propio padre confesaba que había pasado la infancia sin más juego que su violín. Era bajito, y sufría las burlas de sus compañeros, de los que al parecer se defendía de manera “salvaje”. Y cuidaba su imagen y su higiene en términos obsesivos, especialmente su melena, que peinaba partida y perfumaba con ungüentos. Entre los retos que tuvo que superar Sarasate en su juventud estaba el pequeño tamaño de su mano, que según propio testimonio era un obstáculo para poder tocar un violín de adulto. A pesar de ello, los expertos destacarán de él la digitación de su prodigiosa mano izquierda y el manejo del arco, con lo cual conseguía, al parecer, una pureza de sonido y una velocidad de ejecución inigualable, sin esfuerzo aparente. Y puestos a destacar algo, se alababa su “sautillé”, es decir el golpe que aprovechaba el rebote natural del arco sobre las cuerdas. A pesar de todo ello, y cuando en algún caso se refirieron a él como “genio”, él argumentaba que lo que había detrás de dicha “genialidad” era mucho trabajo y dedicación.

Por supuesto que Pablo Sarasate tuvo también detractores, sobre todo en el ámbito musical alemán, y hay quien le describió como “de sangre fría, todo suspiros, ronroneos y melindres...”. Y sobre todo se criticaba su repertorio musical, en el que mucho tenía que decir su inseparable ayudante, Otto Goldschmidt. A pesar de todo ello, el ascenso de Sarasate al parnaso de los artistas fue categórico e indiscutible. Triunfó en la práctica totalidad de los países europeos, desde Portugal hasta Rusia, también en las dos Américas y en Medio Oriente.

¿Profeta en su tierra?

Son bien conocidas las apoteósicas llegadas de Sarasate a Pamplona, con recibimientos en la estación, cortejos multitudinarios y salidas triunfales al balcón. Menos conocido es que esta afición del músico por Iruñea comenzó en fecha tardía, casi como un intento por recuperar sus raíces perdidas. Pablo redescubre su ciudad en 1878, cuando cuenta 34 años, y a partir de entonces sus visitas por San Fermín serán constantes. El maestro disfrutaba de placeres como el paseo por la Taconera y las partidas de mus, juego por el que sentía auténtica pasión. También le gustaban los toros, y precisamente en una corrida protagonizó una de aquellas anécdotas que alimentaban su leyenda. Habiéndose suspendido uno de los festejos de fiestas a causa de una tromba de agua, Sarasate se demoró en abandonar el palco, y en ese impasse un grupo de mozos, en situación de estrago etílico, saltó al ruedo a escenificar bajo la lluvia una faena en la que ellos mismos hacían de toro, torero, banderilleros, picador y caballo. Como era de esperar, la “faena” fue aclamada por el público con continuos “olés”, y cuando el “torero” se acercó hasta la localidad de Sarasate y le brindó el “toro”, la apoteosis fue total. Sarasate hizo subir a los mozos hasta su localidad, metiéndoles en el bolsillo unos puros y una jugosa propina.

Pero tampoco en Iruñea faltaban las críticas, y había quien se quejaba de tanto homenaje. En febrero de 1900 “El Pensamiento Navarro” se atrevió a publicar lo que muchos pensaban: que las visitas de Sarasate a Pamplona tenían por objeto satisfacer su ego. La reacción fue furibunda, y aunque el citado periódico rectificó enseguida, en “La Tradición Navarra” del 11 de febrero se aseguraba que la ciudad se encontraba inmersa en una auténtica “marejada”. En el Ayuntamiento, y como reacción a la polémica, el concejal Modesto Utray propuso que se le nombrara Hijo Predilecto de la ciudad, y que se diera su nombre al paseo de Valencia, cosas que, como todo el mundo sabe, terminarían por verificarse. Y todavía en julio, durante las fiestas y tras un concierto del genio, un grupo exaltado de jóvenes se acercó hasta la sede de “El Pensamiento” y lo apedreó. Tampoco faltaron rumores sobre su condición sexual. Aunque existen testimonios de sus amores, e incluso el rumor sobre una hija no reconocida habida con una florista, siempre ha flotado en la mojigata sociedad pamplonesa el rumor de la homosexualidad de Sarasate, de la que se hablaba sin levantar mucho la voz. El mismísimo Pío Baroja, que pasó su infancia en Pamplona, dejó escrito un retrato de Sarasate que parece más bien un vómito homófobo: “Uno de los hombres más amadamados y grotescos del mundo lo estoy viendo pasear, con sus melenas, su trasero redondo y unos zapatos con unos taconcillos de a cuarta, que le daban un aire de cocinera gorda, de esas que se disfrazan de hombre en carnaval...”.

La tumba de Sarasate en el cementerio de Pamplona.

El final

Pablo Sarasate murió en su casa de Biarritz el 20 de septiembre de 1908, y la noticia se publicó en los periódicos locales del día 22, entre noticias sobre la llegada de los restos y su entierro, que se verificó en olor de multitudes. Y también aquí parece que pudo haber cierta polémica. Un anciano pamplonés, nacido en los años 20, me contó que había oído referir de primera mano la controversia habida entre el Ayuntamiento, propietario del cementerio, y el Arzobispado, que quería enterrar a Sarasate en el cementerio civil debido a su supuesta orientación sexual. Según este testimonio, la fórmula de compromiso fue inhumarlo en el cementerio religioso, pero en un cruce de caminos. Y he aquí que cualquiera puede comprobar que, aunque aquellos dimes y diretes nunca pasaron de la categoría de rumor, y a pesar de que nunca se han demostrado, el preciosista panteón de mármol blanco labrado por Ramón Carmona se levanta en el encuentro de dos calles del cementerio. Más allá de las humanas miserias, lo cierto es que Pablo Sarasate no ha sido olvidado por la ciudad que le vio nacer. El próximo viernes día 20 de septiembre, aniversario de su fallecimiento, el Ayuntamiento le homenajeará ante su tumba del cementerio pamplonés. Más aún, el actual equipo de gobierno municipal ya ha manifestado su voluntad de que la inminente remodelación del paseo que lleva su nombre incorpore una escultura a tamaño real, en bronce, del inigualable violinista de la calle San Nicolás.