Hola personas, ¿Qué tal os van sentando los primeros soles? La respuesta ya la sé, porque por estos lares somos un poco lagartijas y en cuanto sale Lorenzo, nosotros detrás. ¿Preparando una Santa escapada? Yo no, yo me quedo aquí vigilando la ciudad, alguien tiene que hacerlo.
Esta semana me he dado unos paseos deliciosos, recuperada mi movilidad, y con el buen tiempo reinante, era difícil quedarse en casa. Veremos, pues, unos paseos tradicionales y luego daremos un paseo por la historia y otro por la memoria. Para dar cuerpo a al primero hablaremos de lo que nos contó el miércoles en el casino Juan José Martinena, quien dio una interesantísima conferencia sobre las semanas santas de siglos pasados. Juan José fue archivero general de Navarra y cuando se jubiló se llevó todos los fondos con él, pero en su cabeza. La riqueza de datos y fechas que da es apabullante. Y, además, es muy generoso, siempre que le incordio con una duda, con alguna pregunta, me responde diligente, con acierto y amabilidad. La segunda parte saldrá de las estanterías de mi memoria que habré de desempolvar un poco.
El primer día de la semana, me fui a ver cómo iba quedando la gran obra que ha tenido lugar en la cuesta de Beloso, la tan polémica intervención, que había que hacer, sí o sí, porque Europa nos daba unos jurdós para llevarla a cabo, y, por supuesto, no se podían desperdiciar. Pero tal realización llevaba una contrapartida y ésta era cargarse los árboles de la acera y los cientos de pequeños ejemplares, y demás matorrales, que poblaban el barranquillo que había al otro lado de la barandilla, para ampliar todo el recorrido con un voladizo, de manera que, ensanchada la acera, se pudiese construir un carril bici. La cosa tuvo sus detractores y sus partidarios, al final se ha llevado a cabo y hay que reconocer que ha quedado muy bien. El paseo es amplio y cómodo, en los alcorques ya empiezan a crecer con fuerza jóvenes ejemplares, algunos de ellos son cerezos japoneses que ya están preñados de flores. La barandilla ya está pintada de verde Pamplona y solo falta dar a algún león pasante su plata y a la corona, bajo la que es señor de la ciudad, su oro, tal como lo señaló Carlos III. Tras recorrer Beloso tomé el paseo del Arga y dejando Burlada a mi izquierda y el río a mi derecha llegué a Villava. Atravesé la pasarela que te cambia de orilla y que pasa justo por encima de donde unifican su viaje hacia el mar el Ulzama y el Arga. Me fijé que el primero aporta más caudal que el segundo, por tanto, nuestro río debería llamarse como el verde valle, no sé porque no es así. Me hubiese gustado más, es más eufónico. Llegado al otro lado me dirigí a la presa de Dorraburu, en la que vi que han puesto una escala de peces para que puedan salvar el azud y puedan vivir, viajar y disfrutar río arriba, sin verse limitados por el dique. Tras un poco de disfrute acuático, volví sobre mis pasos para llegar a la Magdalena y tomar el ascensor que me dejó en la Media Luna.
El martes tomé dirección noroeste, hacia el barrio de San Juan, y me fui a pasear por el cementerio, ya he confesado alguna vez que me gusta y esta semana, primaveral, tranquilo y soleado, estaba precioso, con fuertes contraluces que, entre cipreses y tumbas, dibujaban fantasmagóricas escenas. Hice fotos, muchas fotos, siempre hay parcelas de descanso eterno que el tiempo de los muertos y el olvido de los vivos las han hecho especialmente fotogénicas. Volví dando un suave paseo por Biurdana, Anaitasuna y Taconera.
El miércoles tenía que bajar pronto al hospital a hacer un mandao; cuando acabé, por Barañáin, enfilé hacia Landaben y, a poco de empezar la cuesta abajo, tomé a mi derecha por el camino que lleva al puente de Miluce. Pasé por el almacén municipal de cacharros arrumbados y vi que los han ordenado un poco, bueno, algo es algo. El siguiente paso… ¿Cuál será? ¿Recuperar alguna pieza? ¿Quizá los jarrones de Paret que flanqueaban la fuente de la diosa de la Abundancia cuando reinaba en la Plaza del Castillo? Quizá. Llegué al puente Miluce, allí de donde Carlos II El Malo (Évreux 10/10/1332- Pamplona 1/1/1387) colgó a sus díscolos, y lo atravesé parando en su punto más alto a mirar el lecho del río que en ese tramo tiene unas huellas indelebles de elefantes. Atravesado el puente tomé el paseo del Arga y seguí a su vera hasta el molino de Biurdana en el que paré un rato a fotografiar presa, río, espuma, casa, patos, embalse y demás componentes de ese fluvial conjunto. Un poco más adelante atravesé la corriente por la pasarela que lleva a Trinitarios y crucé el parque para tomar el ascensor que me dejó en la Taconera. Hasta aquí los paseos físicos a los que les saqué chispas.
Y ahora veamos cómo fueron las semanas santas en siglos pasados y en años no tan lejanos.
La conferencia que nos dio Martinena comprendía la historia de esta semana, tan especial en el calendario cristiano, hasta la creación de la actual Hermandad de la Pasión, en el año 1887. Resumiré mucho porque él nos trajo un lujo de detalles que no cabrían en 100 ERPs. Nos explicó, fundamentalmente, que la Semana Santa pamplonesa contaba con varias hermandades y cofradías y que cada una de estas tenía su sede en un convento de la ciudad, pero como hemos tenido la desgracia, a lo largo de los siglos, de perder convento tras convento, una consecuencia más de aquella inútil desamortización que puso en marcha Juan de Dios Álvarez Méndez, que tenía por nombre artístico Mendizábal, pues las cofradías fueron mudando de sede y al final muchas acabaron desapareciendo. Así, por ejemplo, la de la Vera Cruz pasó del Carmen Calzado, en la calle homónima o Rúa de los Peregrinos, al de San Francisco o de les cordeliers, y la de la Soledad tenía su sede en el convento de la Merced cuyas sagradas y artísticas paredes fueron demolidas en 1945. Solo Ángel Mª Pascual, ese Sr. al que acaban de quitar la plaza, a mi modo de ver, de forma injustificada, alzó la voz contra semejante aberración. Las tres últimas que sobrevivieron a tan contrarios avatares, Oración del Huerto, Cristo alzado y Sepulcro, se unificaron dando lugar a la actual Hermandad de la Pasión, encargada de organizar procesiones y ritos, no todos, de la Semana Santa pamplonesa, que, en las primeras décadas del siglo XX, estaba considerada la Sevilla del norte con gran afluencia de turismo.
Por último haré un pequeño recuerdo de cómo era la semana Santa en mi infancia, nada que ver con la actual: no se podía ni cantar, ni bailar, ni silbar, las radios solo emitían música sacra, los cines solo proyectaban Las sandalias del pescador o los diez mandamientos, las iglesias tapaban todas sus imágenes con grandes sargas moradas, la asistencia a los santos oficios era inexcusable, y aquí no se iba de vacaciones ni el gato, todo Pamplona permanecía en su ciudad para recogerse y sufrir en carne propia los sufrimientos del Gólgota.
Un espanto.
Besos pa tos.
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