Hola personas, ¿qué tal va el verano? ¿preparado el pañuelo y la faja para ir a Tudela, a Puente la Reina, a San Adrián, a Elizondo o a Isaba?, ánimo que esto no ha hecho más que empezar.
Yo esta semana he vuelto a recorrer la ciudad a la antigua usanza del Paseante, de noche y recorriendo sus calles y plazas. Lo intenté el lunes, pero un frío polar y la falta de previsión en mis ropajes, me mandaron a casa. El martes lo volví a intentar y triunfé, la noche era de lujo.
Recorrí los tres burgos yendo de uno a otro según su fecha de creación. Es decir: Navarrería, San Cernin y San Nicolas. Es este un buen y aconsejable ejercicio, de manera que interioricemos sus calles y distribución y automáticamente sepamos siempre en cuál de ellos estamos.
Bueno, eran las 23,05 cuando salí por Carlos III hacia abajo y la noche prometía, buenísima temperatura y poca gente, la ciudad era para mí. Y aunque, ciertamente, había pocos seres humanos pululando por ahí, hoy más que en las cosas, calles, arte, edificios y otras zarandajas, me voy a fijar en los ciudadanos con los que me cruce y si hay algo para contar os lo contaré. Así, por ejemplo, a poco de empezar a andar vi en mi camino a dos jóvenes que, abrazados, se contaban largos y húmedos secretos boca a boca. Cuando pasé a su lado se habían separado un poco para tomar aire entre beso y beso. En ese entre acto, al pasar junto a ellos, los miré y me fijé en ella, más bajita que él, miraba hacia arriba embelesada con todo su amor; en su cara, en su mirada, en su expresión, tomaban cuerpo el amor, la pasión, la entrega, el deseo, el placer, en definitiva, el querer de quererse mucho. Alguien pensará que soy un “musgolari” (aquel que es un musgo, el que musguea) (neologismo, Iribarren no lo recoge) pero no, ni mucho menos. Vivimos en sociedad y hemos de fijarnos en quién nos rodea, saber cómo respiran nuestros convecinos y no debemos de vivir ensimismados, como burro con orejeras, que solo va a lo suyo. Yo por eso miro y aprendo y archivo la imagen y saco conclusiones.
Seguí avenida abajo y a la altura de la calle Arrieta tomé a mi derecha. En dos zancadas llegué a la plaza de Toros, dejando a mi diestra mano el afamado restaurante El Burladero, que se está convirtiendo en un clásico pamplonés. Por la trasera de la plaza de toros, que aun huele a burel, me planté en la polémica, pero útil, pasarela. Antes de pasarla miré a mi derecha y vi entre las fantasmagóricas y negras ramas de los árboles que el, tan traído y llevado, chalet del Irati, alias Villa Regalada, Villa Recuperada, Villa Olvidada, a juzgar por las luces que brillaban en lo negro, parece ser que de nuevo vuelve a la vida. Crucé la pasarela y entré en lo viejo, siendo fiel a mi propósito, por la primera calle que conoció la vieja Pompelo: la calle Dormitalería, llamada por los romanos el Cardo, la calle que marca la línea norte-sur. Por ella paseé a placer, nada digno de reseñar. Llegué a terrenos de zona catedralicia y se respiraba un ambiente “peregrino que se toma una copa porque no va a ser todo andar”. El imán de la plazuela de San José me atrajo con fuerza, entré y la recorrí, sus bancos estaban todos ocupados por grupos muy heterogéneos. El primero contaba con cuatro miembros y guardaban la paridad, dos y dos, hablaban tranquilos, el segundo eran tres tíos sosos, mustios, tristes, miraban el móvil y apenas musitaban alguna blasfemia ante lo que veían en sus pantallas, el tercero estaba formado por cuatro damas y un guapo caballero que llevaba la voz cantante y peroraba ante la atenta mirada de las damiselas, el cuarto lo formaban siete veinteañeras que hablaban todas a la vez y lo único que se oía era tía, tía, tía, te lo juro, tía, en plan, o sea tía en plan ¿no sabes?. Nadie vea machismo, ni misoginia en mis palabras, nada más lejos de mis entendederas. Es lo que había y punto. Me di cuenta que tengo que hacer un aggiornamento lingüístico. Abandoné mi querida plazuela de San José y bajé por Curia, la que fue decumano romano, la 2ª calle de la ciudad, completa los puntos cardinales y baja de este a oeste. Dejo atrás el área del Burgo que ocupan las calles Compañía con Merced y Calderería con San Agustín y elijo la calle del Carmen que recorro con gusto, por Barquilleros subo a la meseta del Palacio de San Pedro, que tal se llamaba el palacio de los reyes de Navarra, hoy Archivo General A.G.N. Al pasar frente a él vi a dos perillanes que rondaban la zona y que algo escondían en las manos que colocaban a su espalda, clavé el ojo de halcón y vi que eran globos llenos de agua, al entrar yo en escena se acercaron un poco hacia mí y al primero que venía le pegué tal mirada con cara de asesino que volviéndose le dijo al otro: no, a este no y se alejaron. No sé si quería tirarme un globo y ponerme como un tiesto de agua, pero la cara de perro que me vieron les hizo desistir. Mejor así.
Por la calle del Mercado abandoné el viejo burgo o ciudad de la Navarrería y por Santo Domingo, antiguo barranco por el que bajaban las aguas sucias al río, llegué a la plaza del Ayuntamiento, aquel terreno de nadie donde se levantó la casa de la ciudad en el siglo XV, llamada la jurería, casa del Regimiento, después, y Ayuntamiento más adelante hasta nuestras fechas, pero, bueno, si mañana se les ocurre cambiarlo, lo cambiarán.
Tras ella cambié de burgo y entré en el de San Cernin. Por la calle que lleva el nombre del patrón por gentileza del señor don Francisco Seminario, ya que el ayuntamiento le ofreció que llevase su nombre por haber cedido generosamente los terrenos en los que se encuentra, pero dijo que no, que con el Pasaje le bastaba y que la calle se dedicase a San Saturnino, y así se hizo, por esa calle , decía, llegué al famoso y legendario “pocico” y tomé a mi derecha por Jarauta, antigua Pellejerías, donde vivían “las pellejas”. Este apodo mal sonante hizo al Ilmo. cambiar el nombre por el de D. Joaquín Jarauta. Alcalde y benefactor. Por ella llegué a lo que fue sucia y oscura belena, la calle Eslava, hoy en día ensanchada y lustrosa. Por la calle del músico burladés salí a la que se llamó Rúa Mayor de los Cambios. Al llegar al palacio de Ezpeleta, me llamó la atención que frente a su monocroma fachada barroca han abierto una cafetería de temática motorista y está toda ella pintada con gran cromatismo y viveza, hice fotos para comparar. También hice fotos del portal 54 que siempre estaba inmaculado cuando vivía la inolvidable Charo y ahora está hecho una mierda, espero que no sea el comienzo del declive de ese edificio. Estando en ello, oí algo parecido a un avión supersónico, me extrañó por la hora, luego noté que el ruido se acercaba y más me pareció el metro en sus subterráneas vías, entonces caí que este barrio tiene sistemas de basura 5G, premium. Un pobre ciudadano del ensanche solo tiene contenedores en la puerta de casa con más mierda que en el palo de un gallinero.
Se me acaba el espacio y el pobre San Nicolás se ha quedado fuera.
La semana que viene.
Besos pa tos.