Hola personas, ¿Cómo va ese otoño?, sé que bien porque hasta la fecha nos está trayendo unos días de dulce. Será el veranillo de San Miguel que cada año nos regala con una coda del verano. Días suaves que invitan al paseo, y ya sabéis que yo acepto esas invitaciones sin pestañear.

El domingo pasado no acudí a la cita semanal porque compromisos sociales, que uno tiene, me reclamaron, pero en estas dos semanas he paseado de día y de noche, siempre por el mismo recorrido, lo he andado en diferentes franjas para ver las diferencias y hacer con las partes un todo.

Carlos III ha sido el eje común por el que han comenzado todos los paseos, es mi punto de partida. Cuando arrancas, de par de mañana, desde el “Koreano”, ese pobre hombre agujereado, de Jorge Oteiza, queda por delante toda la larga avenida que aun está bicolor, con las fachadas de los pares llenas de luz y las de los impares aun sin despertar. Al fondo, con luz propia, las torres de San Saturnino son el mascarón de proa de la larga nave.

La Avenida del Unificador, es muy diferente según los tramos que recorras, su geografía humana cambia. Desde la plaza de la Libertad hasta la calle Tafalla suele estar tranquilo, encontramos ancianos con sus acompañantes sentados al sol, profesionales que van y vienen de sus despachos, etxekoandres que vuelven del mercado, algún estudiante que se ha fumado una clase y camionetas de reparto que van dejando en las casas todas las ventas que se ha perdido el comercio local. De Tafalla a Merindades el número se empieza a incrementar, gente que sale del mercado del ensanche y toma por la calle San Fermín, pacientes con paciencia que van y vienen del ambulatorio del Dr. San Martín, parroquianos que ocupan las terrazas con sus desayunos, y devotas que se dirigen a elevar sus rezos y súplicas a la iglesia de los capuchinos o a la parroquia de San Miguel, son los pobladores de este segundo tramo. Una vez que llegas a la plaza de Merindades la cosa cambia mucho: paradas de villavesas por toda la plaza, con la cantidad de viajeros que ello conlleva, nudo importante de circulación rodada y escenario de un concierto en rojo y verde a cargo de una orquesta de semáforos que permiten y prohíben, Vd. pase, Vd. pare. Son los mandamases de la zona.

Mientras cruzo la que fue Plaza de Miguel Primo de Rivera, 1928-1931, de Pablo Iglesias, 1931-1937, General Mola, 1937-1980, y hoy llamada de las Merindades, la que todo el mundo conoce por la gran fuente luminosa que se instaló allí en 1955, me vienen a la memoria recuerdos de cómo era en los años 60-70. Tras el Bibliófilo, aquella librería en la que tantos TBOs nos vendió la familia Abárzuza, aun en Carlos III, entrabas a la plaza por la esquina de la zapatería Errea, elegante tienda en la que había una gruesa columna que era eje de un regio sofá circular, luego estaba Marvi, una tienda de ropa para toda la familia. Tras el portal había una delegación de tractores Ford, pasado el Gobierno Civil, con su correspondiente “gris” en la puerta, día y noche, y quizá ya con el manchón de pintura blanca en el suelo que nadie limpia, cruzabas la entonces avenida de Franco, antes de Galán y García Hernández, y llegabas al edificio Las Hiedras, aquel que una soleada mañana de 1974 fue dinamitado por la empresa Volconsa con un fracaso memorable, ya que, tras disiparse la nube de polvo, el edificio seguía en pie. Ahí estuvimos todo Pamplona viendo la demolición. Si seguías rodeando la plaza encontrabas una gran delegación de Finanzauto y servicios, luego un par de talleres y en la esquina la siempre útil Ferretería Guibert, que aguantó los cantos de sirenas de las franquicias hasta hace unos años como una jabata. En Guibert había de todo, lo que no había allí, no existía. Cruzando de nuevo la avenida de Baja Navarra, llegábamos a la archiconocida gasolinera de Unsain, donde tantos litros puse a mi 850 y donde tanto jugué de pequeño por ser amigo de Patxi Esparza, que siempre ha tenido buena mano en la empresa.

Bien, tras este viaje por los estantes de la memoria volvemos al presente y si me das mil euros para que te diga el nombre de un comercio de los que hay hoy en la plaza los pierdo. Hemos entrado en tiempos de despersonalización, de aborregamiento, todo es igual en todos lados, estoy seguro que las tiendas que hay en la zona también las hay en Alicante o en Vigo. Pasada la plaza entramos en “la milla de oro” pamplonesa, nos recibe El Ganso y ya no sé qué le sigue, perfumerías, lencerías, zapaterías, una librería de nivel nacional, ópticas, bancos y demás zarandajas. La avenida tiene un punto de atención en el monumento que Rafael Huerta realizó de nuestra internacionalmente famosa carrera: el encierro. Siempre hay vida en su entorno. Yo no puedo pasar sin hacerle fotos, por delante, por detrás, de arriba, de abajo. Por fin llego a la plaza del Castillo. Hay que ver que diferente es según el día y la hora que la visites, un martes a la noche es un erial, no hay nadie, algún grupo de jóvenes en algún banco y nada más, el viernes era punto de cita de diferentes faunas, las hay muy variadas y todas ordenadas, cada oveja con su pareja. Cuando entré en la plaza el sábado una chica le decía a un zangolotino: eso no pega, yo pensé que hablaba de ropa, de que algo no pegaba con otro algo, pero cuando siguió hablando vi que no, que hablaba de otra cosa, siguió diciendo y le dijo, eso solo relaja, es decir que hablaban de caramelitos. Me fui con cara de canelo por haber pensado tan blanco. La humanidad y la química siempre han ido de la mano. De día la plaza es un lujo, de buena mañana el sol da de lleno en el frente norte iluminando de forma espectacular el edificio que levantara Maximino Hijón para el Crédito Navarro, más conocida por la casa del Iruña. Chapitela abajo me he internado todos estos días para acceder a nuestro querido casco viejo, por la plaza consistorial he entrado a la calle Mayor y he comprobado que esta también es calle de grandes cambios, la soledad por la noche es absoluta casi toda la semana, solo el viernes vi a algún grupo de despistados o algún turista que mapa en mano recorre la noche pamplonesa. Pero si entras en ella de día has de ir pidiendo perdón para poder avanzar, las grandes y poderosas firmas aun no han llegado a ella y aun conserva muchos comercios de siempre.

El jueves intenté entrar a lo viejo por Estafeta y al llegar a la esquina con Tejería vi tal muralla humana que, haciendo homenaje al establecimiento que durante tantos años atendió a su parroquia en esa esquina, dije: deSixto.

Y me fui.

Besos pa tos.