“El trabajo en el hospital estaba muy bien, pero si no daba el paso me iba a arrepentir toda la vida. Ayer estuvimos jugando en Biarritz y fue un momentazo. Han sido dos años históricos, únicos. Hemos hecho algo diferente, trabajando en equipo para sacar esto adelante”. En mayo de 2021, la pelotari Maite Ruiz de Larramendi abandonó su puesto como técnica especialista en radiodiagnóstico en el Complejo Hospitalario de Navarra, en Pamplona, y junto a Iera Agirre formó la asociación Ados Pilota. Ruiz de Larramendi, que lo ha ganado absolutamente todo en el mundo del frontón, es la presidenta del primer club profesional de pelota vasca femenina. Este es su único empleo. Pese a su impresionante currículum, durante más de dos décadas había compaginado el trabajo en el hospital con la pelota. Hasta ahora. 

Todos sus esfuerzos están dirigidos a la lucha por la igualdad en el deporte. Se reúne con instituciones públicas; trata de buscar patrocinios para la organización de los campeonatos; impulsa el desarrollo de la escuela femenina, cada vez más numerosa, presente por partida doble en Navarra (Latasa y Sunbilla) y que próximamente abrirá un centro en Gipuzkoa; y, ya fuera del despacho, sigue jugando a un deporte que aprendió de niña, en Eulate, hace más de 40 años. “Me toca ración doble”, dice. “Las 13 pelotaris de Ados son jugadoras profesionales. Tienen un contrato indefinido”, añade con orgullo Ruiz de Larramendi. A su manera, explica el todavía extendido mito de la fortaleza del hombre y la debilidad femenina. “¿Cómo es eso de que hay un deporte para hombres y otro para mujeres? El deporte es sano para ambos sexos. Que a esas chavalitas nadie les corte el vuelo”. 

A ella le arrancaron las alas de cuajo. En la adolescencia llegaron las excusas peregrinas, los comentarios machistas. Por muy bien que lo hiciera, una mujer no podía competir con un hombre en pelota a mano. No era lo adecuado. A jugar a pala o quedarse en casa. Fin. “A mi padre, cuando tenía 13 ó 14 años, ya le decían que no estaba bien que yo jugase a pelota, que me iba a estropear las manos. ¿Qué tipo de comentario es ese? Siempre se han dicho muchas tonterías. Además, ¡las manos se estropean con cualquier tarea!”. Le regalaron un acordeón e hizo sus pinitos con la trikitixa. Fue un consuelo insuficiente: lo que ella “amaba” era la pelota. Regresó al frontón a partir de los 18 años. Y triunfó. Ha sido la número uno. Entre 1994 y 2014 se hinchó a ganar partidos y logró tantas medallas en los mundiales que, durante el repaso de su palmarés, duda un momento y pierde la cuenta. Se ríe por el despiste. 

El caso Rubiales

Sin mencionarlo expresamente, habla del revuelo que ha levantado el caso Rubiales como el reflejo de una cultura patriarcal muy arraigada en el deporte. “En el fútbol ya se han plantado y se están empezando a desmontar chiringuitos”, afirma. Vive en Lekunberri y el próximo 11 de septiembre cumple 50 años. Un número redondo en una fecha asociada para siempre a los ataques contra Estados Unidos que cambiaron el mundo. En la víspera, recuerda, preparó unos txipirones con su madre y al día siguiente, cuando se despertó hacia el mediodía y puso la televisión, ya se había armado “todo el pifostio”. Era capaz de trabajar “17 días seguidos en el hospital” y acudir después a un Mundial. Sus jornadas han sido infinitas: se despertaba a las seis de la mañana y no se acostaba a las doce de la noche, cuenta. “’Maite, ¿cómo llegas a todo?’, me decían. ‘Pues llego’. Era así. En ese momento no lo pensaba. Siempre estaba en todas las salsas”.

La mejor

Palmarés. Medalla de bronce en el Mundial de pelota sub-22 de Argentina (1993) y en el Mundial absoluto de San Juan de Luz celebrado al año siguiente, en 1994; oro en México 1998; plata en Pamplona 2002 y México 2006; oro en Francia 2010 y plata en el mundial de México 2014. 

La pelotari. Participó en el multipremiado cortometraje ‘Las Pelotaris’ (2015, Daniel Burgui, Andrés Salaberri), que cuenta la historia de varias mujeres que tratan de abrirse camino en un deporte eminentemente masculino.