Nuestro 'capitán cobarde'
euskadi ha llegado a un punto en el que debatir sobre la actuación del Gobierno resulta imposible. Porque para establecer un intercambio adecuado y legítimo de pareceres sobre cuáles son las mejores decisiones que deben abordarse para combatir la crisis, lo primero es conocer con rigor el estado de las cuentas públicas. O mejor, admitir que esas cuentas no tienen discusión.
Existen para ello dos herramientas que en su día puso en marcha el Parlamento Vasco. Para el control interno, la Oficina de Control Económico; para el control externo, el Tribunal Vasco de Cuentas. Las dos instituciones tienen los datos, pero el Gobierno de Patxi López, que debería tomarlos en cuenta, especialmente los que facilita la Oficina de Control Económico, juega al escondite con la población.
Datos y sueños
Los datos, datos son; y los sueños del lehendakari Patxi López, sueños son. Quiero decir con esto que jugar a como que sucede lo que no está pasando es sólo fruto de una huida hacia delante de un Gobierno grogui. Quizás, el ejemplo palmario de este espejismo gubernamental sea la tranquilidad pasmosa con la que la consejera de Justicia y portavoz del Ejecutivo vasco, Idoia Mendia, niega martes sí, martes también, la realidad. La última de esta semana no tiene desperdicio. Vino a decir la portavoz que "aquí no estamos asistiendo a recortes en servicios públicos esenciales como en otros lugares de España". Vale, pues si empezamos por no admitir lo que está sucediendo, apaga y vámonos. Vámonos al hoyo, claro.
No merece la pena discutir la evidencia; esto es, que a los recortes a los empleados públicos que dos semanas antes había explicado la propia Mendia, se suma también una disminución de los presupuestos asignados a casi todos los departamentos. También a los que se ponen como ejemplo de intocable: Sanidad y Educación. Una vuelta por colegios, hospitales, institutos o ambulatorios bastaría para que el Gobierno vasco aterrizase en la realidad.
Podríamos discutir si esos recortes son o no necesarios, dónde deben mantenerse las prioridades de gasto, qué es lo prescindible y qué no lo es, si merece seguir aumentando la deuda pública con sus respectivos intereses para proceder a inversiones estratégicas o nos quedamos en el objetivo de reducir el déficit, si debe aumentarse o no la presión fiscal, si modificar los impuestos al alza supone directamente un aumento de los ingresos, si esa decisión retrae más o menos el consumo, etc. En fin, debates que con la que está cayendo merecen la pena. Pero si el Gobierno sigue en la ensoñación que niega la realidad, es estéril. Nunca se me ocurriría negociar nada con un alucinado hasta que no se le pase.
Lo peor de este país de las maravillas que gobierna el lehendakari Patxi López es que la realidad es tozuda y que el paro, con los datos conocidos esta misma semana y las previsiones que anuncian todos los análisis, sigue aumentando y lo hará durante este año sin que nuestra economía levante cabeza.
Pero a pesar de que esta situación es objetiva, asistimos a un baile alocado de declaraciones contradictorias que apuntan un día a la necesidad imperiosa de tomar medidas extraordinarias y al siguiente a desdecirse para lanzar el mensaje propuesto: no se preocupe nadie, todo ha sido un simulacro de alarma. Esto tiene sus riesgos, porque cuando de verdad haya que tomar una medida, puede que no le creamos ya nada a quien tenga que tomarla.
¿Por qué lo hacen?
Cuando trato de ponerme en la piel de los asesores del secretario general de los socialistas vascos, sólo se me ocurre que trabajan en una única estrategia: la supervivencia de su propio Gobierno. El interés general desaconseja estos fuegos de artificio: son caros y duran poco. Las polémicas fugaces sólo aumentan la sensación de inseguridad precisamente cuando estamos necesitados de buenas dosis de serenidad y confianza y, en el mejor de los casos, pueden servir para ganar tiempo. Tiempo para prorrogar un Gobierno que agoniza.
Pero el tiempo para las grandes reformas que podrían haberse abordado en esta legislatura han pasado. Tratar de abrir ahora un debate sobre la Ley de Territorios Históricos es una de esas maniobras de despiste. Es comprensible que el Partido Socialista de Euskadi aspire a cambiarla, como manifiestamente lo han expresado con mucha más concreción los dirigentes de Aralar, Eusko Alkartasuna o Ezker Batua.
Lo que no tiene ningún sentido es que se amague, como quien no quiere la cosa, en la recta final de un periodo legislativo en el que además no están representados todos los que son. Así que habrá que seguir esperando a la siguiente jugada de despiste.
Al capitán del crucero Costa Concordia le han bautizado en la prensa italiana como el capitán cobarde porque abandonó la nave antes de que los pasajeros y la tripulación fueran evacuados. Una actitud deplorable, desde luego. Sólo se me ocurre algo igual de grave: dejar que la nave se hunda mientras toca la orquesta.
Nuestro particular capitán parece de esta segunda categoría: el país va mal, pero él prefiere jugar a despistar. Un día que el barco se escora a babor, ordena al pasaje que ocupe la banda de estribor porque se sirven canapés. Si la proa embarca agua, todos a popa. Y así hasta que el capitán decida llegar a puerto, si puede, con el barco lastrado.
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