El 19 de julio de 1936, hace ahora 80 años, el coronel tudelano Críspulo Moracho Arregui murió asesinado, fusilado por orden del general Cabanellas en Zaragoza, sin juicio, sin tribunal, sin dar tiempo a que se defendiera de sus tres delitos graves: ser un alto mando militar defensor de la República, ser un alto cargo masón y haber sido defensor de otros compañeros militares cuando el presidente Lluis Companys proclamó el Estado catalán. Otro masón, el general Cabanellas, adicto a la sublevación (que gestó el alzamiento en una reunión con Mola cerca de Arguedas el 14 de junio), quiso refrendar su mando eliminando a un alto cargo militar. Críspulo, en un terrible juego del destino, se libró tres veces de morir en atentados preparados por militares fascistas en Barcelona para acabar siendo fusilado por un compañero masón cuando acababa de volver a Tudela para descansar. Apenas habían transcurrido unas horas desde la declaración del estado de guerra del general Mola en Pamplona: “Por exigirlo imperiosa, ineludible e inaplazablemente la salvación de España, en trance inminente de sumirse en la más desenfrenada situación de desorden?”. La táctica secreta de Mola, sobre que “es necesario crear una atmósfera de terror, dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos a todo el que no piense como nosotros. Todo aquel que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular debe ser fusilado”, ya estaba en marcha.

Amigo personal de otro masón Martínez Barrio (presidente de las Cortes, del Gobierno y ministro durante la República), su asesinato era vital para que se decidieran los timoratos, un aviso a navegantes, un acto ejemplarizante eliminando a un defensor a ultranza de la legalidad constituida, como había sucedido con el comandante de la Guardia Civil en Pamplona Rodríguez-Medel unas horas antes. Muy probablemente su vida acabó en la tapia del cementerio de Torrero, como tantas otras personas aquel trágico domingo. Su nombre ni siquiera aparece entre los numerosos masones asesinados aquel mes en Zaragoza.

interrogantes Los periódicos de la época anunciaban en su sección de sociedad la llegada de un militar ilustre a la capital ribera el 17 de julio de 1936. “Ha llegado de Barcelona nuestro paisano don Críspulo Moracho, coronel del Regimiento de Alcántara, con su esposa doña Teresa Navazo y su hijo el médico de aquel hospital clínico don Félix”. Aunque los pocos libros que citan al coronel Moracho señalan que de viaje a Tudela fue detenido en Zaragoza, visto este artículo (publicado el 17 de julio por el diario republicano El Eco del Distrito) todo hace pensar que ya estaba en Tudela antes del alzamiento, por lo que es muy posible que los sublevados en la capital ribera le detuvieran y se lo llevaran como muestra de su adhesión al general Miguel Cabanellas, máxime cuando ese mismo día recogieron en Zaragoza miles de armas para Tudela y Pamplona. Los primeros días del alzamiento, el fanatismo, las ganas de revancha y de sembrar terror en la Ribera (la merindad más izquierdista), eran elevadas.

En Tudela se creó una Escuadra Negra integrada por jóvenes reaccionarios de la Falange, que desde el comienzo del movimiento “limpiaron de elementos peligrosos el camino del triunfo”, según describían ellos mismos en los periódicos. Uno de los principales cabecillas era Félix Marsal Moracho, sobrino del coronel Moracho (que murió a finales de agosto de 1936 en el frente y era hijo de su hermana Vicenta Moracho Arregui). Dado que ellos mismos alardearon de la limpieza política realizada en la Ribera entre el 18 de julio y el 10 de agosto (fecha en que muchos estaban ya en el frente), no sería descabellado pensar que, sabido que un importante militar afín a la República llegaba a Navarra y podía ser un obstáculo en el alzamiento de la provincia, fuera la propia Escuadra Negra, su propio sobrino, quien lo delatara y lo llevara al general Cabanellas, que acabó con él sin juicio como hizo con más de una decena de personas ese mismo 19 de julio.

su vida Críspulo Moracho Arregui había nacido el 12 de diciembre de 1876, aunque se desconoce dónde, si bien podría haberlo hecho en Valencia ya que su hermana Vicenta nació en 1884 en ese misma provincia (Puebla del Mar). Sus padres, Félix Moracho e Irene Arregui, eran de Tudela y Peralta, respectivamente, y su hermano, Félix Moracho Arregui, nació en Tudela en 1897.

Sea como fuere, lo cierto es que la relación de este militar con Tudela era cercana, dado que, tras sufrir tres atentados en Barcelona (el último con granada), vino a descansar a Tudela donde encontró la muerte, que no habría sufrido de quedarse en la ciudad condal (que permaneció leal a la República).

Con 18 años de edad, el 25 de agosto de 1894, entró en la Escuela de Infantería, en el Regimiento de Covadonga emplazado en Madrid y, dos años más tarde, ya era segundo teniente. Posteriormente fue ascendiendo siendo trasladado a Bilbao y a la isla del Hierro hacia 1904 para luego pasar varios años en el regimiento América en Pamplona y en Tafalla. En estos años (julio de 1912) contrajo matrimonio con María Teresa Navazo Garay, cuyo padre había sido guardia civil. Ya como comandante pasó en 1914 a Murcia, donde casi diez años más tarde, en 1922, fue nombrado delegado de Gobierno en Lorca por el dictador Primo de Rivera. En 1927 fue trasladado a Valencia, donde estaba al frente del Segundo Batallón del Regimiento número 23. Con la llegada de la Segunda República (1931), Críspulo era ya Teniente Coronel y fue destinado a Barcelona para ponerse al frente del regimiento número 10, un cargo del que fue puesto y depuesto dependiendo de si el gobierno de la nación era de izquierdas o de derechas, para acabar en 1936 al frente del Regimiento Alcántara. Tuvo dos hijos, María Teresa, que falleció siendo una niña en Santander en 1926 por una grave enfermedad, y Félix, médico de carrera que estudió en Barcelona siendo un alumno destacado.

En octubre de 1934 se encargó de la defensa de Pérez Farrás y Escofet, responsables de los Mossos d’Esquadra que se mantuvieron fieles al presidente de la República catalana, Lluis Companys, cuando éste, el 7 de octubre, declaró la independencia de Cataluña y se encerró en el palacio de la Generalitat. Ante el acoso de la artillería del Ejército español depusieron las armas (después de varias decenas de muertos en altercados por toda la ciudad) y se entregaron, siendo sentenciados a muerte, conmutada la pena por la de cadena perpetua y siendo indultados por el Frente Popular en 1936. El coronel Moracho basó su defensa en la obediencia debida, ya que ellos dependían del presidente Companys y en ningún caso del Ministro de la Gobernación o de la Guerra. Este hecho le granjeó numerosas enemistades dentro del ejército.

Ingresó en la masonería el 11 de noviembre de 1931, una organización en la que estaban integrados muchos militares y políticos en aquella época. Rápidamente ascendió, alcanzando en 1932 el grado tres, y, en 1933, el cargo de orador. Bajo el nombre simbólico de Sol perteneció a la Gran Logia Española y a Logia Humanidad, aunque ayudó a crear la Delta, que abandonó el 6 de abril de 1936 por falta de “asistencia y pago”.

atentado El 2 de junio de 1936, cuando Críspulo Moracho iba a subir a su coche en la plaza de Cataluña junto a su hijo Félix, varios desconocidos arrojaron hasta cuatro bombas laffitte contra su vehículo. Por suerte ninguna explotó en el interior del coche y solo resultó herido un transeúnte. Las primeras indagaciones demostraron lo que era evidente: los artefactos que se lanzaron procedían del propio ejército. Tras diversas averiguaciones se realizaron algunas detenciones (Emilio Solano Sanduvete, el capitán Pedro Navarro y Juan Segura Nieto) y se relacionó la acción con la UME (Unión Militar Española), asociación clandestina de militares que bajo el mando de Sanjurjo buscaban una insurrección armada, y la AJA (Agrupación de Juventudes Antimarxistas). De hecho la UME había confeccionado listas en todas las guarniciones para asesinar a militares republicanos y ya había intentado en junio asesinar a Moracho.

Para tratar de escapar de la ciudad condal, buscando alejarse del peligro de una sociedad crispada, Moracho y su familia viajaron a Tudela, localidad natal de su padre y donde vivían sus hermanos, seguramente para disfrutar de las fiestas de Santa Ana que estaban a punto de comenzar. Todo parece indicar que el 16 de julio llegó a la capital ribera donde, dos días después, le sorprendió el alzamiento y donde los falangistas le detuvieron para entregarlo a Cabanellas que les abastecía de armas. Apenas 48 horas después (en las que se desconoce qué sucedió) fue asesinado con 58 años en las tapias del cementerio de Torrero y solo se apuntó “herido por arma de fuego”.

Como mayor evidencia del miedo y la sinrazón de aquella sociedad, el 28 de agosto, poco más de un mes después de que su marido fuera fusilado sin juicio ni motivo, su viuda, María Teresa Navazo Garay, entregó en Tudela al mismo tiempo que su cuñado José Marsal (padre de Marsal Moracho) una alianza y un reloj pulsera a la Junta Central Carlista de Guerra como donativo para el ejército de Franco. Acto seguido, en diciembre de 1936, su único hijo, Félix Moracho Navazo, ingresó en las filas del ejército nacional como médico para morir en el frente el 11 de mayo de 1938. María Teresa Navazo quedó sola, su marido, su hijo y su hija habían muerto, y se asentó en Tudela en una sociedad tradicional y gris donde debería ocultar el asesinato de su marido. Pese a todo, vivió de la pensión que el Estado le pagó como viuda y madre de militar, muriendo el 29 de octubre de 1978 en la residencia de la Misericordia por arterioesclerosis con 92 años de edad. En el apartado de “estado” se podía leer “viuda de Críspulo Moracho”, señal de que defendió el nombre de su marido durante décadas.

Pese a haber sido asesinado, en noviembre de 1943 el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo le abrió un expediente con el número 978 para indagar la “conducta política, social y masónica de dicho individuo”. Después de reconocer que existen indicios de “haber fallecido el 12 de febrero de 1942”, siguieron con las pesquisas hasta 1945 en que declararon “extinguida” su responsabilidad. Pese a todo, el 5 de abril de 1960 el Ministerio de la Gobernación pidió a la policía que indagara si había “variado la situación legal del interesado”, aunque concluyeron que “no ha variado”, cerrándose su expediente.

Su muerte a manos de Cabanellas no se conoció hasta el 18 de octubre de 1936 cuando La Vanguardia, bajo el titular El fusilamiento del coronel Don Críspulo Moracho en Zaragoza indicó que “el coronel Moracho era muy conocido por sus ideas arraigadamente republicanas. Por eso le odiaban todos los elementos fascistas. Puede pues figurar muy dignamente entre los mártires de la República el pundonoroso coronel Moracho, tan infamemente asesinado por mandato de Cabanellas en Zaragoza”. Solo se conoce de él la fotografía que abre este reportaje. Su huella y su recuerdo parece haber desaparecido con los años, como tantos otros casos de asesinados, en los que no sólo se mata su cuerpo sino también su memoria.