Pedro Sánchez se revolvió en su asiento al escuchar sorprendido cómo Albert Rivera le pedía explicaciones sobre su tesis doctoral que Ciudadanos no encuentra en ninguna web universitaria. La pregunta no estaba en el guion del pleno de control al Gobierno. Atónito tras ponerse en pie, el presidente, preparado para contestar a la enésima interpelación sobre Catalunya, pidió amparo con los ojos a Ana Pastor. No se lo dio. El político catalán había retorcido a su favor el reglamento metiendo la soga en casa del ahorcado.
Ocurría apenas unas horas después de que Carme Montón pagara sus plagios de Wikipedia con una dimisión como ministra que ha desmoralizado demasiado en la Moncloa. Enrabietados en el PSOE por la duda que sembraba semejante jugarreta de Cs, Adriana Lastra recuperó su verbo hostil. Fue entonces cuando en esos pasillos del Congreso tan propicios para los titulares de prensa, la portavoz socialista exigió directamente a Pablo Casado su dimisión porque cree que tiene el máster manchado de culpa. En el PP miran para otro lado, se agarran al palo ardiendo de que su líder no falsificó las notas pero en voz baja admiten que el calvario puede ser insostenible en puertas de un jugoso período electoral con el Supremo de por medio.
Un día después de la Diada y del segundo relevo forzado en tres meses de Gobierno, en el Parlamento olía a recelos entre los grupos mayoritarios. En el Gobierno se sienten acosados por todos los rincones salvo por la televisión pública, que ahora enoja a los descabalgados. Entre los unionistas, a su vez, se ha desatado la histeria para ver quién defiende más aguerrida a España de los nacionalismos. Y en Unidos Podemos bastante tienen con sujetar el sólido desafío personalista de Manuela Carmena para la Alcaldía más importante del Estado. Ante un panorama tan propicio para la inestabilidad y la desconfianza, el Gobierno ha tirado por la calle del medio. Una vez que Josep Borrell abriera con toda intención y enojo de la Sociedad Civil Catalana la espita al decantarse en favor de la excarcelación de los políticos independentistas, el PSOE se ha visto liberado para acordar con el PDeCAT el inicio de negociaciones entre Madrid y Barcelona. ERC, quizá refunfuñando por el desmarque, cree que será insuficiente. Según el oráculo de Joan Tardá, el invariable frontispicio de Sánchez de conjugar al mismo tiempo diálogo y ley diluye toda esperanza de acuerdo. La voluntad de hablar afloró ayer aunque tampoco convendría olvidar que esta iniciativa se gestó en mayo, mucho antes de que los conservadores catalanes dieran un vuelco a su organización. Con todo, los socialistas no salen de su desasosiego. A la misma hora, en el Senado el PP los arrastraba a regañadientes a apoyar la unidad de España.
La diatriba sobre Catalunya va para largo; la de los másters, en cambio, asoma cercana su veneno. Sánchez juega con a esperanza de que la tensión bajará tras la traca del 1-O. Casado, por contra, está en manos de los demás aunque mantenga la sonrisa permanente ante los periodistas. En la reajustada bancada popular -curiosa la fila de exministros ahora espectadores ensimismados con las manos cruzadas- la mayoría contiene el aliento y unos pocos -los sorayos huérfanos, desplazados al ‘palomar’- sonríen picarones porque ven asomarse la debacle. La renuncia de la ministra de Sanidad quita el sueño al líder del PP y a su nueva cohorte porque reduce el cerco. La doctrina de Génova contra el vendaval es que no hay equiparación de delito entre Montón y Casado. “Se parecen como un huevo a una castaña, dice el nuevo ideólogo García Egea en un descanso de los whatsapp en su móvil. La procesión va por dentro.