esde diciembre de 2017 y hasta el 2023, es decir, al menos durante seis años, el euro se dirige con aires rumorosos del Atlántico. Primero, Mario Centeno, el ministro de Finanzas del Gobierno portugués y ahora, el ministro irlandés de Finanzas Paschal Donohoe. La batalla producida en el seno del Eurogrupo ha demostrado que las potencias europeas no siempre son capaces de acallar las voces de los pequeños Estados y que su iniciativa de unidad al aliarse el candidato luxemburgués al irlandés, ha desbancado a la española Nadia Calviño, que contaba nada menos que con el apoyo de París, Berlín y Roma. Un duro golpe para el presidente Sánchez y para los intereses particulares de España, que ya lo intentó sin éxito con Luis de Guindos. Pero lo relevante es analizar los retos a los que se enfrenta una moneda que desde su nacimiento ha batallado por su supervivencia en la que el mundo financiero nunca creyó.

La principal virtud del euro es su capacidad simbólica como gran hito de la unión económica de Europa. Externamente supuso la consolidación de un bloque supranacional que se ponía a la altura del dólar y con ello, de Estados Unidos. Internamente los ciudadanos europeos nos dimos cuenta definitivamente que la UE iba en serio y que los pasos atrás eran prácticamente imposibles porque nuestra moneda única nos hacía copartícipes para la bueno y para lo malo. Sin embargo, el euro se parió con defectos estructurales. La eurozona es lo que se conoce como un área monetaria no óptima que incluso sin choques o perturbaciones que vengan del exterior tiene latentes problemas estructurales y de funcionamiento. La deficiencia más importante de la Unión Monetaria Europea desde su creación ha sido que presenta una situación desequilibrada: una política monetaria común y un sistema financiero integrado, pero una política fiscal descentralizada e incompleta.

El momento más crítico vivido por el euro, con anterioridad a la actual crisis del coronavirus, lo vivimos durante los sucesivos rescates de Grecia a raíz de la crisis financiera de 2008 y 2010. Dadas las dudas y reticencias ante el rescate de la deuda griega, el efecto contagio fue tan grave que finalmente el Ecofin ante el nuevo tsunami provocado por la epidemia, se vio forzado a aprobar un fondo de estabilidad permanente por un importe de 750.000.000 millones de euros. Con cargo a este fondo se podrán realizar préstamos a cambio de la implantación de unas medidas que serán elaboradas conjuntamente por la Comisión y el FMI. La otra gran medida aprobada fue que el Banco Central Europeo podrá realizar compras de bonos públicos y privados de los Estados miembros. Estas medidas suponen enterrar la independencia del BCE y conllevan la desaparición de la separación de poderes entre la política monetaria y la política financiera.

La votación de la presidencia del Eurogrupo vuelve a poner de manifiesto que el club de los 27 se basa en un complejo juego de equilibrios en el que la diplomacia y los despachos son trascendentales. Los pequeños se han unido en la segunda votación dejando fuera a la candidata de los grandes. Error de cálculo o falta de trabajo adecuado previo por parte de España. En cualquier caso, el nuevo presidente Donohoe se enfrenta al principal reto del Eurogrupo en toda su historia: asegurar el crecimiento económico en la eurozona y, por tanto, en el conjunto de la UE en el momento que se debe aprobar el Fondo de Recuperación post-pandemia. Para todo ello deberá tirar de mucha mano izquierda y de todas sus dotes negociadoras, pues, el Eurogrupo legalmente es una institución difusa sin competencias claras, sino un ente de coordinación de las políticas económicas de los Estados miembros. La oportunidad para dirigir la salida de la crisis está en sus manos, más allá de las rencillas de patio de vecindario interno, debemos esperar el máximo acierto del político irlandés en su nueva responsabilidad porque nos jugamos demasiado en esta apuesta.