Con las consecuencias de la ola de incendios todavía candente el Parlamento ha echado esta semana el cierre al curso político. Lo ha hecho con la comparecencia de la presidenta, María Chivite, y de los consejeros de Interior y Medio Ambiente, Javier Remírez e Itziar Gómez, que han tenido que dar cuenta por su gestión de una emergencia que ha dejado 15.000 hectáreas calcinadas y ha obligado a desalojar a 9.000 personas.

Ha sido uno de los momentos más críticos del Gobierno foral desde que comenzó la legislatura. Lo que no es poco si se tiene en cuenta que por el camino ha tenido que lidiar con una pandemia, con unas inundaciones históricas y con las consecuencias de la guerra de Ucrania. Entre otras cosas. Fenómenos adversos pero de origen externo que el Ejecutivo de Chivite ha gestionado más bien que mal, pero siempre al ritmo que marcaba desde Madrid el Gobierno de Sánchez.

Los incendios han sido sin embargo un elemento más local y más directo. No único porque también ha habido fuegos más importantes en otros lugares. Pero estaban en la puerta de casa y se han evidenciado algunas carencias que habrá que analizar con más detalle. Este será un tema recurrente después de verano.

El Gobierno en cualquier caso ha superado el trance sin mayores dificultades. O, al menos, sin mayores daños colaterales. Los socios han cerrado filas y han medido su crítica. Las presidenta ha ratificado a Remírez y éste a su equipo de emergencias. Y aunque los reproches han llegado de múltiples ámbitos y han sido duros –Navarra Suma pide una comisión de investigación–, la ausencia de daños irreversibles matiza mucho la necesidad de asumir responsabilidades políticas. A eso se ha agarrado el Gobierno, que ha rehuido cualquier atisbo de autocrítica y ha presentado como un éxito que no haya habido fallecidos ni daños en los núcleos urbanos. Lo contrario hubiera dejado un escenario mucho más difícil de gestionar.

Lo que queda por delante

Se cierra así un curso en el que el Ejecutivo foral ha tenido que lidiar con múltiples calamidades. De la guerra en Ucrania a una Covid que todavía no ha dicho su última palabra. Lejos quedan aquellos días de septiembre en los que Salud Pública daba por finiquitada la pandemia y Chivite anunciaba el fin de unas restricciones que tuvo que recuperar después por Navidad. En diciembre se desbordaron los ríos en unas inundaciones históricas que trajeron también críticas por imprevisión. Y en enero vendría la sexta ola que colapsó una atención primaria que todavía hoy sigue esperando soluciones.

Ha sido un curso marcado también por las diferencias internas en la mayoría de Gobierno. La rivalidad entre el PSN y Geroa Bai ha estado presente desde el inicio de la legislatura, pero en primavera se ha desatado de forma abierta. Y ha habido algunos momentos críticos que a punto han estado de hacer saltar por los aires una alianza que todos dicen estructural, pero a la que todavía le queda mucho trabajo interno de cohesión.

Aunque clima electoral se va a dejar sentir cara vez más, el dibujo político apunta a la continuidad

Si no lo ha hecho es porque más allá de las disputas puntuales, de los desequilibrios permanentes y de la falta de perspectiva que en ocasiones lastra al Gabinete de Chivite, los partidos que lo apoyan tienen claro que esta apuesta lo es también para el futuro. Y que más allá del resultado el próximo mayo será difícil encontrar una suma con la que construir otro Gobierno diferente a la derecha. No hay hoy alternativa y eso al final acaba simplificando las cosas.

Ese es precisamente el gran problema con el que se ha encontrado Navarra Suma a lo largo de todo este año. Ha jugado a la oposición frontal en los presupuestos, ha buscado acuerdos puntuales con PSN y Geroa Bai intentando abrir fisuras en el Gobierno y ha acabado pidiendo dimisiones y comisiones de investigación. Pero al final el resultado casi siempre ha sido el mismo. Una soledad política que se ha visto agravada por la escisión en UPN. La reorganización de la derecha navarra es una tarea pendiente.

Tras la ola consumista que ofrece el verano el golpe de realidad en septiembre puede ser duro

En todo caso no parece que el escenario vaya a cambiar mucho tras el verano. El clima preelectoral va a ir ganando espacio, sí, pero la apuesta continuista va a seguir marcando el terreno y lo normal es que el Gobierno acabe sacando adelante los cuartos presupuestos sin mayores dificultades.

Hay no obstante elementos que van a condicionar los meses que restan hasta las elecciones. El PSOE emite síntomas de debilidad y eso siempre condiciona al PSN. La economía es robusta, insiste la consejera de Hacienda, pero algunos datos muestran indicios de ralentización que pueden entorpecer la labor ejecutiva. Tras la explosión de consumo del verano, el otoño amenaza con ser tiempo de contracción. El golpe de realidad en septiembre puede se duro.

Con los tipos de interés al alza y mucha incertidumbre internacional, la inflación será el campo de batalla electoral

Parece claro ya que la inflación y el precio de la energía van a ser el campo de batalla electoral. Con los tipos de interés al alza y mucha incertidumbre en el contexto internacional, el fin de año puede llegar con malas noticias para el bolsillo de los ciudadanos. Y algunas recetas no va a ser fáciles de explicar. No ha tenido un camino fácil hasta aquí el Gabinete de Chivite y no parece que lo vaya a tener tampoco en el futuro. Pero septiembre queda lejos todavía. Ha sido un año duro y todo el mundo merece un descanso. También el Gobierno de Navarra.