Más que una cuestión de concurrir en coalición o por separada, el problema de la derecha navarra es que no tiene votos para gobernar desde que en 2007 perdió la mayoría. Entonces, se mantuvo en el Gobierno por el apoyo in extremis del PSN -obligado por el PSOE en lo que se conoce como el agostazo- y retuvo el poder en 2011 por el pacto pergeñado entre Yolanda Barcina (UPN) y Roberto Jiménez (PSN), que fue un sonoro fracaso que apenas se mantuvo en pie durante 11 meses. 

Dos apaños entre quienes se presentaban a las elecciones como antagonistas, que pagaron inmediatamente después su deriva en las urnas y de la que la derecha no ha conseguido recuperarse, pese a que en las elecciones de 2019 consiguió revertir ligeramente la tendencia a la baja que acumulaba durante 16 años seguidos al concurrir UPN, Ciudadanos y PP bajo la marca Navarra Suma y pasar del 33,93% de los votos recogidos en 2015 al 37,7%.

Un incremento, en cualquier caso, insuficiente para regresar al Palacio foral y que ha convertido en herramienta inútil la coalición que sus dirigentes han tratado de vender como un éxito desde que la crearon en la primavera de 2019.

La mayoría absoluta de 2003 Lo cierto, de todos modos, es que la derecha no goza de suficiente respaldo social para llevar las riendas del Palacio foral desde 2003. En aquellos comicios, con la izquierda abertzale fuera de juego por la ilegalización, UPN-PP y CDN lograron el 49,13% del total de los votos, lo que les reportó 27 escaños. Dos por encima de la mayoría absoluta, con la que aplicaron un rodillo en el Parlamento que ensanchó un poco más el distanciamiento con el PSN.

Cuatro años después, ya con Nafarroa Bai en la arena electoral, la derecha no consiguió reeditar la mayoría. Perdió tres asientos en la Cámara y se quedó a uno de poder gobernar sin dar cuentas a nadie.

El entonces presidente, Miguel Sanz, llegó a verse fuera del Gobierno, pero Rodríguez Zapatero salió a su rescate. Tras más de dos meses de negociaciones, en las que PSN, Nafarroa Bai e Izquierda Unida sellaron un acuerdo para gobernar, el PSOE dinamitó ese pacto y ordenó al PSN que permitiera que UPN-PP continuara al mando a cambio de cierto entendimiento parlamentario que permitía a los socialistas intervenir en jugosas partidas presupuestarias.

La decisión adoptada en Ferraz soliviantó a militantes socialistas -se sucedió el goteo de bajas en sus filas- y también pasó una factura, aunque mínima a la derecha. UPN y PP separaron en 2008 sus caminos tras 17 años de feliz entendimiento y CDN desapareció al convertirse en un agente político inútil tras haber sido primero engullido por UPN y después, ya en 2009, expulsado del Gobierno.

El abrazo al PSN Para entonces, Sanz ya había llegado a la conclusión de que dependía del PSOE para seguir cortando el bacalao y de que el resto de agentes de derechas ya no eran aliados sino un estorbo. Por ello, tras partir peras con PP y CDN, dejó el camino escrito a su sucesora, Yolanda Barcina, para que gobernara en coalición con el PSN.

Así lo hicieron en 2011. Tenían una mayoría con cierta holgura -28 escaños, gracias a los 19 de UPN y los 9 del PSN-, que duró menos de un año. Expulsado Jiménez del Gobierno, Barcina vivió una legislatura agónica, atrincherada durante tres años en minoría. Su clamoroso error de no disolver la Cámara y convocar elecciones anticipadas debilitó todavía más a los regionalistas que en 2015 bajaron a su suelo electoral con 15 escaños. Ya muy lejos de la gobernabilidad incluso con el PP, que se había quedado con solo dos representantes en el Parlamento , al que accedió por los pelos.

El desastre para la derecha, fracturada esta vez en tres listas, fue absoluto al quedarse Ciudadanos fuera de la Cámara por apenas un centenar de votos. Los 17 escaños de UPN y PP -el suelo histórico de esta corriente en la Comunidad Foral- y los 7 del PSN propiciaron el mayor vuelco político de la democracia en Navarra. Geroa Bai, EH Bildu, Podemos e Izquierda-Ezkerra alcanzaron la mayoría con 26 parlamentarios y encumbraron a Uxue Barkos a la presidencia.

Javier Esparza, que ya había sido el candidato de UPN, achacó su debacle a Barcina e impulsó la unión de todas las derechas, excepto Vox, en la coalición Navarra Suma para la contienda electoral de 2019. Pero tampoco le salieron las cuentas. Con 20 escaños de 50 y sin capacidad real de reeditar los acuerdos con el PSN, que favorecían a UPN en la misma medida que erosionaban a los socialistas, los regionalistas continúan en la oposición. Son ya siete años fuera del poder y 10 -desde que expulsaron al PSN del Gobierno- sin capacidad de tomar decisiones, y en el horizonte no asoma un atisbo de cambio, pese a que ahora lo vayan a intentar en solitario.