Fue la sorpresa de las europeas. En los gráficos de reparto de escaños apareció, en sexto lugar, un logo nuevo, distinto a los de PP, PSOE, Vox, Ahora Repúblicas y Sumar. Una ardilla que lleva puesta una máscara de Guy Fawkes, el símbolo de la lucha popular contra la tiranía que hizo famosa la película V de Vendetta en 2006.

La ardilla es el logo de Se acabó la fiesta (SALF), la agrupación de electores del agitador Alvise Pérez que ha sacudido la política estatal. 800.763 votos, el 4,59%. Sin papeletas por correo, sin publicidad, sin presencia en medios. Sin programa político. Con la única fuerza de las redes sociales y un canal propagandístico en Telegram. Casi dos millones de seguidores –ardillitas, les llama Alvise– en internet. Indetectable para muchos, que no han –hemos– visto ni de cerca una corriente política y sociológica que ha brotado en forma de tres escaños en el Parlamento Europeo. Casi nada.

Navarra no ha escapado a este fenómeno. Casi 8.000 votos, el 3,06%. Un tercio en Pamplona. Le han votado en barrios bien –supera la media de voto de todo el Estado en más de 13 secciones censales del Ensanche– y en la periferia joven, como Lezkairu o Mendillorri. Destacan dos: la 1 del sector 5, en plena avenida de Galicia de Pamplona: más del 13% de apoyos. Y en la periferia, la 24 del sector 7, que corresponde a varios portales y calles de Buztintxuri –avenida de Gipuzkoa, calle Ventura Rodríguez...–. De los 756 votos válidos emitidos el día 9, 67 fueron para SALF: el 8,86%.

Hay pocos puntos de partida claros. El primero: es un voto mayoritariamente joven y masculino, como explicó el ingeniero Kiko Llaneras en El País. Alvise, de 34 años, ha sabido disfrazar de rebelde y antisistema un discurso proteccionista, ambiguo con respecto a la posición de España en la guerra de Ucrania, a favor de expulsar a los inmigrantes ilegales, un puntito euroescéptico, abonado a las teorías de la conspiración, totalmente agresivo contra los políticos y la libertad de prensa y que plantea, entre otras, construir una mega cárcel a las afueras de Madrid para meter dentro a políticos –la noche electoral mencionó a Bono o Felipe González– y criminales.

Las influencias

Alvise bebe de Trump –y de su primer ideólogo, Steve Bannon– y Bukele. Va al ritmo de los streamers y ha seducido a una pequeña parte de la sociedad –hasta ahora en los márgenes y en la abstención– que añora unos tiempos idealizados que no vivieron –y que puede que no existan– o que los políticos directamente les han robado.

Vivimos en una sociedad insegura por la “inmigración ilegal” y estropeada por la casta política que él denuncia y a la que señala con el dedo. Por esa labor le han perseguido tantas veces, explica.

Él es distinto, y esgrime como label de autenticidad que ni él y ni los otros dos eurodiputados –Dani Solier y Nora Juncopercibirán su sueldo, porque esta misión no se hace por dinero. Todo tiene un aire mesiánico, un poco Black Mirror, con un líder salvador y una legión de ardillitas. Es España en 2024 y es real.

Su canal de Telegram, clave

Da igual qué grado de verdad o de mentira hay en las afirmaciones de Alvise, que habla abiertamente de que será él quien proporcione “libertad informativa de verdad”. Parte del éxito de su estrategia está precisamente en confrontar con ellos y con quien trate de fiscalizar el movimiento.

Ahí su canal de Telegram es esencial: funciona como un boletín de noticias, donde Alvise dirige titulares y enfoques y más de medio millón de ardillitas anónimas reaccionan con emojis. En los últimos días, algunos de los contenidos más calientes han servido para poner en la picota a un periodista crítico –con insinuaciones mafiosas– y para alentar un fraude electoral en el recuento de las actas.

Conviene asumirlo: hay una parte de la sociedad impermeable a los hechos, cuando no directamente rabiosa contra la evidencia. Sobre todo si la señala una vieja figura de autoridad, como puede ser un político, un profesor o un periodista.

El insulto fácil contra Alvise –sobre todo desde la política o los medios– refuerza al movimiento, porque viene del enemigo. Alvise lleva una década sumergido en un descenso a los infiernos –la búsqueda del escaño para obtener protección judicial es otra clave– y ya tiene las espaldas anchas.

Un fenómeno con mar de fondo

Lo importante es dar al fenómeno –que es generacional, en gran parte, y supera al partido o al líder– la gravedad debida sin caer en el reduccionismo. Existe un descontento real porque sí, la inseguridad crece en toda Europa. La vivienda está prohibitiva. Hay muchísima incertidumbre. Conviene no frivolizar con esto y dar respuestas adultas y a la altura desde ya.

Porque el movimiento tiene derivadas suficientemente inquietantes como para que siga engordando. Todo tiene un aire espontáneo pero detrás hay algo bien organizado. Y Alvise es el peón.

Quizá el posicionamiento sobre España y la guerra de Ucrania –tibio, reacio a una mayor participación– dé pistas. Putin influye desde hace décadas en la política europea, de muchas formas. Quizá no sea casual que uno de los actos de campaña fue una larga entrevista con el coronel Baños, defensor histórico del acercamiento a Rusia y “fascinado con la carismática figura de Putin”, como él mismo admitió en sus redes.

A corto plazo, será interesante ver si SALF se suma a los identitarios de Le Pen y Salvini e inaugura la cuota española en el grupo. A largo, Alvise afrontará la dura realidad de la política institucional. Pondrá a prueba sus promesas más bizarras –muchas quedarán en nada– y el movimiento –ultravolátil– tendrá que gestionar la quiebra de la expectativas. La larga legislatura europea acaba de comenzar.