Los Presupuestos para 2025 tienen muchas lecturas. La primera, la evidente: el Gobierno de Navarra vuelve a aprobar la ley más importante de cada ejercicio, la que permite llevar a la realidad las políticas diseñadas sobre el papel.

La segunda, la política: alrededor de estas Cuentas ha vuelto a concitarse la mayoría política progresista, que aprobará los Presupuestos que menos crecen con respecto a otros años pero que mantienen la inversión en los pilares de los servicios públicos.

Y la tercera, más de fondo: con los del 2025, serán diez los Presupuestos seguidos en Navarra, algo que no ocurría desde 2001.

La década que va del 2015 al 2025 ya se ha convertido en una de las más estables de la historia institucional de Navarra, con mayorías amplias para desarrollar políticas al tiempo que se ha velado por el cumplimiento de las normas de endeudamiento y gasto. Y todo ha sucedido mientras fuera de Navarra se vivía una situación especialmente inestable. Así que tiene todavía más mérito.

2015, año de cambio

Los primeros que rompieron tendencia fueron los de 2015. Navarra venía de una crisis política casi sin precedentes. El experimento de Gobierno entre UPN y PSN saltó por los aires al año de arrancar. Solo hubo tiempo para aprobar unos Presupuestos, los del 2012, al alimón entre regionalistas y socialistas.

La expulsión del PSN del Gobierno desató una crisis política en Navarra que se sumó a la que ya sufría el resto del Estado a base de corrupción y recortes. El Gobierno de Barcina optó por seguir adelante y la consecuencia fue que no pudo aprobar ningún otro Presupuesto en toda la legislatura. Eso dejó exhausto al Ejecutivo foral y por consiguiente a UPN, que vivió en 2015 su gran revés político con la salida de casi todas las instituciones.

De ahí que el Gobierno de Barkos llegara con unos Presupuestos bajo el brazo. Fue una prioridad –a cargo del consejero de Hacienda, Mikel Aranburu– teniendo en cuenta que ya eran tres los ejercicios prorrogados.

Fue salir de la crisis política regional y entrar en la estatal: la estabilidad del Gobierno foral entre 2015-2019 chocó de frente con la peor crisis política que ha conocido España en los tiempos recientes: la de la ruptura del bipartidismo, el nacimiento de Podemos, Ciudadanos y después Vox.

Eso tuvo una consecuencia política inmediata. A partir de 2016, la interlocución con el Estado no es a través de un Gobierno con mayoría absoluta –como la de Rajoy entre 2011 y 2015–, sino con un Ejecutivo en minoría, en interinidad, con Presupuestos prorrogados y escasa capacidad de maniobra.

La repetición electoral de 2016 avisa de que algo ha cambiado en el sistema de partidos. Desde luego, no era la mejor situación para trabajar, aunque hubo excepciones como la negociación del Convenio Económico, que vivió una firma histórica a favor de Navarra en 2017. Barkos, además, siempre elogió el trabajo serio de los equipos técnicos de Cristobal Montoro.

Esa legislatura fue clave para la recuperación de la crisis. Barkos tuvo un periodo económico general a favor al que supo sacar partido: dio la vuelta a las finanzas públicas y es en esta legislatura cuando los Presupuestos empiezan a consignar cada vez más inversión pública. La reforma fiscal del primer año permitió asear la caja –exhausta tras la última legislatura– y en 2019 la situación económica es buena, con indicadores que apuntan a que la larga crisis –que en 2013 provocó un paro sin precedentes en Navarra– había quedado atrás.

La ruptura del relato

Lo malo es que 2020 llegó para cambiarlo todo. Precisamente, una trayectoria previa de cierta estabilidad permitió capear mejor la situación, aunque los Presupuestos de aquel año, aprobados el 4 de marzo de 2020, se quedaron viejos apenas entraron en vigor por culpa de la pandemia.

Sin embargo, la fórmula de Geroa Bai-EH Bildu-Podemos-IE primero; y de PSN-Geroa Bai-Contigo Navarra y EH Bildu después ha permitido algo más que alumbrar Cuentas durante diez años.

La mayoría política progresista, agrupada para las leyes importantes, ha roto durante una década un relato que había tratado de patrimonializar la derecha: que solo ellos dan estabilidad a las instituciones.

Una idea que tiene predicamento pese a que la realidad es que ni en Navarra ni en Pamplona –por poner un ejemplo en la capital– ha sido así. Más bien, todo lo contrario: ha sido la sensibilidad progresista la que ha cumplido con plazos y obligaciones, mientras que la derecha ha tenido que recurrir mucho más a la prórroga presupuestaria. Eso por no hablar de la excepcionalidad que suponen las cuentas aprobadas entre 2004 y 2012, con Miguel Sanz como presidente y la izquierda abertzale ilegalizada.

Los 18 Presupuestos entre 1984 y 2001. Navarra conoció su mayor periodo de estabilidad presupuestaria entre 1984 y 2001. Arranca con un Gobierno entre Arza y Del Burgo apoyado en UCD y PDP y termina con uno de Sanz antes de la mayoría absoluta, en 2001. Por el camino, siete presupuestos de Urralburu (1985-1991); cuatro de Alli (1992-1995); uno de Otano (1996); y cinco de Sanz (1997-2001).

Ocho de Sanz y uno de Barcina de 2004 a 2012. En 2002 y 2003 hubo prórroga presupuestaria por la incapacidad de Sanz –que tenía 22 escaños– y el PSN –con 11– de llegar a un acuerdo económico. A partir de 2003, la situación se aclara gracias a la mayoría absoluta de Sanz, en un contexto en el que la izquierda abertzale estaba ilegalizada.

La ‘década presupuestaria’ desde 2015. El Gobierno de Barkos rompió la racha de prórrogas de Barcina. El Gobierno del cambio tuvo Cuentas todos los años. La tónica la siguió Chivite, apoyada en Geroa Bai y Contigo Navarra y con el apoyo exterior de EH Bildu.