El periodista pamplonés Josetxo Martínez, jefe de Prensa del Parlamento, acaba de presentar en Tenerife su ‘Estudio de aproximación al fenómeno de la desinformación y su incidencia en la era digital’, un riguroso análisis construido a partir de las aportaciones de 27 expertos de los ámbitos académico, jurídico, político y periodístico. En su trabajo, plantea cómo el modelo de comunicación digital ha intensificado la crisis del periodismo tradicional, despojándolo del monopolio de la intermediación informativa y sumiéndolo en un proceso de transformación que pone en cuestión la calidad del debate público y la salud democrática.

¿Cómo ha afectado el entorno digital al periodismo tradicional?

–El modelo de comunicación digital ha agravado la crisis del periodismo tradicional, le ha arrebatado el monopolio de la intermediación informativa y amenaza aún más si cabe su sostenibilidad económica. Le ha quitado una parte importante de la audiencia y abocado a una transformación brusca tras perder una cuota importante de mercado. Ello implica, por un lado, reajustes empresariales, menos plantilla y, en consecuencia, menos posibilidades de dar información de calidad, porque hay menos periodistas con menos tiempo para hacer informaciones, para documentarse y para asegurarte de que la información es veraz.

Con menos personal, menos posibilidades de ofrecer una información de calidad. 

–Exacto. Y encima tienes la premura del tiempo. La velocidad de la información en el ámbito digital, donde van saliendo continuamente noticias, te abocan a fiarte a veces de fuentes que no son fiables, te lleva a cometer errores y se pierde credibilidad. Se ha resentido la función social del periodismo, que es ofrecer a la audiencia información sobre temas de su interés para ayudarles a configurar su opinión, a que puedan tomar una decisión, porque para competir con el ámbito digital, se utilizan sus mismas armas, abonando un descrédito generalizado del sistema de medios.

“Se deben categorizar jurídicamente a las plataformas como medios para hacerlas responsables de sus contenidos”

Más allá de factores externos, que los hay, ¿los periodistas también hemos contribuido a esta crisis? 

–El periodista de a pie cada vez tiene menos medios, más prisas y menos instrumentos para competir. Practicar un periodismo valiente, incisivo, te puede llevar a meterte en problemas, porque compites contra grandes poderes o grandes estructuras que te amenazan con querellas… y esa falta de respaldo aboca a un repliegue informativo. Llega un momento en que el periodista, que ya vive una situación precaria de por sí, no quiere problemas añadidos.

¿Está la ciudadanía más indefensa ante la desinformación que antes? 

–Sí. Desinformación ha habido siempre, pero hoy en día la sociedad está más expuesta, porque la catarata de informaciones es constante en el ámbito digital. Una noticia sucede a otra y no hay tiempo ni pausa para la reflexión, ni tampoco se ofrecen a la ciudadanía instrumentos para aprender a filtrar. Hoy en día no es un problema el acceso a la información: llega desde mil sitios de una manera sucesiva, a una velocidad inasumible, sin espacio para asumirlo, digerirlo. De hecho, uno de los consensos que hay es la necesidad de insistir en la alfabetización mediática y digital de la ciudadanía para enseñarle a aprender a filtrar información y fomentar su espíritu crítico, porque se ha perdido mucho. 

Recuperar el espíritu crítico

¿Cómo ha contribuido el entorno digital a este fenómeno ? 

–Desde las plataformas digitales se impulsa una ciudadanía pasiva e irreflexiva, y eso es, precisamente, lo que habría que recuperar. La desinformación no es un fenómeno nuevo, siempre la ha habido, pero ahora lo que cambia es el impacto y la velocidad, la sucesión de noticias y el volumen de audiencia. Todo eso lo aporta el ámbito digital, que es una espiral continua de noticias.

¿Qué consecuencias tiene la pérdida de esa conciencia crítica para el conjunto de la sociedad? 

–Afecta la calidad democrática y erosiona las democracias, porque la función social del periodismo es contribuir a informar y formar a la opinión pública. Un periodismo de calidad lleva directamente a una opinión pública de calidad, formada e informada. Y eso es lo que se está perdiendo. Porque el modelo tradicional de periodismo está, en parte, emulando las prácticas del ámbito digital. Se trata de sobrevivir como empresa, no con información de calidad, entendiendo que calidad es igual a sostenibilidad económica, sino entrar en la espiral de amarillismo, polarización y clickbait. 

Josetxo Martínez, jefe de Prensa del Parlamento de Navarra. Iban Aguinaga

No deja de ser un bucle. Sin audiencia no se sostiene un medio. 

–Ahora mismo estamos en ese bucle y lo que se trata es de salir. Eso es lo que plantea la normativa europea desde la perspectiva de la autorregulación. Es un llamamiento a la autorregulación responsable, codificada y sujeta a sanciones para preservar la libertad de los medios de comunicación y la pluralidad y combatir así la desinformación. Falta por comprobar si va a ser efectivo.

Cómo regular sin censura

¿Cómo se podría regular el espacio digital sin recurrir a la censura?

–Se plantea la necesidad de regular la desinformación, partiendo del consenso de que no deben modificarse las leyes fundamentales que garantizan el derecho a la libertad de expresión y a recibir información veraz. Estos derechos gozan de la máxima protección constitucional y su reforma podría tener efectos indeseados, como una merma en el control ciudadano al poder, lo que podría derivar en censura. No obstante, si la autorregulación responsable de los medios no funciona, el Estado no puede eludir su obligación de intervenir para proteger la calidad democrática. Esta intervención no pasaría por cambiar los derechos fundamentales, sino por establecer criterios claros para definir qué es un medio de comunicación y qué requisitos debe cumplir.

“Se ha resentido la función social del periodismo, que es ofrecer información para ayudar a la audiencia a configurar su opinión”

¿Cómo se haría?

–Se propone revisar y actualizar dos leyes clave: el derecho de rectificación, regulado en una ley muy antigua que data de 1984 y que está concebida únicamente para la prensa escrita. Habría que adecuarla al contexto actual. Respecto al derecho al honor, en ocasiones se usa para intimidar a periodistas. El reto es adaptar este marco normativo al entorno digital, sin poner en riesgo los pilares constitucionales.

¿Está la sociedad preparada para este debate? 

–Hoy en día la ciudadanía está muy distraída y ajena a todos los grandes debates. Desde la pandemia vamos hacia una sociedad infantilizada, ausente, en la que se empuja al ocio para que no piense mucho. No interesa el carácter reflexivo. La gente está ocupada en sobrevivir, pero todo el mundo es consciente de que hay un problema. Falta implementar medidas. Las plataformas digitales no tienen ningún incentivo, porque les va muy bien. Es el Estado el que no puede huir de su responsabilidad de regular todas las cuestiones de interés general, como la desinformación que afecta a la calidad de la democracia. Hay una erosión global de las democracias desde las plataformas digitales, se atacan derechos y libertades, se ofrecen soluciones sencillas para problemas complejos y las grandes plataformas no tienen ningún incentivo para cambiar. Y por otro lado están los pseudomedios, que están en otro nivel.

¿Qué papel juegan esos pseudomedios?

–Los medios tradicionales han conseguido, por su incomparecencia, que la ciudadanía perciba a los pseudomedios como medios. Al final, los medios deben equilibrar su doble función: son empresas que necesitan ser rentables, pero también actores sociales que informan y forman opinión desde una línea editorial. Hay quienes dicen que sin rentabilidad no hay credibilidad y otros dicen que sin credibilidad no hay rentabilidad. Pero una parte de esos medios han optado por utilizar las mismas herramientas que utilizan las plataformas digitales, han olvidado un poco los criterios informativos para poder competir con ellos. Esto debilita su papel social y la calidad de la información. Sin embargo, es verdad que sociológicamente los medios tradicionales que ya estaban antes del ámbito digital tienen mayor credibilidad. La gente se fía más de esos medios, de la marca. 

Igual legalmente las redes a los medios

¿Cómo es la normativa europea sobre libertad de medios? 

–El Reglamento Europeo sobre la Libertad de los Medios de Comunicación entró formalmente en vigor el 7 de mayo de 2024, pero su aplicación completa se produce ahora, desde este 8 de agosto. Este reglamento se complementa con dos instrumentos fundamentales: la Ley de Servicios Digitales, que está en plena aplicación desde febrero de 2024, y la Ley de Mercados Digitales, vigente desde mayo de 2023 aunque operativa desde 2022. 

"Desde la pandemia vamos hacia una sociedad infantilizada, ausente, en la que se empuja al ocio para que no piense mucho"

¿Qué implica esta nueva norma?

–Apuesta por una autorregulación que, a decir de la mayoría de expertos de los ámbitos consultados (académico, jurídico, político y periodístico), debería ser responsable, codificada y sujeta a sanciones. Se trata de categorizar jurídicamente a las grandes plataformas digitales como medios de comunicación o editores, lo que implica hacerlas legalmente responsables de lo que publican, igual que ocurre con los medios tradicionales. Esto pretende terminar con la actual situación de desregularización que domina el ámbito comunicativo digital, donde estas plataformas operan sin responsabilidad.

¿Funciona la autorregulación?

–Hay quien dice que la autorregulación ha fracasado. Llevamos mucho tiempo llamando a la autorregulación como quien llama a la responsabilidad, pero sin mecanismos efectivos es un brindis al sol. La desinformación en el ámbito digital se ha convertido en un bien de consumo masivo en un ámbito desregulado, donde no priman los criterios informativos sino los intereses económicos de los grandes propietarios de las plataformas –monetizando datos personales de forma ilícita y falta de ética– y sus agendas políticas, que es hacia donde orientan las informaciones a través de los algoritmos. Está completamente desregularizado, hay un desequilibrio total.