Las heridas que dejó la Guerra Civil son profundas. Más allá de las cifras, imposibles de concretar, que hablan de más de 700.000 víctimas mortales, quedan los dramas personales que han ido pasando de generación en generación en los casi 90 años transcurridos desde el golpe militar liderado por Francisco Franco. En muchos casos, esas familias no tuvieron ni siquiera la oportunidad de guardar el duelo porque su padre, hermano o tío fue asesinado y su cuerpo enterrado en una de las cerca de 6.000 fosas comunes diseminadas por toda la geografía del Estado surgidas a raíz de la rebelión iniciada en julio de 1936. En ellas, según algunas estimaciones, podrían haber sido cerca de 140.000 las personas enterradas tras ser asesinadas tanto durante el conflicto bélico como en los años posteriores al mismo. Son 6.000 heridas abiertas, que aún supuran el dolor contenido durante décadas y décadas.
Según datos del mapa elaborado por la Secretaría de Estado de Memoria Democrática en colaboración con RTVE, únicamente 1.478 de un total de 5.848 fosas registradas han sido exhumadas tras la muerte del dictador. En el resto confluyen circunstancias muy diversas. Hay más de 2.300 sin exhumar, medio millar fueron abiertas durante el franquismo para trasladar los restos depositados en ellas al Valle de Cuelgamuros, 457 se encuentran desaparecidas y sobre más de un millar no hay información concreta del Estado.
Desde que, en el 2000, se iniciaron las exhumaciones con una metodología científica, se han exhumado un total de 17.300 cuerpos de víctimas de la Guerra Civil y la represión franquista. De ellos, únicamente se ha podido identificar con ADN unos 700. Los cálculos de la Secretaría de Memoria Democrática cifran en 11.700 los cadáveres sepultados en fosas que son potencialmente recuperables.
Euskadi no es una excepción en el conjunto de Estado y el suelo de los cuatro herrialdes de este lado del Bidasoa está marcado por estas trágicas suturas de tiempos pretéritos. Especialmente, el de Nafarroa, en el que según refleja el citado mapa de RTVE, hay registradas 340 fosas, 103 de ellas exhumadas y 237 aún por abrir. Allí, aunque prácticamente no hubo combates, ya que los partidarios de Franco se hicieron con el control nada más producirse la sublevación, las partidas de requetés y falangistas se encargaron de sembrar el terror entre los defensores de la legitimidad republicana. El cementerio de las Botellas, anexo al Fuerte de San Cristóbal, donde fueron recluidos millares de combatientes en condiciones dantescas, es el lugar que mayor concentración de cadáveres exhumados existente en Nafarroa, con 131 recuperados.
Identificaciones
En lo que se refiere a los territorios que conforman la Comunidad Autónoma Vasca, son 112 las fosas de las que hay constancia según estas mismas fuentes. Bizkaia concentra 44 de ellas, un número idéntico al de Gipuzkoa, mientras que en Araba hay 24. El cementerio de Amorebieta-Etxano es el punto en el que se han podido rescatar los restos de un mayor número de personas, en concreto de 157. De ellas, seis han sido identificadas genéticamente. El último caso, dado a conocer el pasado mes de octubre por Gogora, el Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos del Gobierno vasco, es el de Jesús Arratibel Ruiz de Alegría, un miliciano alavés del batallón Malatesta de la CNT, natural de Zalduondo, que falleció el 5 de diciembre de 1936 en el Hospital Militar instalado en la localidad zornotzarra.
Más identificaciones que en Amorebieta se han podido obtener en el cementerio de Orduña, que está ofreciendo hallazgos importantes. Allí se ha desvelado la identidad de un total de 22 personas internadas en el penal franquista de la localidad. En octubre, Gogora reveló la de cuatro de ellos: Faustino Aguado, natural de Tomelloso (Ciudad Real), y los extremeños Manuel Guillén, Miguel Fuertes y Antonio Monge.
Con mucho terreno aún por delante, la investigación no cesa y siguen sucediéndose las exhumaciones, como la que hace menos de dos semanas, el pasado 9 de noviembre, se desarrolló en pleno Parque Natural de Urkiola. En el monte Saibigain, escenario de intensos combates en abril de 1937 durante la ofensiva franquista para tomar Bizkaia, se descubrieron dos cadáveres de combatientes del bando republicano, cuyo mal estado de conservación impidió conocer más detalles sobre su identidad o si se trataba de milicianos o gudaris. Es la cuarta exhumación que se realiza en una zona que parece guardar en sus entrañas mucha información por revelar.
Maravillas, Aitzol, Lauaxeta...
Todos estos enterramientos furtivos son consecuencia de una guerra que originó en Hegoalde casi 30.000 víctimas en los dos bandos. La mayoría de esas muertes fueron causadas por el bando insurgente, como las 3.500 que se registraron en Nafarroa durante la contienda y en los años posteriores. Como emblema de todas ha quedado para la posterioridad la de Maravillas Lamberto, la niña de 14 años de Larraga que fue detenida junto a su padre, militante de UGT, para ser violada y asesinada por falangistas, que echaron sus restos a los perros. A nivel colectivo, también quedó para el recuerdo la salvaje represión ejercida en Sartaguda, donde los golpistas se llevaron la vida de 86 vecinos de un total de unos 1.200 habitantes. Ello hizo que fuera la localidad fuera conocida para la posterioridad como el pueblo de las viudas.
Cuelgamuros, el osario gigante
El Valle de Cuelgamuros es el osario de víctimas de la Guerra Civil más grande que existe. Allí se encuentran los restos de más de 33.000 personas, unas 18.000 del bando republicano, de las que la mayor parte están sin identificar, y otras 15.000 de combatientes franquistas. En 2021, el Gobierno aprobó la creación de una Comisión para el asesoramiento forense en unas labores de exhumación que, debido a una serie de demandas judiciales, no se pudieron iniciar hasta junio de 2023. En estos dos años, la labores en las que participa el forense vasco Paco Etxeberria de la mano de la Sociedad Aranzadi, han identificado más de una veintena de restos dentro de un total de 206 solicitudes.
En Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, según los datos que maneja Gogora, murieron como consecuencia de la Guerra Civil más de 21.300 personas. De ellas, por encima de 13.600 fueron víctimas de las acciones de los sublevados. Más de 2.300 fallecieron en cautividad y casi 1.200 fueron objeto de ejecuciones extrajudiciales, como ocurrió con José de Ariztimuño Aitzol. Su condición de sacerdote no impidió que este periodista y escritor tolosarra fuera fusilado por los franquistas. También lo fue otro célebre literato vasco, Esteban Urkiaga Lauaxeta. El poeta de Laukiz, militante del PNV, fue uno más del millar de vascos condenados a muerte en un Consejo de Guerra. Las gestiones realizadas por el Gobierno vasco de José Antonio Aguirre para realizar un canje con otro prisionero fueron infructuosas.
Exhumaciones tempranas
La exhumación de fosas comunes con cuerpos de represaliados del franquismo arrancó de forma espontánea en plena Transición, por iniciativa de sus familiares. Y lo hizo en Nafarroa. El primer caso conocido se dio en Marcilla en 1978. Fue un fenómeno que se extendió rápidamente a otros enclaves de la Ribera, zona muy castigada por la represión de requetés y falangistas sobre los leales a la república. Con todo, la aplicación de una metodología científica a estas exhumaciones no se da hasta octubre del 2000 con la apertura de una fosa en el municipio leonés de Priaranza del Bierzo. Allí se descubrieron los cadáveres de 13 civiles de afiliación republicana que habían sido detenidos en el Ayuntamiento de Villafranca del Bierzo, subidos a un camión y fusilados. Aquello dio origen a la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), provocando un tsunami de búsqueda de la verdad bajo la tierra que aún sigue en nuestros días. Se trata de una labor inabarcable, puesto que a medida que avanza la tarea de localización de fosas, aparecen otras nuevas. Será imposible recuperar e identificar los restos de todas las víctimas de franquismo que siguen bajo nuestros pies. Ojalá sea imposible también olvidarlas.