El síndrome del ojo seco es una patología crónica que se produce por una alteración en la lágrima, bien porque no se produce suficiente o porque se seca rápidamente.

Los síntomas más habituales son sensación de cuerpo extraño o de arenilla, picor y escozor ocular, pinchazos oculares, pesadez de los párpados, cansancio visual, fotofobia o visión borrosa fluctuante. Incluso en algunos casos puede presentarse la necesidad de permanecer con los ojos cerrados. 

Puede también existir un aumento aparentemente paradójico del lagrimeo, que suele deberse a que como la superficie ocular no goza de la hidratación constante que necesita, en un intento de compensar esta deficiencia, se produce un hiperlagrimeo reflejo.

Este síndrome requiere de un diagnóstico personalizado, pero las causas que pueden provocarlo son:

- La edad. Su incidencia aumenta con la edad y es frecuente en las mujeres después de la menopausia.

- Factores ambientales. El aire acondicionado, la calefacción, ambientes muy contaminados...

- Alteraciones en las glándulas de Meibomio. Son las encargadas de aportar lípidos a la lágrima.

- Tomar determinados fármacos. Por ejemplo antidepresivos, diuréticos o antihistamínicos, así como los tratamientos de quimioterapia y de radioterapia.

- Uso de pantallas. El uso continuado del ordenador, tableta o móvil y llevar lentes de contacto.

- Enfermedades autoinmunes. Como la artritis reumatoide, el síndrome de Sjögren, el lupus, etc.

¿Cómo se diagnostica?

- Test de Schirmer. Mide la cantidad de lágrimas producidas. Consiste en colocar una tira de papel de filtro en el párpado inferior y medir la cantidad de lágrimas absorbidas en un período de tiempo.

- Tiempo de ruptura de la película lagrimal. Evalúa la estabilidad de la lágrima en la superficie ocular. Se utiliza una solución de tinte especial que se coloca en el ojo y se observa el tiempo que tarda en aparecer una mancha seca en la película lagrimal.

- Evaluación de los párpados y las glándulas de Meibomio. Se examinan los párpados en busca de signos de inflamación, o disfunción de las glándulas de Meibomio, que pueden afectar la calidad de las lágrimas.

En muchos casos se trata de una enfermedad de larga duración, por lo que el objetivo es disminuir la intensidad de los síntomas. El tratamiento más adecuado se basa en sustituir la lágrima y que el ojo esté bien lubricado. Para ello, se usan lágrimas artificiales, preferentemente de ácido hialurónico y sin conservantes, y pomadas lubricantes. Además, se recomienda realizar descansos con las pantallas –cada 20 minutos–, y una limpieza de párpados con solución jabonosa o toallitas específicas para evitar el exceso de grasa o bacterias.