Batido, yogures, galletas, cereales, panes e incluso helados. Hoy, casi cualquier producto puede encontrarse en su versión “con proteína”, una etiqueta que ha colonizado los estantes de los supermercados y que promete beneficios saludables que seducen, no solo a deportistas, sino a un público cada vez más amplio. Pero ¿son realmente más sanos? ¿Aportan lo que prometen o se trata de una estrategia de marketing eficaz?
Del gimnasio al carrito
Durante años, los productos enriquecidos con proteínas estuvieron estrechamente vinculados al deporte, especialmente a disciplinas como el culturismo o el fitness. Sin embargo, su popularización ha roto esa barrera. Las cifras de consumo no dejan lugar a dudas: según la consultora Nielsen, el mercado de productos con reclamos proteicos ha crecido un 79% en Europa en los últimos cinco años, y España se sitúa entre los países con mayor incremento en el lanzamiento de nuevos productos de este tipo.
La proteína goza de buena reputación en el imaginario colectivo: se asocia con salud, saciedad y masa muscular. Este prestigio ha sido aprovechado por la industria alimentaria, que utiliza el reclamo “con proteína” en productos que, en muchos casos, siguen siendo ultraprocesados, con altos niveles de azúcar, grasas poco saludables o aditivos.
¿Menos calorías?
Existe la creencia de que los alimentos con proteína son más ligeros o ayudan a perder peso. Sin embargo, muchos de estos productos pueden llegar a ser incluso más calóricos que sus versiones convencionales, debido a ingredientes añadidos para mejorar la textura o el sabor tras el incremento proteico. Una lectura atenta del etiquetado nutricional permite comprobarlo.
Desde el Consejo General de Colegios Oficiales de Dietistas-Nutricionistas se advierte que el uso de este tipo de mensajes puede inducir a error, al generar una imagen general de producto saludable que no siempre se corresponde con la realidad nutricional del alimento.
¿Realmente necesarios?
En la mayoría de los casos, la población general no necesita un aporte proteico extra si sigue una dieta habitual y equilibrada. Las necesidades diarias pueden cubrirse perfectamente a través de los alimentos naturales, sin recurrir a productos enriquecidos. “El exceso de proteínas no se convierte automáticamente en masa muscular, como suele creerse”, según indican desde el CGCODN. El organismo elimina lo que no necesita o lo transforma en grasa, y un consumo elevado mantenido en el tiempo puede conllevar efectos adversos, como una mayor sobrecarga renal.
Su consumo, por tanto, puede tener sentido en contextos muy concretos: personas mayores con pérdida de masa muscular, deportistas de alta exigencia o pacientes con necesidades clínicas específicas. También pueden ser útiles en momentos puntuales, como alternativa rápida cuando no se puede acceder a una comida completa y equilibrada. Aun así, siempre debería hacerse bajo supervisión profesional y con criterios dietéticos claros. En una dieta equilibrada, que incluya legumbres, huevos, lácteos, carnes magras, pescados, frutos secos o semillas, las necesidades proteicas suelen estar más que cubiertas.
Aunque la legislación europea establece criterios para etiquetar un producto como “fuente de proteínas” o “alto en proteínas”, en la práctica existen lagunas que permiten el uso de mensajes ambiguos o poco claros. La EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria) regula estos parámetros, pero su aplicación efectiva sigue siendo objeto de debate, especialmente cuando se trata de proteger al consumidor frente a reclamos que pueden inducir a error.
¿Cuánta proteína necesitamos?
Existen dos formas habituales de calcular la ingesta diaria recomendada de proteínas. La primera es a partir del porcentaje calórico: entre un 12% y un 15% del total diario. Así, en una dieta estándar de 2.000 kilocalorías, el 15% equivale a unas 300 kcal, lo que se traduce en 75 gramos de proteína, teniendo en cuenta que 1 gramo aporta 4 kcal.
La segunda fórmula establece un rango de entre 0,8 y 1 gramo de proteína por kilo de peso corporal, ajustado en función del peso real o corregido de cada persona, tanto si hay exceso como si existe bajo peso.
Ambas recomendaciones se pueden alcanzar con facilidad mediante una alimentación variada que incluya alimentos naturalmente ricos en proteínas: huevos (que contienen todos los aminoácidos esenciales), yogures naturales sin azúcar ni edulcorantes, carnes (sin grandes diferencias entre blanca y roja), pescados —especialmente los azules, por su aporte en omega 3—, legumbres, frutos secos, derivados de la soja como el tofu, semillas, quinoa o seitán. En este contexto, los productos enriquecidos solo deberían contemplarse como complemento en situaciones muy concretas, no como vía principal de obtención de este nutriente esencial.
Más allá de las modas y del marketing, lo importante sigue siendo la salud. Y en nutrición, como en casi todo, el exceso no siempre es sinónimo de beneficio. La clave está en la información, en el equilibrio y en saber elegir lo que realmente nutre.