¿Qué extraña cosa es ser torero? ¿Es segura la normalidad sicológica del hombre que decide ser torero? Estas cuestiones planteaba el crítico taurino Guillermo Sureda en su libro Tauromagia. Yendo un poco más allá, ¿es segura la normalidad de quien decide encerrarse con seis toros en una plaza como la de Pamplona? Y llegando un poco más lejos ¿es segura la normalidad de quien decide hacerlo con una corrida de las características de la de Miura? Pues cosas de estas las hace Antonio Ferrera con cierta frecuencia. Encerrarse con seis toros es siempre como lanzar una moneda a cara o cruz. Para salir triunfador de un lance semejante hay que tener mucha técnica, mucha voluntad y mucho repertorio; ser torero largo. En la tarde de ayer repertorio se vio poco, alguna que otra cosilla con el capote… Pero tiene su lógica. Un encierro de Miura no es un encierro al uso. Son toros a los que hay que enfrentarse más en el sentido de la lidia que en el del toreo artístico. Y siendo así, es el toreo fundamental la herramienta que se requiere. Nadie se aburrió ayer en la plaza, incluso saliendo una corrida muy poco potable. El público supo premiar el valor y la entrega. La primera oreja llegó en el segundo de la tarde con el que Ferrera logró momentos de belleza al torearlo suave y relajado a media altura. La segunda llegó en el sexto, que como el quinto sustituyó su falta de fuerzas jugando a defenderse. Al terminar la lidia, que en ese papel de lidiador estuvo el torero, y ese rol exigía la corrida, el público quiso premiar el esfuerzo de Ferrera. Puerta grande merecida que rompe la máxima que decíamos el otro día de que no se premia el valor si no hay preciosismo. Fue una pena que la espada malograra la suerte del cuarto que cambió su comportamiento y quedó ahormado en el toque suave de muleta. Fue bella la ejecución de la suerte suprema, pero el toro no cayó. Se perdieron ahí los trofeos, pero quedó todo lo que antes de la muerte sucedió en el ruedo. l