Es el fotógrafo colombiano de la barbita, la melena corta y el sempiterno fular al cuello, por mucho calor que haga en Pamplona. Lleva cuatro décadas fotografiando los encierros y los actos de Sanfermines, desde los años del blanco y negro. Su nombre es Álvaro Barrientos y el de este domingo ha sido su último encierro.
Un fotógrafo de referencia
Álvaro (Medellín, 1956) es uno de los fotógrafos de referencia en Navarra en las últimas décadas. Llegó a Pamplona allá por 1980 y comenzó su aventura en el mundo de la fotografía en 1984, tirando en blanco y negro y diapositiva. Era una época, inimaginable ahora para los jóvenes, en que podía costar horas ver las fotos hechas con una cámara analógica.
Ese mismo año comenzó a trabajar para un periódico en Sanfermines y, en 1997, para Asociated Press (AP). Dos años después cubrió los primeros Sanfermines para esta agencia de noticias.
En una entrevista con EFE, Álvaro recuerda cuál fue su primera foto para AP: "Fue en la curva de Mercaderes, que para nosotros siempre ha sido la curva de la Estafeta. Yo no usaba remotos, sino que estaba echado en el suelo".
Aquella foto, ha explicado, "es muy parecida, en cuanto a composición, a lo que se ve ahora. Los edificios, los toros, los corredores... pero la diferencia es que estaba echado en el suelo, que es impresionante por toda la tensión que palpas".
"La velocidad va haciendo como un pequeño ventarrón y se levanta el polvo, los periódicos, porque las calles no estaban tan limpias como ahora, no había el antideslizante, que ahora es magnífico para todo el mundo", ha señalado.
Aquella era "otra historia muy distinta", ha destacado. "Más o menos diez metros antes de la curva veías cómo empezaban a resbalarse. Toros sentados, toros caídos, apoyando el morro en el suelo, corredores caídos... eran fotos realmente espectaculares".
La magia del blanco y negro
Álvaro recuerda con cierta nostalgia los años del blanco y negro en fotografía: "El blanco y negro es maravilloso, es el principio de la fotografía, el negativo, la magia de la química, porque mentalmente aprendías a tener herramientas de trabajo muy claras".
"Teníamos 36 fotogramas en un negativo y en Sanfermines 36 fotos ni hacía en el encierro. Yo recuerdo el primer encierro en blanco y negro, hice 12 fotos pasando fotogramas con la palanca. Luego vi el negativo, los miré con lupa y dije, me parece mentira que haya hecho tantas fotos tan poco tiempo", ha indicado.
El blanco y negro, ha resaltado, tiene la "magia" de la química, el cuarto oscuro, la ampliadora, los papeles diferentes, pero "ha llegado el formato digital y sí, nos ha ayudado a nuestro trabajo, pero a la vez esa especie de incógnita que siempre hemos tenido, el formato digital lo ha borrado de un plumazo".
De estos cuarenta años, tiene una foto preferida. Fue en el callejón de la plaza de toros y se permitía a los fotógrafos estar tumbados en las gateras a ras de suelo: "El suelo empieza a vibrar, los periódicos volando, el polvo, y ya sé que vienen los toros; en una fracción de segundo los ves, y justo en ese instante uno de los corredores se cae, las piernas arriba, tiene una pequeña brecha en la frente que se le ve en la foto".
Tiene otras muchas fotos más dramáticas de cornadas, pero ésa "visualmente para mí es de las preferidas", ha declarado.
Una emotiva despedida
Poner punto y final a 40 años viendo los Sanfermines a través de la lente de una cámara necesitaba una despedida a la altura. Y este sábado se la dieron sus compañeros de la prensa gráfica, que han reconocido el buen hacer profesional y la simpatía de este fotógrafo colombiano, navarro de adopción.
"Ha sido muy emocionante, ha sido un encuentro de mucha empatía, gratitud, amistad, fotógrafas, fotógrafos. Hay gente también veterana, hay gente también que está empezando. Me llevo un recuerdo inolvidable, muy bonito", ha comentado.
Álvaro ha reconocido que no se le pasa por la cabeza ponerse en un balcón para volver a fotografiar el encierro. Quiere estar más en casa, tranquilo, leyendo, estudiando lo que le gusta, historia y filosofía, escuchando música.
"En principio mi idea es que San Fermín, ya hoy a las doce de la noche, para mí se acabó. No es un Pobre de mí, sino un hasta siempre, porque el Pobre de mí es muy tristón, mejor digo yo un hasta siempre", ha apuntado.
El fular, una seña de identidad
Y un misterio queda desvelado, el de su fular anudado siempre al cuello. Es en realidad un truco profesional: "Esto lo aprendí en un viaje que hice con la agencia. Hacía mucho calor, mucho, mucho, en Oriente Medio. Pero yo veía fotógrafos y todos llevaban pañuelo y yo no lo entendía. Y me dice uno de ellos que todo el día con la cámara en el cuello les sale rozaduras. Y, efectivamente, es cierto, yo llevo esto por las cámaras".
Aunque, cuando no está trabajando, también lo lleva. Genio y figura.