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1936: Tudela se rinde a Millán Astray

Al mes y medio del golpe de Estado el fundador de la legión visitó la capital ribera ante el entusiasmo general

1936: Tudela se rinde a Millán Astray

eRA un caluroso 25 de agosto de 1936, apenas hacía un mes que se había producido el golpe de Estado y una gran mayoría de los republicanos de la Ribera habían huido de la comarca o ya habían sido fusilados. Para cuando el fundador de la Legión, denominado ilustre o glorioso mutilado José Millán Astray, llegó a Tudela, las cunetas de la Ribera y la Bardena estaban empapadas en sangre. Sin embargo, el acontecimiento aquel 25 de agosto fue casi festivo para los tudelanos que salieron de las fábricas a la plaza de Los Fueros y desfilaron enfundados en sus uniformes y formados en escuadras de Falange y Tradicionalistas. Aquel verano de 1936, en que se habían suprimido las fiestas de Tudela al coincidir su inicio con el golpe de Estado de Franco, habían desaparecido los periódicos republicanos (co-mo El Anunciador Ibérico) y los que quedaban como El Ribereño Navarro solo tenían palabras de loa para el "glorioso movimiento nacional".

el ambiente Días antes de la llegada de Millán Astray los artículos de este periódico se deshacían en versos dirigidos al propio general (que tras la Guerra Civil sería uno de los fundadores de Radio Nacional). Como ejemplo, uno de los poemas firmado por Santiago Grassa: "Con alma de español fuerte/lanzaste el ¡viva la muerte!/y ella no quiso rendirte;/¡suerte grande nuestra suerte/de admirarte y bendecirte!/Te hirió el plomo traicionero/bajo el africano sol,/y en tu figura venero/despojos de un español/y español… ¡de cuerpo entero!".

Los ánimos estaban más excitados que nunca, defendiendo una guerra en la que acababa de entrar el país y a la que se llamaba a todos a acudir al combate contra los "traidores de España vendidos a la masonería, al judaísmo y al oro de Moscú". Mientras, el principal debate en el salón de plenos del Ayuntamiento se centraba en la presión que ejercían los sectores más reaccionarios para volver a implantar los crucifijos en las escuelas y en la recuperación de los bienes y edificios de los Jesuitas en Tudela (tras tener que abandonar la ciudad en 1931 cuando se proclamó la II República). Al frente de esta reclamación se colocaron Víctor Morte y el comerciante de telas Ángel Pérez Sanz, como presidente y secretario de la sociedad Colegio San Francisco Javier.

Tudela vivía aquel agosto en plena efervescencia patriótica, después de que a principios de mes llegaran a la ciudad los restos de un aeroplano republicano que había sido abatido en Torremocha (Teruel). El avión fue expuesto en la plaza de Los Fueros para el general deleite dado que estaba de paso hacia Logroño donde se expondría. Los cotinuos rumores en los bandos solo aumentaban el ardor guerrero de la población. Ése fue el caso de la falsa noticia que se propagó en radio San Sebastián y que afirmaba que el puente sobre el Ebro había sido volado y que el hambre comenzaba a hacer mella entre los tudelanos. La mezcla de poder y religión se comenzaba a notar como lo demuestra que tras la procesión de Santa Ana del 26 de julio el nuevo alcalde, Santiago Marsellá, apareciera en el balcón del ayuntamiento con el capitán de la Guardia Civil, Joaquín Pelegrí, que llamó a todos a ayudar a la "generación de la patria" terminando con vivas a España y al Ejército.

En ese ambiente, en que se instaba a las "mujeres de las casas de lenocinio" a que cuando salgan lo hagan "decentemente vestidas" y en que se llamaba a los pelayos "pequeños soldados" y les arengaban con versos ("hoy dejan sus juegos amados henchidas las almas de santo ideal"), llegó a Tudela el fundador de la Legión, con su parche en el ojo derecho y amputado su brazo izquierdo, perdidos ambos en la guerra de África.

la visita De la mano del alcalde, Santiago Marsellá (fue su último día como alcalde), llegó a la plaza de Los Fueros a las 10 tras realizar un breve paso por el cuartel de la Falange, que se encontraba en el antiguo Círculo Mercantil en la propia plaza. La población debía mostrar su anexión al futuro régimen, ya fuera por convicción o por salvar la vida y dar imagen, y no cabía un alfiler en la plaza entre Pelayos (jóvenes tradicionalistas), Balillas (jóvenes falangistas), miembros de la Falange, Requetés, Margaritas (mujeres tradicionalistas) y mujeres de la Sección Femenina (Falange). Todos ellos ataviados con uniformes militares, firmes, y en perfecto estado de revista con boinas o gorras. "A su salida el público prorrumpió en una cerrada salva de aplausos lanzando vivas al glorioso soldado mientras revistaba las fuerzas", narraba El Ribereño Navarro. A instancias de la muchedumbre, el "bizarro general" subió al kiosco para pronunciar unas palabras mientras la joven tudelana Gloria Casajús le entregó un ramo de flores que Millán Astray no dudó en lanzar a un grupo de obreros de la Azucarera que habían acudido a escucharle.

El general mandó romper filas y, "visiblemente emocionado", se dirigió a los obreros a quienes acusó de "negar su concurso en el resurgir de España envenenados por las prédicas y doctrinas de sus dirigentes" por lo que les invitó a "desertar de las filas de los sindicatos que no son sino medios para enriquecer a unos pocos arruinando a los más". Entre aplausos terminó su intervención con los habituales vivas a España, a la Legión y a la muerte, mientras la banda municipal interpretaba los himnos de la Falange, el Oriamendi y de la Legión. Flanqueado por cientos de brazos en alto se montó en coche para dirigirse a Zaragoza. Según narra el historiador local Luis María Marín al terminar su arenga se escucharon los gritos de una mujer que dio vivas a Millán Astray y a Cristo Rey a lo que contestó el general con un lacónico "¡que se calle esa beata!". Tras su marcha las columnas militares desfilaron por la ciudad hasta llegar a sus cuarteles.

Marsellá sustituyó al alcalde republicano Epifanio Cruchaga que, al igual que el resto del Consistorio, había desaparecido de Tudela el 19 de julio. El Comandante Militar formó la nueva corporación y eligió primer edil pero su nombramiento generó suspicacias al no ser falangista ni requeté. Por ello, según Marín Royo, la recepción de Millán Astray fue su último acto y el 26 ocupó su puesto Aniceto Ruiz Castillejo.