Entre el barro y el sol que lo convertía en polvo a media mañana, Landaben era ayer un polígono industrial herido en el flanco del río Arga. Una veintena de naves industriales recibieron el domingo a mediodía la embestida furiosa de un cauce desbordado que anegó aparcamientos y almacenes, que destrozó maquinaria y arruinó alimentos, que arrastraba los restos de hoja y la zaborra arrancados de las riberas y que ayer permanecían enganchados en los vallas que rodean las empresas.
A pozales. Con escobas. Con pequeñas motobombas que achicaban el agua de los sótanos. Con el olor a humedad pegado a unas paredes donde aún se distinguía la altura que había alcanzado la inundación. Operarios y dueños de los locales trataban de despejar los hangares en los que horas antes flotaban palés y cajoneras en una escena casi irreal. "Hasta aquí ha llegado el agua. Casi teníamos un metro dentro", explicaba Francisco Javier Zabalza, de frutas y verduras la Magdalena, uno los establecimientos más afectados del polígono. "No sé qué vamos a hacer. Hasta el viernes no podremos volver a trabajar", añadía.
Ubicada en la entrada del polígono, nada más descender la cuesta que baja desde Barañáin, la nave de Zabalza era una de las más perjudicadas. En sus puertas, mirando al río, se secaban ayer un horno de hacer pan, otro para asar pollos, y barcas cargadas de fruta, la mayor parte echada a perder. "Luego habrá que abrir las máquinas para ver cómo están y si siguen funcionando", comentaba uno de los trabajadores, que procuraba adecentar el obrador. Algunos clientes acudían con sus carros, ajenos a la magnitud de la riada, mientras Zabalza trataba de hacer un primer balance de daños y de atender a quienes llegaban. "Hasta dentro de unos días no abriremos, maja".
Y de tanto en tanto, atendía el teléfono, dando explicaciones a los hosteleros a quienes sirve y a los que iba a intentar retener: "Lo peor es no poder llevarles el producto, esperemos que aguanten con nosotros".
A algunos trabajadores de Zabalza, la inundación los encontró a las 14.30 horas rematando la faena. Pasaron problemas para sacar los coches, después de concluir una jornada de rastro que pudo haber acabado mucho peor. "Si llega a entrar el agua una hora antes, con toda la gente por aquí, no sé qué habría pasado", decía José María Catalán director de recursos humanos de Delphi, una empresa que con cinco turnos de lunes a domingo tuvo que parar durante casi ocho horas debido a los sucesivos cortes de luz. Situada al otro lado de la calle, el agua llegó solo hasta su aparcamiento, donde operarios de ISS se afanaban ayer en sacar toda el agua. Las máquinas de la firma, dedicada a la inyección de plástico y con 107 trabajadores, no habían sido alcanzadas. "Entró el agua al almacén y afectó a algo de producto, pero poco más".
sin reacción
La velocidad de la crecida sorprendió a las empresas
Como otros muchos trabajadores, José María Catalán tuvo que bajar el domingo por la tarde para pelear contra una riada que llegó de golpe. "La señora de la recepción, que estaba trabajando ayer, me dijo que había llegado como un tsunami, muy rápido", decía. A sus vecinos de Irumold, situados también junto al río pero un poquito más elevados, les dio tiempo a bajar y "colocar unos sacos" que permitieron preservar las máquinas, dedicadas al moldeado de alta inyección.
También en Volkswagen Navarra reaccionaron con velocidad. La multinacional vio cómo entraba agua al taller de prensas, pero en escasa cantidad y sin causar demasiados problemas. "La hemos sacado con una pequeña motobomba", explicaba Miguel Urdiáin, responsable de relaciones externas de la fábrica y uno de los trabajadores que el domingo por la tarde acudió al polígono para mover unos 150 coches aparcados en la campa, y a los que el agua había llegado hasta las ruedas: "No sufrieron ningún problema y entre una docena de personas los trasladamos".
De la velocidad con la que avanzó el agua dan fe las cámaras de seguridad del supermercado Aldi, situado a la entrada del polígono. "Allí se observa perfectamente, no entra poco a poco, sino con rapidez", señalaba Antonio Navarro, encargado de un establecimiento que trabajaba con normalidad. El agua había alcanzando apenas un centímetro de altura y no había afectado a las máquinas que refrigeran los productos frescos. "Se fue la luz, eso sí, y hubo que traer un generador", explicaba.
La riada también alcanzó al restaurante oriental Wok de Landaben y sorprendió a los clientes que en ese momento se encontraban en el establecimiento. También allí tomó poca altura, evitándose perjuicios graves en las cocinas y en los arcones que mantienen la comida a la temperatura adecuada en el centro del restaurante. "No ha habido daños, pero dejaron de venir clientes y algunos de los que estaban se fueron sin pagar porque decían que no habían podido terminar de comer", explicaba resignada una de las responsables.
Mucho más graves fueron sin embargo los daños en el restaurante Jon, que no pudo servir comidas a los trabajadores del polígono que suelen acercarse a comer. El agua había alcanzado el metro de altura y no había dejado a salvo ni uno solo de los 1.000 metros cuadrados que ocupan las naves de lo que es también el Servicio de catering Tallunce, que ayer tuvo que recurrir a sus otras cocinas, para servir a los clientes. "Pero mañana mismo -por hoy- queremos tener abierto el restaurante como sea", explicaba uno de sus responsables.
los daños
Máquinas arruinadas, clientes en el aire
Mucho más tardará en volver a la normalidad a Industrias Lotu, una empresa con 60 años de historia y en la que trabajan unas 56 personas. Retenida en su nave, el agua causó estragos en el medio centenar de máquinas que permiten a esta empresa exportar piezas que se emplean en automoción, electrodomésticos y ferretería. "No tenemos un balance de pérdidas, pero son muy importantes", explicaba uno de sus responsables, quien se lamentaba de que nadie hubiese avisado. "Yo estuve hasta la una y cuarto y no había problemas. Había dejado de llover hacía ya un buen rato. Esto solo puede ser porque soltaron en el pantano", decía.
Lotu afronta ahora una travesía de varias semanas de sufrimiento, en las que no perder clientes se dibuja como el objetivo principal. "Además de la crisis, ahora nos llega esto. Nosotros estábamos sorteándola bien, pero trabajamos para clientes en sistema de just in time. Algunos son multinacionales que a lo mejor están en Alemania y que a su vez "tienen a otra empresa por encima a la que abastecer. No va a ser fácil".
Para cuando el Arga inundó Landaben ya había recogido el caudal desatado del Ultzama, que dejó medio metro de agua en el polígono de Arre, donde se mantienen unas 50 naves industriales que sufrieron "pérdidas millonarias", según explicaba Pedro Mari Lezaun, alcalde de Ezkabarte. Tras la riada de enero, que ya dejó unos 20 centímetros de agua en las naves, la de este fin de semana fue mucho más grave. "Estuvimos ayer hasta las 11 de la noche limpiando, pero hemos podido abrir", explicaban desde el restaurante Elordi, que había visto cómo se estropeaban un par de lavavajillas y la máquina de hacer hielos. "Hay empresas muy perjudicadas. Algunos van a tener que cerrar", alertaba Lezaun.
En Landaben, las pérdidas de Flors Anton Ramón también eran cuantiosas, aunque las cámaras habían quedado a salvo. "El agua salía de las arquetas. Seguimos sin luz y sin internet, vamos a estar muchos días sin volver a la normalidad", explicaba José Labiano. Muy cerca de allí, en Comercial Médica y de Laboratorio, el agua alcanzó unos 40 centímetros de altura. Sus responsables esperaban a que llegase el seguro para evaluar daños. "Hay materiales que valen bastante dinero", decía Juan Resano. Mientras tanto, el inventario del desastre continuaba en Lotu y en frutas y verduras la Magdalena, donde Francisco Javier Zabalza, cuyos invernaderos habían padecido también la crecida al otro lado de la ciudad, se aferraba a la resignación del hortelano: "El río te lo da y el río te lo quita".