Los niños de la posguerra y de la Escuela Nacional
el franquismo concibió un sistema totalitario en el que la formación estaba totalmente controlada por sus ideas
Son los hijos e hijas de la posguerra. Los niños de los años grises de las cartillas de racionamiento, la Enciclopedia Álvarez, el miedo, la presión del nacional-catolicismo y el NO-DO. Nacieron, crecieron y estudiaron en aquella Escuela Nacional franquista -en el pueblo o la ciudad, daba igual- que separaba a ricos de pobres, chicos de chicas... La generación de la reválida, el Cara al Sol y el catecismo por decreto, siempre con la amenaza del castigo físico y moral que, no obstante, supo sobreponerse a un contexto social y político hostil para convertirse, con los años, en los padres que abrieron el camino por la enseñanza pública y el euskera en Navarra. Pocos llegaron a la universidad, pera se doctoraron en la vida de la lucha obrera, sindical o de las asociaciones de padres y madres. Sus nietos disfrutan ahora de toda la energía que invirtieron en que sus hijos e hijas no tuvieran que padecer todo aquello. Una generación que conoció la llegada de la radio y la televisión a sus casas y del hombre a la luna. Son los hijos del Plan Marshall. Y estos son sus testimonios.
Loli Garro, de 57 años, es la más pequeña de este grupo de 7 que rememoró su infancia escolar en un aula de las emblemáticas escuelas de San Francisco. Loli, que durante muchos años trabajó como administrativa en Herrikoa, tiene un recuerdo bastante traumático del salto de su pueblo, Lekunberri, a un internado de monjas en Pamplona, la única manera que muchas chicas de su época tenían de continuar los estudios. Si a eso se le añade la prohibición de hablar en su lengua natal, el euskera, se entiende la amargura de sus recuerdos. "Juré que mis hijos no pasarían por una experiencia así y por eso dediqué gran parte de mi vida a luchar por la escuela pública en euskera", comenta.
Alicia Martinicorena, de 68 años, tiene un mejor recuerdo de su estancia en Ursulinas, aunque coincide con Loli y el resto en el gran peso que todo el componente religioso tuvo en la educación de su época. "En los años 50 la Iglesia tenía el monopolio de la enseñanza (todo eran santos, procesiones...) y, paradójicamente, con los ministros desarrollistas del Opus Dei de los años 60 se estatalizó la educación y hubo una importante renovación", reflexiona. La separación por género también era una constante, aunque la proximidad física de los Maristas propiciaba contactos sui géneris con los chicos: "Castañazos en otoño; bolas de nieve en invierno y papeles con mensajes de amor en primavera, aunque envueltos en piedras que entraban desde el otro lado de la tapia", enumera. Alicia, que luego se convirtió por vocación en profesora de Secundaria y en militante de la enseñanza pública, formó parte del 3% de jóvenes de su generación que logró llegar a la universidad.
Otros, como Félix Sánchez (68 años), José Mari Esparza (69 años), José Luis Irisarri (77 años) y Miguel Torregrosa (70 años) no pudieron seguir estudiando más allá de los niveles obligatorios (12-14 años) y dedicaron gran parte de su vida a trabajar en el Banco de Vasconia, Perfil en Frío, Industrias Esteban... Pero, al igual que ellos o que Lucía Herrero, de 67 años -que vivió su infancia en un pueblo de Salamanca-, se resarcieron del trago de haber pasado muchas horas en una escuela en la que la sensación de miedo al castigo y omnipresencia del contenido religioso y sesgo clasista con su militancia en pro de la enseñanza pública y otras causas sociales. Mu-chos de ellos coincidieron luego en el impulso de la ikastola municipal.
Más allá de este mínimo común denominador cada cual tiene experiencias escolares muy ilustrativas. La frontera entre el mundo rural y el urbano era importante, aunque aún lo fue más la fractura social, ya que todos tienen grabados recuerdos que van más allá de la leche o el queso de bola enviado por los americanos. José María Esparza habla de cómo en las Escuelas de la calle Compañía los alumnos "externos" tenían a veces la oportunidad de comer los bocadillos sobrantes de los "ricos". No lo pasaban mejor en este aspecto de la alimentación en La Casita, centro de las monjas de la Caridad al que acudió Miguel Torregrosa.
Pero también hay recuerdos buenos, como el primer pantalón largo que estrenó Miguel con 14 años, heredado de su padre, o la surrealista situación creada en Petilla de Aragón, donde se crió Félix. Gracias al impulso de la figura de Ramón y Cajal, la remozada Escuela Nacional estrenó en 1952 unos extraños aparatos de cerámica que resultaron ser inodoros. Cuando llegó el agua, en 1960, ya estaban destrozados. La electricidad, la carretera y el primer coche habían llegado a ese trozo de Navarra incrustado en el mapa de Aragón solo unos pocos años antes. Del candil a Internet. Dos siglos en una sola generación. Primero pelearon por sí mismos. Luego se manifestaron por sus hijos y, ahora, intentan que sus nietos no pierdan los derechos que ellos consiguieron.
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