- Javier Solano dice que de niño no era mal estudiante, sino que estaba en Babia pero era un chico formal. Sea como fuere, un día, con solo siete años, se quedó rezagado en la fila de acceso a la capilla y en el rellano se le interpuso en medio el padre José San Julián Luna, al que ya conocía sus intenciones. Lo que no esperaba es que, además de restregarle la cara y acercársela a sus partes, como hacía de costumbre con "casi todos los que sabía a los que podía tocar", le iba a coger de los lóbulos de las orejas y le iba a levantar más de un metro por encima del suelo. En plena tortura, mientras le estiraba con saña, Solano sintió que en su oreja algo se resquebrajaba. Aquella agresión le provocó el desgarro del oído, una pérdida auditiva del 30% y haberle fastidiado de por vida una de sus mayores aficiones. "A mí me encanta el buceo, pero solo puedo hacer snorkel en superficie. Porque el desgarro que me causó aquel monstruo me impide meterme más de un metro por debajo del agua". Casado, con hijos, y dedicado al sector de la construcción, Javier Solano denunció a San Julián antes del Estado de Alarma en la Policía Foral. "No quiero poner una piedra en el camino, quiero que haya una piedra al lado del camino para que toda la gente la vea. Tenemos que reaccionar como sociedad para que esto no vuelva a ocurrir. No quiero venganza, no quiero ver a un abuelo de 90 años en la cárcel, quiero que se reconozca lo que se hizo mal y que no vuelva a suceder. Y que los crucifijos salgan de los lugares públicos, porque cualquier credo vale para ser violento", opina. Solano recuerda que para él el mejor día de su vida fue cuando en 5º, cuando tenía 11 años, un profesor vino y me dio una hostia por algo que había hecho un compañero. "Cogí dos libros y le pegué en la cabeza. Se cayó al suelo. Ese fue el último día que me pegaron y el más feliz para mí".

El estellés recuerda que en el colegio, además de San Julián, había otros profesores de infausto recuerdo y describe el ambiente como "sádico". "Era una persona desgraciada, perversa, no podía ser feliz con ese comportamiento. Otro día me cogió en el último escalón y me lanzó volando por encima de las escaleras de entrada. Pero estábamos tan mentalizados de lo que había que en lugar de irme a casa llorando, volvía y entraba a su clase. Eso es lo peor, el trauma que nos han generado. No nos dejaron crecer como una generación de chavales. Yo a los mayores les he visto siempre muy mayores y me da envidia la relación que ahora tiene la juventud con los adultos, porque eso para nosotros era impensable. En otra ocasión San Julián nos cogía en las duchas, con los calzones y no nos dejaba de sobarnos. Lo mismo hacía delante de todos en clase".

"No quiero venganza, quiero que se reconozca todo lo que hizo mal, que no vuelva a suceder y que los crucifijos salgan de lugares públicos"