El periodista Daniel Burgui Iguzkiza (Pamplona, 1985) ha escrito el libro de la pandemia en Navarra.

Por sus 400 páginas aparecen sanitarios que empalman doce contratos en un año, comunidades de vecinos que organizan botes anónimos para hacer la compra a los pobres de la calle, garzas muy contentas que pasean por Yamaguchi cuando estuvo desierto, ambulancieros que cantan rumbas entre traslado covid y traslado covid, cuadrillas de arcabuceros y lanceros que hacían la vigilancia de la peste bubónica hace cinco siglos, mujeres que cuidan, y cuidan, y cuidan, doctores que metidos en el EPI se acordaban de sus bisabuelos doctores -alguno con calle en Pamplona- a los que les tocó la gripe española de 1918 y hasta dictadores africanos.

Todo eso que es la vida, con su crudeza, su locura y su alegría, y que nos pasó durante Nuestros días contra la covid, editado por el Gobierno de Navarra.

¿Qué nos han enseñado nuestros días contra la covid?

-Somos una sociedad acostumbrada al confort y esta pandemia nos ha hecho sentir la fragilidad que quizá tengan más presente en otras partes del mundo. Y lo digo como algo positivo, eh: la fragilidad como recuerdo de que todo nuestro sistema está sujeto por hilos invisibles que son los que hacen comunidad.

¿Ha habido una pandemia en cada casa?

-He tenido esa sensación. Ha habido gente muy afortunada que ha vivido la pandemia sin grandes desgracias. Otros han tenido pérdidas irreparables. Y otras personas han tenido que preocuparse de si iban a conseguir los papeles o de si su familia estaba bien en su país de origen. En el libro son los propios protagonistas los que lo cuentan, te apelan y creo que tiene más fuerza.

En el libro se cuentan un montón de historias de personas que, cuando estalla el caos, dan un paso adelante y dicen: "Yo lo hago".

-He tratado de recoger cómo fue la reacción de un montón de gente en ese primer momento en el que nos sentimos noqueados. También contar todas esas iniciativas improvisadas, creativas, populares, vecinales, que surgieron en el caos y que a mí me han admirado: desde dar clases particulares a niños a recoger botes anónimos para hacer la compra de la gente que no tenía nada.

Yolanda nos lleva desde su tiendica hasta lo más hondo de su vida. ¿Cuántas historias hay dentro de una historia?

-No me canso de decirlo: la gente que participa ha tenido una generosidad brutal. Han querido participar en un proyecto como este en un contexto muy complejo, y me han abierto su corazón y su intimidad. En el libro, cualquier pretexto es bueno para contar otra historia.

La historia de Maialen, la tercera persona contagiada en Navarra, nos habla también del señalamiento al infectado. ¿La histeria inicial sacó lo peor de nosotros?

-Se nos ha olvidado, pero el virus ha sacado cosas muy siniestras de nosotros. En la sociedad del ruido en la que vivimos, seguimos siendo ese pueblo que sale con antorchas a la calle a quemar el monstruo. A Maialen, pero también a las residencias de ancianos, se les señaló, estigmatizó y juzgó en ese juicio del populacho, cuando todos hemos tenido actitudes responsables e irresponsables. Hemos culpado al que se contagiaba, y eso es un disparate. Son admirables porque, además de todo lo que pasaron, tuvieron una anchura de espaldas brutal.

Gladys fue la primera contagiada. Se le culpó de haber traído el virus desde Bélgica. ¿Nos da vergüenza reconocer que ha habido una Navarra precaria que vive hacinada en habitaciones compartidas que se ha contagiado mucho más?

-Es nuestra forma de defendernos: pero, este virus, ¿cómo va a llegar aquí? Es ver el virus como algo de fuera, que no es propio de aquí, y que te lo traen, cuando la realidad es que vivía aquí con nosotros desde hace mucho tiempo. También sabemos que es un virus socioeconómico: urbano, y de pobres. Si vives en una vivienda pequeña, mal ventilada, atestada, si viajas en transporte público, si te alimentas peor, tienes más posibilidades de contagiarte. Hemos estigmatizado a las personas por sus condiciones de vida, cuando deberíamos haber aprendido que nadie estará bien hasta que su vecino esté bien.

"Después de la pandemia fumo más y lloro más", dice un sanitario.

-Creo que en el libro salen aspectos que marcarán una tendencia. Este, el de la secuela psicológica, es un ejemplo. Muchos protagonistas han pasado una especie de duelo, hay personas que no van a saber hacer esa gestión emocional y me preocupa que se queden atrás.

Es un libro del Gobierno de Navarra en el que sale un montón de gente señalando carencias en la gestión de la Administración.

-Me han dado una libertad total para hacer el libro, y al mismo tiempo todas las personas que han participado sabían que tenían toda la libertad del mundo para decir lo que quisieran. Si faltan médicos en determinadas zonas rurales, si la saturación del hospital es recurrente, si tenemos un problema con la gestión de algunos servicios sociales, con la administración electrónica o con las viviendas vacías, hay que contarlo. Muchos de los protagonistas lo subrayan: no es una crítica política, es una crítica operativa para que esto funcione mejor. Yo creo que eso es sanísimo.

Antes de la covid hubo otras pandemias en Navarra: la peste, la gripe española. Y vendrán otras. ¿Recordarlo nos pone en nuestro sitio?

-El libro tiene vida y en la vida hay drama y humor, seriedad y cosas rocambolescas. Es normal que nos sintamos los protagonistas de la historia, pero esta ciudad tiene 2.000 años y lo que nos ha pasado a nosotros le ha pasado a otros antes. Me ha divertido mucho hablar de los desinfectadores, de cómo se usaba romero, pólvora y vinagre para limpiar las estancias hace cinco siglos... Me ha encantado recordar cómo la magia de las Cinco Llagas fue en realidad una cuadrilla de lanceros y arcabuceros que controlaban las calles, o cómo se emparedaban las casas de los infectados. En realidad, no hemos cambiado tanto en cinco siglos. ¡Hasta en lo de emparedar casas, que ahora en China se cierra con el pestillo por fuera los bloques de los infectados!

Hace poco lo decía el periodista Zigor Aldama, que está en Ucrania: "La gente necesita reírse hasta en la guerra".

-Necesitas sobrevivir, pero también vivir. Y si no encuentras momentos de asueto, de parar, de descansar, de volver a sentir, de despreocuparte, no puedes vivir.