No tenía ni idea de lo que era hasta que un día, justo cuando el árbitro pitó el final del partido de fútbol, notó que no podía cerrar la mano y sus compañeros empezaron a “mirarle raro” cuando hablaba. Cuando Jaime supo que era un ictus, se fijó una meta clara: “Recuperarme y retomar la carrera”. Había empezado el doble grado en Fisioterapia y Ciencias de la Actividad Física y el Deporte en la universidad hacía solo dos semanas, con los 18 años cumplidos cinco meses antes, en abril. Como ahora, que tiene 23 y está en el último año de la carrera acabando las prácticas, llevaba “una vida súper sana y hacía muchísimo deporte”.

Unos días antes, comenta a Efe, había visto en un centro sanitario un cartel que exponía los síntomas del ictus. Según la Sociedad Española de Neurología, los casos en población joven van en aumento y, en los últimos 20 años, se ha incrementado un 25 % la cifra en las personas de entre 20 y 64.

De modo que el que tuvo hace unos días el DJ Kiko Rivera, de 38 años, no es infrecuente. Jaime entra dentro de ese 0,5 % de menores de 20 años a los que les pasa. En los jóvenes suelen concurrir causas específicas que no aparecen con tanta frecuencia en la población de edad avanzada, como malformaciones o alteraciones en la coagulación, aunque cada vez son más los que se producen por factores de riesgo modificables como el tabaquismo, el exceso de alcohol, el sedentarismo o la obesidad.

Desde luego, el suyo no fue por hábitos poco saludables. De momento, no se ha llegado a conocer el motivo. “Me hicieron todas las pruebas del mundo y no vieron nada, pero yo prefiero eso porque, si hubiesen descubierto algo, quería decir que tenía un fallo de fábrica. Yo la verdad que estoy bastante más tranquilo así”, asegura.

El día que le dio, estaba jugando al fútbol: “Se me paralizó la boca justo cuando el árbitro pitó el final del partido. Yo no notaba nada, pero de repente fui a hablar con un compañero y vi que me miraba raro. Me fui al banquillo y cuando fui a coger las espinilleras, no me cerraba la mano, entonces me alarmé un poco”.

Por suerte, tenía cerca al padre de un compañero, médico del Ramón y Cajal, que se lo llevó enseguida al hospital. La premura en la reacción hizo que recibiera un tratamiento en las primeras cuatro horas desde el ataque que permitió disolver el coágulo, “sin que tuvieran que meter ahí nada”.

“Jaime, tu actitud va a marcar el 90% de tu recuperación. El otro 10% ya te lo irá pidiendo el cuerpo”. Es lo primero que le trasladó el neurólogo -”el doctor Buisán, nunca me olvidaré del nombre”-, una frase que guarda consigo. Y fue cuando él mismo se dijo: “Por mi familia, por mis amigos y por todas las personas que me han acompañado en la vida, voy a recuperarme y volver a estudiar INEF y fisioterapia”. Así que se puso manos a la obra. El joven irradia optimismo y no pierde la sonrisa un segundo, pero claro que no ha sido fácil. Sin su familia, sus amigos, el equipo multidisciplinar de neurólogos, terapeutas ocupacionales, logopedas y fisioterapeutas que le han acompañado, no sabe “dónde estaría ahora mismo”. Tampoco habría podido sin el deporte. De todo eso, solo le ha quedado secuelas en esos movimientos finos, los que más le cuestan. Poco más. Eso sí, insiste en que hay que trabajárselo. Y no piensa desvincularse del deporte: “Me encantaría abrir un centro de fisioterapia, ya sea neurológica u orientada a clínica".